28/01/2010

Odio las corbatas

Antes de trabajar como decente consultor, mi relación con esa cosa llamada corbata era de extrañamiento. Una cosa pintoresca cuya historia había consultado en alguna enciclopedia: “¿Cómo demonios habrá sobrevivido esa prenda tan fuera de utilidad?”
Luego vino la consultoría, y el plantar fachada al cliente. ¿Tendrá algún diseño particular el tejido de la corbata que mediante su visión frontal hace más dócil a quien te paga? Teníamos que aparecer siempre con corbata; para mí serían una docena de días en total, pero no me he vuelto a olvidar de cómo se hace el nudo. Qué bien sentaba que el jefe te dijera que “la corbata no va bien con una camisa como ésa”. Porque, al fin y al cabo, también resultaba que había un sitio en que “son rarísimos, llevan unas combinaciones de colores que…” y ponía mala cara, como reviviendo los mareos que le daban cuando veía tales aberraciones cromáticas.
Aparte de mi natural aversión al instinto que tenemos de dejarnos llevar por las apariencias, lo que acabó de forjar mi desprecio por ese absurdo complemento fue aquella entrevista de trabajo (era el final de la selección) en la cual la directivo que me había dado el segundo repaso me dijo, justo antes de salir por la puerta del edificio:
-Sólo una cosa, que no sé si te han dicho: aquí hay la norma de usar siempre traje, por imagen; no sé si tendrías algún problema.
Quizás yo debería haber ido a las dos entrevistas luciendo mis mejores galas (el único traje que cuelga en mi armario, entiéndase), que ellos habrían echado en falta. De todas formas, no pude sino responder con mi típica sinceridad:
-Bueno, me parece una estupidez, pero no tengo problema.
Huelga decir que ese calificativo selló mi éxito en aquella empresa. Pero no dejé de añadir:
-De todas formas, he visto a gente sin traje hace un rato…
-No, es que esos son los informáticos, que como están con los equipos se manchan mucho, y claro…
“Claro”, pensé yo, “que como todo el mundo sabe, el manejo de ordenadores implica frecuentes chorros de lubricante, desgarros con alambres, chispas y polvillos varios; y para protegerse de ellos se enfundan en ese atuendo especial de trabajo llamado camisa y pantalón”. Por supuesto no me iba a reconocer que a los informáticos los tienen más mimados porque eran más valiosos para la empresa; podía haberme metido la excusa más honrada, aunque fuera falsa, de que simplemente no tenían trato directo con el cliente.
Afortunadamente, según me dijeron después varias fuentes, ése era un lugar de bastante mal ambiente de trabajo; lo cual podía haber supuesto yo mismo cuando ya en la primera entrevista me habían dicho que como aquel cliente era de la Administración pública los horarios se cumplían a rajatabla, pero que con los clientes normales “se trabajaba”. Entendiérase entonces que con el sector público el dinero me lo regalaban. O se comprende demasiado bien lo que querían decir.
Por ello desde entonces, cuando veo a alguien con corbata, desconfío. Ves los actos, presentaciones, conferencias, las revistas corporativas, los prebostes de las grandes empresas, los de las no tan grandes imitándolos, los salones y ferias, etc. etc. Todo grandilocuencia y fachada, todo sensación y marketing. Para dar parte de las cosas importantes que se planteen, bastan una nota de prensa o un CD a las agencias de noticias; no nos quepa duda de que el trabajo está por detrás, en reuniones técnicas de ratoncillos de biblioteca cuyos resultados en sí son la noticia, no la presentación que se haga de ellos.
Y todo esto por la atención que prestamos a las apariencias. Pero, al fin ¿no es lo que todos hacemos cotidianamente? Por desgracia, incluso en un entorno de información como en el que vivimos hoy, seguramente nos vemos obligados a descartar muchas cosas a la primera, y recuperamos nuestro comportamiento de primates, animales impresionables que adquieren casi toda su información mediante la vista.

