14/05/2013

Sociedad pluralista (no multicultural)


Planteo como entrada independiente una respuesta un poco tardía al comentario de Miguel a mi entrada sobre definiciones de nacionalismo.
En dicho comentario reivindicaba la importante parte de identificación con un colectivo que hay en la identidad de cualquier individuo, en oposición a mi afirmación en dicha entrada de que “la identidad es una cuestión privada y la nacionalidad, una administrativa”.
Aprovecho pues el comentario para precisar conceptos. La parte más personal implicada en lo que comenté en aquella entrada es mi parecer de que es en el nivel colectivo o político como la nacionalidad ha de ser una cuestión sólo administrativa. Luego, a nivel individual, uno puede sentir que su personalidad está fundamentalmente definida por ciertos rasgos "nacionales", es decir, comunes con determinados conciudadanos suyos: si se siente básicamente vigués, gallego, español, europeo, occidental, romano, cosmopolita, etc. Y, puestos a ofrecer opciones, que dichos rasgos sean compartir alguna afición o rasgo, como si es de un Deportivo o un Sporting.
Pero lo que no puede pretender es que otros conciudadanos sean como a él le gustaría. Como suelo decir, que cada uno sea friki de lo que le parezca.
Lo cual me lleva a preguntarme: ¿qué clase de sistema político establecemos para permitir que cada uno pueda ser o sentirse lo que le parezca? La respuesta es la que se llama sociedad pluralista, por otra parte precisamente aquélla en que, como nos enseñaron de pequeños, "mi libertad acaba donde empieza la de los demás".
Hago de todas formas distinción entre pluralista y multicultural siguiendo de nuevo a G. Sartori. Pluralista es la sociedad que permite al individuo vivir sus opciones personales, o en otras palabras, que reconoce que el individuo es al final el sujeto de identidad, como en el plano jurídico es sujeto de derecho. Multicultural es la sociedad en la que se admite la variedad y respeta las peculiaridades de grupos, no de personas, con lo cual la libertad individual está sólo garantizada a los miembros de los grupos que la respeten, no así a los que tengan la desgracia de encontrarse dentro de uno que no la admita.
Es una distinción fundamental de la que no se suele ser consciente cuando se habla de las virtudes de la tolerancia. Aunque tanto en pluralismo como en multiculturalismo se respeta la diferencia, hay un abismo entre las dos posiciones, ya que el pluralismo antepone un principio superior: no se puede ser diferente en respetar y disfrutar de la libertad individual. O lo que es lo mismo: la libertad individual vale para todos.
Por ejemplo, ante la integración de los inmigrantes, un multiculturalista, para quien toda cultura es igualmente válida, puede concluir dos extremos opuestos, a saber, que el inmigrante:
  • debe asimilarse en la cultura que lo acoge, pues en cada país debe respetarse la cultura local y ya en el país de origen está vigente la cultura de origen; o
  • puede mantener su cultura de origen cualesquiera que sean sus rasgos.

Sin embargo, el pluralista o liberal no tendrá dudas: el inmigrante puede hacer lo que le plazca, mientras admita que otros puedan ser diferentes.
Apunto aquí que esto tiene implicaciones clave en la injerencia del Estado en la educación que los niños reciben de sus padres, pero sobre ello me he de extender en una entrada futura.
Personalmente, mi voto es decididamente por el pluralismo, por que se mantenga, se imponga incluso, el respeto a la libertad individual por encima de las peculiaridades culturales. Estamos en la paradoja de la tolerancia: si el individuo es absolutamente libre, ¿lo es también para limitar la libertad del prójimo? Pues no: una sociedad tolerante ha de ser, paradójicamente, intolerante con la intolerancia, y no debe permitir en su interior que ningún grupo obligue a sus miembros, entre otras cosas, a mantenerse en él.
Por ello defiendo que, frente al relativismo cultural absoluto, existe un principio que convierte unas culturas o ideas en más respetables que otras, y las más respetables y mejores son aquéllas que son conscientes de la paradoja de la tolerancia y por tanto mantienen mediante la política y el Estado el equilibrio para que las libertades individuales no se violen; que, en definitiva, cada uno pueda ser lo que le parezca siempre que no moleste a los demás ni obligue a nadie a ser lo que no quiere.