Quería esperar a tener ocasión de leer Los sistemas de voto preferencial, de Carmen Ortega para añadir a mis pasadas cogitaciones sobre sistemas electorales la correspondiente al tema de ese libro. Además, las recientes elecciones locales y autonómicas de España y el revuelo post-electoral la hacen particularmente oportuna.
Ya he hablado de los puntos que en mi opinión son defectos del sistema español, que a continuación resumo brevemente, añadiendo algún aspecto más a raíz de estas últimas elecciones:
- Los presidentes (o alcaldes) no los eligen los votantes sino los parlamentos. Esto hace que, entre otros problemas:
- a pesar de ello los electores voten con un candidato en mente o se debatan entre votar a un candidato o votar las ideas de un partido;
- tras las elecciones se confunda la elección del presidente (pacto de gobierno) con el mantenimiento de una mayoría parlamentaria (pacto de legislatura), y
- el nombramiento del presidente implique la interferencia en las demás funciones de los parlamentos, haciendo que entren en conflicto la necesidad de que los ejecutivos sean monolíticos y los parlamentos sean plurales.
- Los votos a partidos, cuando las listas son cerradas y bloqueadas y no existe opción de listas flexibles, abiertas o incluso votación personal, suponen que lo que se vota son ideologías, pero a continuación de las elecciones, la primera e importantísima negociación entre los partidos con escaños es la de quién va a ser presidente. Es decir, se negocia después de las elecciones algo que no se ha planteado previamente a los votantes, podemos sospechar que por miedo a perder posibles votos.
Estos defectos redundan en la escasa separación entre los poderes legislativo y ejecutivo que en mi opinión, como de muchos otros, debería ser mayor.
A raíz de las últimas elecciones se ha reavivado el debate sobre la conformación de mayorías en pactos post-electorales. En España viene siendo bastante habitual que los escaños de los diversos partidos de izquierdas sumen más que los del único de la derecha, ante lo cual cada parte arrima el ascua a su sardina: los primeros proclaman que "los votantes han decidido que haya un gobierno de izquierda" y los segundos que el partido más legitimado para formar gobierno, por el que han optado mayoritariamente los votantes, es el de la derecha. Y ambos tienen parte de razón y parte no, porque la izquierda no será la opción de los ciudadanos para el gobierno mientras no se presente una lista con el nombre de "La Izquierda", pero mientras los gobiernos sean elegidos por los parlamentos será perfectamente legítimo que varios pequeños se junten para desbancar a uno grande independientemente de las posibles preferencias de los votantes al respecto. Y esto que digo respecto al caso habitual de izquierda/derecha vale para cualquier situación de mayoría relativa.
Para resolver estas anomalías, anteriormente en este blog he planteado vías que ayudarían a definir los límites del Ejecutivo y el Legislativo (particularmente aquí, aquí y aquí); dichas vías están en la gradación que a continuación presento de relación entre la elección de los presidentes de los ejecutivos (del Gobierno, autonómicos o alcaldes) y los representantes legislativos (parlamentarios o concejales). Los presidentes podrían ser elegidos:
- Por mayoría parlamentaria (lo que hay ahora).
- Por una junta en que se reúnan los candidatos a las elecciones, salida de un cómputo de votos paralelo al que atribuye los escaños parlamentarios (opción explicada aquí).
- Por una segunda vuelta entre candidatos presentados por el parlamento: éste, en lugar de votar a un candidato, propone a los electores a los n más votados, sean dos (ahondo en este caso aquí), o los que sumen más de un porcentaje de escaños o de votos, o a todos los candidatos cuyos partidos hayan obtenido representación. Siendo más de dos, para evitar una tercera vuelta bastaría el método de segunda vuelta instantánea (esta página, dejando de lado algunos adjetivos, e incluso la Wikipedia en inglés, explican, creo que suficientemente, cómo funciona).
- Por una segunda vuelta instantánea en que se vincule la opción parlamentaria y la presidencial mediante la papeleta de voto. Ésta tendría dos partes: una para indicar las preferencias por los candidatos a la presidencia, y otra con la lista de representantes del partido de su elección. La papeleta de cada partido incluiría como primera opción para la presidencia al candidato del mismo, y a continuación los votantes podrían ordenar sus preferencias hasta un número determinado de candidatos.
- Por una segunda vuelta instantánea en una votación paralela con voto transferible, que sería lo mismo que celebrar dos elecciones diferentes en un mismo día.
- Por una segunda vuelta instantánea en elecciones independientes y fecha separada de las legislativas.
- Por una segunda vuelta real entre los dos candidatos más votados en la primera en elecciones independientes.
En cuanto a las opciones que me parecen más adecuadas, vienen dadas por alejarse de determinados inconvenientes que se producen en los extremos del espectro:
- Cualquier opción por encima de la 1. resolvería la necesidad de diferenciar entre la votación del presidente y cualquier otra del parlamento.
- Por encima de 2. los votantes tendrían la última palabra sobre la elección del presidente, incluso en 3, en que aún existe opción de pactos post-electorales de gobierno.
- Por otro lado, por debajo de 5 se minimizan dos posibles inconvenientes:
- que hubiese tantos candidatos como candidaturas en todo el Estado, ya que no se produciría la criba de tener que haber conseguido representación parlamentaria; y
- la cohabitación entre el partido del ejecutivo y las mayorías parlamentarias, al mantenerse cierta vinculación en las tendencias políticas del electorado en sus opciones al legislativo y al ejecutivo.
Por tanto mi opción ideal se situaría en 2, 3 ó 4, dependiendo de la institución en cuestión. Ya he dicho por ejemplo por qué el sistema británico de mayoría simple me parece tan inconveniente sin segundas vueltas. Por ello para ayuntamientos grandes y con circunscripción única y un número no muy grande de candidatos me parecería de lo más apropiada la modalidad 4.
Tampoco debemos olvidar que la separación de las elecciones ejecutivas y legislativas obligaría a revisar las relaciones entre uno y otro poder particularmente en dos puntos:
- La moción de censura (sobre lo que ya he hablado aquí).
- La aprobación de los presupuestos anuales, para lo que se podría conceder al ejecutivo un número de votos en dicha votación.
En cualquier caso, el otorgar al electorado la decisión final no sólo ayudaría a separar ejecutivo y legislativo, sino que evitaría el voto inútil y conferiría naturaleza oficial a la figura del candidato presidencial que ya existe de facto. Y sobre todo pondría fin al discurso de medias verdades y argumentos tendenciosos que interpreta la voluntad de los electores en una decisión en que no tienen la palabra. Serían mucho más transparentes respecto a la voluntad del electorado.
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