22/01/2010

Turrón de chocolate al micro estilo Breo

Publico esta receta urbanita que comenzó como algo tan elemental como las Pedras de Santiago, es decir, chocolate derretido con frutos secos, moldeado con cuchara; pero que a base de prueba (y error a veces), ha acabado siendo turrón. Mis allegados ya lo conocen e incluso se han lanzado a conquistar a los suegros con ella. Hémosla aquí:
Ingredientes:
Varias tabletas de chocolate con leche (ingrediente fundamental).
Mantequilla (absorbe el calor del microondas y da textura al tacto en la lengua).
Sal (potencia el sabor).
Miel (completa el sabor).
Frutos secos y frutos pasos al gusto (si no no sería turrón).
Preparación:
En un bol o ensaladera se van colocando por capas:
- una tableta de chocolate
- una capa fina de mantequilla
- una pizca de sal
- otra tableta de chocolate etc.
Acabado el chocolate y después de la última pizca de sal, añadimos una cucharada sopera de miel.
Lo metemos al microondas (no hace falta taparlo) a máxima potencia un par de minutos. Al cabo, como no todo se calienta al mismo tiempo, lo aplastamos y revolvemos y ponemos otro tanto y repetimos hasta que seamos capaces de revolver la mezcla de chocolate, mantequilla y miel y esté uniforme.
Tenemos que tener los frutos secos y pasos preparados, es decir a mano y picados hasta tamaño de gravilla (la harina que sueltan ayuda a dar consistencia y textura a la masa de cacao).
Vertemos los frutos en la masa y revolvemos hasta saturar (que no queden volúmenes apreciables de chocolate sin frutos). Volcamos en un recipiente elástico (el típico tupperware) adecuado (que nos permita extender la masa en una capa del ancho de una tableta de turrón, digamos), alisamos la superficie (con una espátula o una cuchara incluso) y a la nevera.
Cuando esté frío (aseguraos; dejad unas 6 horas mínimo por favooor) estará listo para cortar y comer.
Variantes:
- Calentar al baño maría en lugar de al micro.
- Usar otros tipos de chocolate, pero recomiendo no mezclar diferentes tipos en una misma masa, al tener diferentes propiedades pueden hacer grumos.
- Suele quedar bien combinar frutos pasos con secos, pero cualquier mezcla vale. Podemos jugar con la variedad de pasos (uvas, ciruelas, papaya, melocotón, manzana, pera, albaricoque...) y secos (de todos conocida).
- Usar cucharas o cubiteras para dar las formas.
Que cada uno encuentre su combinación ideal, y que aproveche.

19/01/2010

La situación ideal para la lengua gallega

Pretendo que la siguiente pintura de la que creo sería situación ideal respecto al gallego sea colofón al tema sociolingüístico sobre el que llevo escrito en el blog desde que lo abrí, para pasar ya a otros asuntos (aunque sin duda en el futuro volveré).

Esa idealidad podría articularse derribando los tres errores que en mi opinión existen hoy al respecto:

  1. Personalización de la lengua.

Hay que partir de la base objetiva de que una lengua no es sino un código de comunicación. El síndrome del taxónomo ha parido, al menos en Galicia, una aberración tan enorme como concebir la lengua gallega como objeto de respeto, defensa o amor: hablar de un código de comunicación como si de una persona se tratase (¡mi madriña!), o lo que es peor, como de una especie de veneranda divinidad, llegándose prácticamente a hacerla sujeto de derecho. Retrocedemos al paganismo o más allá, al primitivo estado humano de bandada irracional.

Introduzcamos un poco de pensamiento científico y cambiemos el sujeto: ¿merece nuestro tierno amor el lenguaje de signos, o el código Morse, o las señales de humo? Que cada cual individualmente le brinde entrañable aprecio si así ha sido su vida o educación. Pero en el colectivo, simplemente se usa mientras es útil, se registra, y cuando ya no sirve, archivado queda. Se habla de la riqueza de tener una lengua diferente, pero no estamos en los primitivos tiempos en que el único registro podía ser un escrito: ahora tenemos registros de audio, vídeo y lo que haga falta. Si alguna lengua deja de hablarse, no se pierde nada si le queda una foto bien hecha.

  1. Falta de respeto a la libertad de los hablantes.

Por otro lado, se sacraliza también la lengua como elemento de identidad. La identidad ha de ser individual; mientras se haga de ella una identificación colectiva estaremos igualmente retrocediendo a la tribu, a la bandada animal, cuando a estas alturas de la civilización ya somos perfectamente capaces de pensar más allá. Poner al pueblo antes que al individuo es no ser capaz de reconocer que las libertades y derechos colectivos son en realidad derechos de los líderes de turno instalados en el poder en tal o cual momento (cf. el Tercer Mundo desde la descolonización).

La libertad de los hablantes tampoco se respeta cuando se identifica lengua con territorio. Seamos sensatos, ¿alguien ha escuchado alguna vez, al pinchar la sombrilla en la playa o detonar un explosivo en una cantera, a la tierra gallega quejarse (en gallego o lengua otra cualquiera)? Se dice que el gallego es la lengua propia de Galicia confundiendo “propiedad” con “exclusividad”, negando aquélla al castellano (peor es en Cataluña, donde el catalán se ve que es lengua propia pero el castellano, que es la materna del 51% de habitantes, no). Pero si con un mágico chasquido de dedos todos los gallegos sustituyesen sus lenguas por el sueco o swahili, ¿seguiría alguna de las actuales siendo lengua propia de Galicia?

A lo sumo, en un territorio hay una serie de habitantes, cada uno de los cuales habla las lenguas que sea, y haciendo estadística se puede sacar cuánto se habla una lengua y cuánto otra. Al respecto uno se sorprende de cuán voluntariosamente los defensores del gallego o los que reaccionan defendiendo el castellano en Galicia enarbolan encuestas diciendo que “o 90% dos galegos fala galego habitualmente” o “el 85% íd. castellano”, obviando que precisamente dichos datos (que menciono como aproximación) implican que un 75% usan ambas.

Otro aspecto más de la desconsideración a la libertad de los hablantes está en los principios que a la definición de la normativa del gallego aplican las autoridades lingüísticas, que con todos mis respetos hacia las mismas no me parecen aceptables para situarse como referencia. No existe mayor autoridad que el uso de los hablantes de la lengua que se dice estudiar o representar; los lingüistas tienen en su caso autoridad de referencia si reflejan la realidad de la lengua, y si no lo hacen, si se dedican a elaborar más que a describir normas, éstas no merecen ser atendidas. Durante tiempo sostuve acaloradas discusiones defendiendo esto, pero la reforma vigente de la norma (“grazas”, “altofalante”, etc.) ha acabado por poner a mis antiguos oponentes de este lado.

Además, si se pelea por hacer al gallego diferente del español estaremos manteniendo dos códigos de comunicación para realizar las mismas funciones para las que bastaría uno. Por simple economía de esfuerzos, los hablantes tenderán a escoger a largo plazo entre una de las dos lenguas, y no es difícil entonces suponer cuál será la elección: entenderse mejor con 2,5 millones de personas o con 200 veces más. Ésta es otra vía por la que una norma irreal favorece la extinción del gallego, a menos que se pretenda un aislamiento cerril y troglodítico.

  1. Consideración del gallego como separado del castellano.

Reconozco que en esto estoy tan solo que alguien podría considerar que mis ideas vienen de Marte, pero no ¡demonios!, es el pan nuestro de cada día en las calles y rúas de Galicia.

Si una lengua se puede definir como tal y no como dialecto de acuerdo a los tres criterios que me enseñaron en la escuela, resulta que ni tiene unos límites geográficos precisos (ni los tradicionales por el este con el asturiano/leonés ni hoy dentro del propio territorio gallego con el castellano), ni una norma definida (la RAG se permite cambiarla a cada rato, y uno desde que dejó el COU se va perdiendo; pero sobre todo los hablantes no la siguen) y la tradición escrita presente es contemporánea a la propia definición del gallego como lengua, pura petición de principio.

Lo primero que creo no debe hacerse es mantener una norma independiente de la del español o castellano (tontería entrar en este debate de nombres, como si la cosa cambiase según el nombre que se le dé). Una normativa real del gallego debería en primer lugar no pretender sustituir elementos ya presentes por otros que no existen en ningún lugar de Galicia (caso notable del vocabulario); a veces uno tiene la sensación de que vale cualquier referencia foránea (no sé si portuguesa, francesa, italiana, inglesa incluso…) salvo la castellana que es la que realmente viven los gallegohablantes. Y en segundo lugar esa norma debería asumir la castellanización que experimenta cualquiera de las variantes del gallego.

Pero es que además a lo que me opongo es a la propia raíz de la cuestión: a que el gallego se considere lengua diferente del español. Cualquier gallego con un uso lingüístico no contaminado por concepciones políticas funciona así, y ahí está la verdadera riqueza lingüística de Galicia: en tener más vocabulario, más recursos sintácticos, más posibilidades de tono y situación, etc. que permiten expresar lo que se quiere con mayor versatilidad y precisión, que para eso sirve una lengua al fin y al cabo.

El gallego medio practica al hablar una fusión mayor o menor de gallego y castellano, y si bien hay una serie de rasgos (los que habitualmente son más difíciles de traspasar entre lenguas) que permiten definir, cuando un gallego habla, si lo hace en gallego o castellano, los elementos del castellano adoptados por el gallego real son profundos y extensos:

  • –diptongos (puente, siempre, fuerte, siguiente) o su ausencia (Orense);
  • –uso de /χ/ [j, g] en lugar de /∫/ [x] (juez, ejercicio), que no es más que la asunción de la pronunciación innovadora del castellano (evolución inversa a la del /χ/ alemán) en lugar de la arcaica del gallego, que antes era común a ambas;
  • –terminar sustantivos de la 3ª latina –tatem en –dad (verdad, ciudad…); prácticamente la –d no se pronuncia (verdá, ciudá);
  • –formas verbales: –ezca en lugar de –eza (parezca, embellezca, envellezca); –ea en lugar de –exa (sea, vea); –brá en lugar de –berá (habrá, sabrá); pluscuamperfecto compuesto con había (había collido) y tendencia a imitar el perfecto compuesto mediante la perífrasis con ter (O teño visto moito últimamente); sepa y quepa, decir y dice...
  • –pronombre antepuesto al verbo cuando podría ir pospuesto: Se ve que sí en lugar de Vese que sí.
  • –diminutivo en –illo: sencillo, martillo, ladrillo, rastrillo, tetilla (que nadie diga queso de tetiña), rodilla...
  • –fórmulas y frases hechas: buenos días/buenas tardes, hasta mañana, adiós, ciertamente, muy bien, vamos;
  • –otro vocabulario de gran uso: días de la semana, nombres de los meses (excepto quizá enero y febrero), cuarenta y ochenta, Dios, , nosoutros y vosoutros en lugar de nós y vós, no en determinadas situaciones, ahora, entonces, cuchillo, plato, sartén, largo, desde y hasta, cual, cuando, alguién y nadie o naide, etc. etc. etc.;
  • –vocabulario especializado;
  • –etc. etc. etc.

Ojo que todos esos ejemplos en cursiva se oyen, con mayor o menor frecuencia, en gallego normal. Está mucho más asumida la castellanización del gallego (considerada normal por los hablantes tradicionales no politizados) que la galleguización del castellano de Galicia (considerada vulgar), quizás porque el mayor número de hablantes de este último mantiene su norma más fija. Y resiste lo que se llama “acento”: en cualquier lugar de Galicia se oye el castellano con acento gallego; sólo modernamente se oye gallego con acento castellano ("sin acento" se dice coloquialmente), típicamente en la televisión y radio públicas de Galicia por locutores urbanitas que hablan gallego de cursillo, y entre gente acomodada, de familia castellanohablante, metida a nacionalista.

El orgullo mueve muchas acciones humanas, pero bien haría además la Real Academia Galega en funcionar también como una más de las academias del español (vale para cualquier otra lengua romance de España), en coordinación con la RAE, aceptando el trabajo que desde hace siglos ésta viene haciendo (p.ej. aceptando para el gallego el vocabulario técnico) y trabajando para que, recíprocamente, p.ej. en el diccionario de la RAE figure vocabulario que no es que sea propio del gallego, sino de Galicia (de sus habitantes), igual que el de otras regiones y países de la Hispanidad.

Mi caso personal es que, después de haber sido criado en parte en un gallego artificial, llegué a rechazarlo por culpa de la cambiante y cada vez más exasperantemente irreal norma, para reencontrarme al fin con esa riqueza real que describo. Por ello ahora no renuncio a introducir perlas de gallego en medio del castellano cuando es útil para mis necesidades comunicativas (incluso a veces con gente de fuera de Galicia), y desde luego cuando uso el gallego uso el real, habiendo aguantado incluso que lo tacharan de “castrapadas” en mis narices y se rieran de él como se reían otros en otros tiempos de los que hablaban gallego. No es que no sepa, ES QUE NO ME DA LA GANA de hablar el gallego xunteiro de los señoritos actuales. Para dar ejemplo de lo cual remataré esta entrada del blog en GALLEGO REAL, hablando de esa aberración que es la política lingüística, particularmente en Galicia.

- O -

Si unha administración pública ejecuta unha política sobre o que sea, será porque hay necesidad. Pero non é éste o caso da política lingüística, al menos en Galicia. A mínima política lingüística en cualquer país consistiría en asegurar na educación que os nenos teñan a competencia necesaria nas lenguas que lles faga falta para ser ciudadanos de pleno dereito no futuro e lles dé mayores oportunidades na súa vida.

Para todo o demáis, mellor que non se meta. Neste como en tantos outros ámbitos, cada individuo (ou empresa) escollerá según lle parezca máis útil para comunicarse co entorno ou según cualquera outro criterio de acuerdo ó seu bon juicio como persona adulta e responsable.

O error de base está no Estatuto de Autonomía de Galicia, que entre outras cousas olvida que o castellano tamén é propio de Galicia e definindo o gallego como diferente do castellano, en vez de cómo dúas variantes da misma lengua. De aquí parte todo outro problema: a pelea de lenguas na enseñanza, as exigencias de ciudadanos nas ventanillas ou de clientes nas cajas das tiendas, as reclamacións de traducción… todo esto perdería pé si se tuvese en cuenta que non estamos falando de ruso vs letón, francés vs holandés ou árabe, inglés vs hindi ou xhosa, sueco vs finés, turco vs laz ou kurdo ou armenio, sinón ¿gallego vs castellano? ¡De chiste! ¿Cuántos gallegos non entenden as dúas lenguas? Casi ningún.

O siguiente error está en que a Ley de Normalización Lingüística establece á Real Academia Gallega como autoridad lingüística. A RAG ten todo o dereito de inventar o gallego que lle dé a gana, pero a sociedad non ten por qué ir como borregos detrás dela. Foi para min revelador ver que nos países de lengua alemana son os Gobiernos os que establecen as normas, e en Galicia, ante o desvarío normativo da RAG, tiña que ser igual: o que tiña que decir a susodicha Ley é que o Gobierno autonómico recolle as normas do gallego real, coincida a RAG con elas ou non.

E para acabar, dicha Ley tiña que ser de Normalidad e non de Normalización, é decir, establecer que, no ámbito das competencias autonómicas, gallego e castellano son o mismo e non se poden levantar barreiras nin distincións entre unha e outra lengua. E en base a esta fórmula, que os decretos, órdenes, subvencións, etc. que emanen dela impidan igualmente a separación de lenguas ou por razón delas. Levamos xa trinta anos de revancha galeguista, pero estamos en democracia e non hay que imitar os vicios de imposición dunha dictadura anterior, nin nos fai máis falta ós galegos que nos digan qué lengua é máis bonita; temos xa bastante claro que podemos falar o que nos dé a gana.

Pero, como diría Aristóteles, baste sobre este tema por ahora.

18/01/2010

Actitudes actuales ante la lengua gallega

Todo cuanto llevo dicho en este blog acerca de la lengua gallega está influenciado por mi experiencia personal, nunca exenta de un saludable auto-cuestionamiento, y este punto de vista no puede estar más presente que al hablar del gallego actual. He dado unas cuantas vueltas hasta llegar a este tan controvertido y manido asunto, y querría pintar la situación tal como la veo.

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1

La concepción básica del gallego es la popular y liberal, que admite el entremezclamiento y ha producido un acercamiento armónico (pues surge de la propia necesidad práctica de comunicación de las gentes) entre el gallego estándar (¡ojo!, no el normativo sino el común) y el castellano de Galicia, ambos con rasgos definidos de mutua influencia. Esta concepción mira desde hace siglos al castellano como referencia culta (sin que esto supusiera demasiados trastornos) y desde hace un par de décadas también al gallego oficial (que sí ha producido algún problema, como digo a continuación).

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2

Entre los ilustrados se ha asentado el concepto de que el gallego es una lengua independiente (del castellano al menos, lo cual no es cierto porque, como ya he dicho, prácticamente todos los hablantes de gallego lo son también de castellano). Las instituciones políticas y lingüísticas se mueven en esta idea, que ha generado problemas de referencia en el hablante común por planteársele una norma cada vez más alejada del uso estándar. Esta actitud entre las autoridades lingüísticas parte del concepto (de origen político) de la diferencia de las lenguas, y es típica de los intentos de recuperación de lenguas divididas o en decadencia, que procuran artificialmente restaurarlas pero lo que hacen es paradójicamente viciarlas de depuraciones (cf. caso del euskera). Es una intención mucho menos útil que la más humilde de la RAE, que se limita a reflejar la realidad y a, como mucho, procurar mediante la coordinación con las academias hermanas a lo ancho del mundo mantener la unidad del español, es decir, trabajar para que sus hablantes podamos seguir entendiéndonos gracias a una lengua unida.

En el caso de Galicia los intentos de normalizar (nombre moderno que se da a “que la gente lo use”) la normativa (las reglas oficiales) chocan contra la realidad. Como ocurriera con los intentos de frenar la evolución del latín en la Edad Media, de momento la irreal normativa (la reforma vigente del famoso “grazas”, por ejemplo, pero ya desde antes) ha logrado crear la conciencia de que no es lo mismo el gallego estándar, el hablado y castellanizado, que el normativo y oficial, y se empieza a extender el gracejoso nombre de xunteiro para éste.

Puedo citar muy ilustrativas anécdotas de cómo el lingüista buscando la lengua auténtica se encuentra con la lengua real. Por ejemplo el que contaba mi tío Raúl Souto, de aquel estudioso que fue a preguntar a un aldeano cómo le llamaban al cuervo en el lugar y el señor, suponemos que extrañado de las excentricidades de los de la ciudá, respondió: -¿Pero usté qué clase de salvajes se cree que somos? O aquella otra situación que presencié in person, en que allá por los años 80 dos filólogos estuvieron una temporada investigando si en gallego las palabras “arpa”, “arpón” y “arpía” empezaban con “h” o no. Mi respuesta hubiera sido clara: -Lo que diga el diccionario de la RAE.

En suma, con la aculturación de los hablantes aumentan dos tendencias contrapuestas: la concepción separada del gallego y la influencia del castellano. Ésta es la natural, porque los hablantes amplían sus horizontes y el lugar por donde ello empieza es naturalmente por los conciudadanos castellanohablantes. Los nacionalistas de las diferentes regiones de España hablan español para concertarse.

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3

Entre los no tan ilustrados ha brotado en diferentes épocas el infundio de que hablar una u otra lengua otorga cultura y distinción. Es lo que en tiempos ocurría con los que se forzaban a hablar castellano porque les parecía que el gallego era de pueblo, y con los que hoy con sobredosis de esnobismo se fuerzan a hablar gallego. Los políticos de ámbito gallego están infectados de este último espíritu e incluso llevan varias décadas gastándose NUESTRO DINERO para promocionarlo. Hoy en día está prácticamente extinguida la desconsideración del gallego; abunda mucho más su sobreconsideración.

No se debe confundir dicha desconsideración con la necesidad de comunicación y adaptación propia de la idea 1), típica también de los emigrantes inmersos en una distinta sociedad con distinta lengua, ni con la elección individual para diferentes tonos de discurso de diferentes lenguas.

- O -

Yo me atrevería a escalar una serie de comportamientos que podemos ver en nuestra Galicia de hoy de acuerdo a las actitudes de los hablantes y la influencia del entorno en ellos. En el lado positivo, de más neutro a (en mi opinión) más deseable podrían ser:

  • - El cumplidor: aquél que, manteniendo una idea personal sobre la situación, no la deja sin embargo traslucir pues responde según lo que hable el entorno.
  • - El rebelde: que para sentirse libre habla lo contrario de lo que encuentra en el entorno.
  • - El egoísta: que respeta a los demás pero él sólo habla su lengua.
  • - El liberal: que teniendo su lengua y sus usos personales, no renuncia sin embargo a utilizar una u otra lengua si le sirve para transmitir óptimamente lo que quiere decir.

En el lado negativo tendríamos, también de más neutro a peor:

  • - El sumiso: casi igual que el cumplidor, sólo que la adaptación al entorno es su principio.
  • - El oficialista: desde la errónea concepción de que la lengua se corresponde con un territorio y sin prestar atención a la libertad de elección individual, defiende la promoción de la lengua que considera propia de aquél.
  • - El totalitario: desde el mismo equivocado concepto que el anterior, su promoción de la lengua que considera propia del territorio implica obligar a sus habitantes a hablarla.
  • - El incoherente: opina lo mismo que lo anterior pero él mismo no habla la lengua porque nunca lo ha hecho y le resulta difícil.
  • - El cínico: lo mismo que el anterior, incurre en incoherencias constantes pero además es consciente de ello y le da igual. Un vándalo que probablemente extienda su comportamiento falto de orden a otros aspectos de su vida.

Mi situación personal, después de haber pasado por otras de las que describo, es la del que llamo “liberal”. Sólo se me ocurre una situación mejor que ésta, que es la del liberal que ni siquiera tiene que preocuparse por lo que hablan él mismo o su entorno. Pero esto sólo se puede dar en un ambiente como el que describiré en la siguiente entrada del blog, la situación que considero sería ideal respecto a política lingüística en el caso del gallego.

15/01/2010

La conciencia lingüística del gallego

Los llamados “Siglos Oscuros” del gallego son aquéllos en que su uso no era de prestigio, en ocasiones desaconsejado e incluso reprimido. Durante este tiempo, sus hablantes asumen la realidad de que la gran lengua de comunicación es el castellano y, lo que es más importante para la lengua, lo toman como referencia, adoptando un número creciente de elementos de ella.

No hay un concepto diferencial de algo que sea “lengua gallega”; en ocasiones, a causa del desconocimiento del hecho de la evolución de las lenguas, llega a considerarse que se trata de una variante impura de español. Lo cual en mi opinión (como se puede deducir de mis entradas anteriores del blog) no es malo ni bueno: simplemente, no se consideraba diferente. Bien pensado, lengua gallega no es más que la manera de hablar de la mayoría de los habitantes de Galicia, o así debería ser (luego veremos la opinión contraria actualmente en boga).

Pero por resumir la situación, este concepto pre-nacionalista (¡bendito!) del gallego es el mayoritario hoy día entre los hablantes tradicionales del gallego, es decir, entre las gentes que lo han heredado sin discontinuidad de las generaciones pasadas. Así, por ejemplo, no hace mucho la señora Alicia de Chantada (que ha visto mundo porque estuvo en Holanda na emijración), explicaba sin prejuicios que “o holandés co alemán é como o jallejo: un dialeto”.

Claro que como se daba también la coincidencia de que los no rústicos no son gallegohablantes, a veces a esa idea se ha acabado por asociar (no por cierto en este ejemplo que menciono) la deducción lógica errónea de que hablar gallego te convierta en rústico. Pero en fin, Perogrullo sabe que el asno es asno hable en lo que hable.

Pero entonces llega el ilustrado siglo XVIII. La era de levantar la mirada, abrir los ojos, engrasar el seso. La era de los aventureros que salen al mundo a observar las especies biológicas… y lingüísticas. La mente se abría al observar la diversidad (algo que es un buen ejercicio siempre) y se empezaban a construir ideas sobre ella, y entre ellas lo que yo llamo “el síndrome del taxónomo”: el ansia y la insistencia por tener las especies bien identificadas, clasificadas y separadas. Entre estos "taxónomos" ilustrados están también los que se dedican a las lenguas; en el caso del gallego tenemos a los notables Sarmiento y Feijoo.

El tiempo fue pasando y desde entonces las ciencias, la filológica entre ellas, se han asentado, pulido y afinado, pero también echó raíces y produjo frutos ese vicio del taxónomo. Frutos fueron en parte el regionalismo y nacionalismo, es decir la toma de conciencia por parte de cualquier grupo étnico (proceso de atomización galopante que aún no ha parado hoy) de su diferencia respecto al vecino en base a la más mínima excusa, desgraciada profundización en el tribalismo animal del homo sapiens.

Las raíces fueron la insistencia de multitud de personajes en fijar las especies y concebirlas estáticamente, incluídas las especies lingüísticas. Como entre esta gente siempre ha habido, por el natural ejercicio de su profesión, muchos hombres de ciencia, se ha instalado con una pátina de autenticidad científica la idea de que “la diversidad nos enriquece”, ¿verdad que nos suena? Idea discutible si nos paramos a pensarla un poco: yo diría que lo que enriquece es CONOCER la diversidad y ENTENDER sus causas y naturaleza. No me parece muy sano que haya un montón de culturas diversísimas en las que cada uno permanece ignorante del vecino excepto para despreciar sus diferencias y ejerce o sufre periódicos arrebatos de odio (v. G. Sartori, La sociedad multiétnica. Pluralismo, multiculturalismo y extranjeros).

Esto es de especial importancia en el caso de las lenguas, porque el síndrome del taxónomo tiende a prestar demasiada atención a la lengua, que no deja de ser un ente abstracto, un código de comunicación, desconsiderando la libertad de las personas que lo hablan y olvidándose de la natural posibilidad de mezcla.

En lo que se refiere al gallego, por tanto, pudo en su momento haber seguido más fácilmente respecto al castellano el camino en mi opinión más deseable de los dialetti italianos respecto al italiano estándar: el mantenerse como variante regional con la lengua común como referencia y diluirse en ella. Me viene a la cabeza también el asturiano, cuya mayor proximidad al castellano lo ha mantenido en el concepto de dialecto hasta hace no mucho, pero que los taxónomos del Principado concienzudamente tratan de elevar al glorioso pedestal de Lengua (por supuesto independiente y separada).

En cambio, es ahora radical e indiscutible el concepto de que el gallego es eso, lengua independiente y separada, concepto que no parece tener en cuenta el sencillo hecho de que todos los hablantes de gallego lo son, en mayor o menor medida, también de castellano, que como suelo decir no viene de Marte, sino que es una lengua muy próxima y miscible con aquélla. El síndrome del taxónomo ha llevado incluso a la personalización de la lengua gallega, a su defensa consciente como rasgo de identificación tribal frente al simple hecho de que no es más que un código de comunicación.

Y claro, como unos se han empeñado en levantar la barrera de la lengua frente a otros, los otros han acabado por decir “Vale, pero si hay barreras, que no se muevan, ni me invadan del otro lado”, y así tenemos la formación de Galicia Bilingüe y la actual discusión sobre el gallego en la enseñanza. Esto en Galicia, porque hay por ahí sitios que han llegado a peores situaciones como la penosa de Bélgica o la trágica de Yugoslavia.

Pongo de nuevo punto y seguido con una anécdota que viene al caso de la mencionada discusión sobre el gallego. Como reacción a Galicia Bilingüe, se montó en Santiago de Compostela el 18/10/2009 una manifestación en defensa del gallego, a la que asistió el ministro de justicia Francisco Caamaño, quien declaró que no quería que el gallego se dejase de hablar en Galicia como ocurrió al latín. Básicamente la reacción de un servidor fue:

!

Quizás puede fechar nuestro ministro el momento en que los habitantes de Gallaecia dejaron de hablar latín; sería un descubrimiento histórico notable. Pues ¿cómo se llamaría esa lengua si las románicas se hubieran mantenido unidas? Lo más probable es que "latín", que eso es lo que es. Que se lea las primeras entradas de este mi humilde blog… lo que hay que oír.

12/01/2010

Influencia castellana en la lengua gallega

"Los gallegos se fijaban en Toledo al hablar": afirmación audaz, pero sin la cual no se puede comprender cabalmente qué y cómo se habla hoy en Galicia.

No debemos olvidar que ya antes de la época gloriosa (según nos dice la enseñanza pública de Galicia) de la lengua gallega, la de Alfonso X el Sabio, la referencia era Castilla, porque la referencia que los hablantes de una lengua toman tiene motivos prácticos, no filológicos (lo cual a menudo se quiere olvidar). El trato con los portugueses, antiguos gallegos del sur sumados de mozárabes, podía continuar a escala local, pero la gran escala se vio dificultada por la frecuente hostilidad, cuando no guerra, del grueso de los reinos respectivos.

Después de esa época en que el gallego tuvo cierto prestigio, lo fue perdiendo. Con el paso de los siglos Galicia en general pierde importancia mientras la adquiere Castilla, y con ello las referencias que en tema de lenguas tienen los gallegos, lo mismo que el resto de habitantes de España. Suscribo el análisis de J.R. Lodares (El Paraíso Políglota) conforme la expansión del castellano en la Península a lo largo de su historia se ha debido a la pujanza y prestigio político de Castilla, simplemente porque los hablantes de otros dialectos de la Península trataban habitualmente con castellanos.

Insisto en ello porque es común la idea de que el castellano lo mandaron hablar los Reyes Católicos, o Franco. Quien sostiene esto obvia o desconoce lo dicho arriba, que la gente habla o deja de hablar según le interesa, y ese interés rara vez viene determinado por imperativo de una ley, que además suele fracasar porque se promulga con intención de cambiar un interés real de la gente que va en otro sentido. Las teorías sobre el auto-odio de los gallegos tienen poco de filológico y mucho de intencionalidad sociopolítica; pero vamos a dejar estas consideraciones para más adelante.

Lo que ahora quiero resaltar es que desde siempre los gallegos estuvieron en tratos con los castellanos, y por tanto la lengua gallega y la castellana influidas mutuamente desde sus mismos orígenes, sólo que la diferencia en el número de hablantes ha puesto la inercia a favor de la última. Y en este punto quiero mirar más en detalle eso de que los gallegos se fijasen en Toledo al hablar: aunque el castellano era suficientemente diferente como para ser percibido como otra lengua, no lo era tanto como para que no se pudiesen traspasar con facilidad multitud de elementos.

Respondo con esto al comentario de Alfonso Rey a la entrada sobre formación de lenguas, según la cual el llamado castrapo, que en sentido amplio es la mezcla entre gallego y castellano, sería un inicio de fusión entre las dos lenguas. Yo casi iría más allá: el castrapo es el vínculo que nunca se ha roto, simplemente un conjunto de opciones (de entre las elecciones de innovaciones que decíamos en las primeras entradas el blog) que muchos hablantes de gallego han hecho en comunidad con los castellanos.

El castrapo es despreciado por el común de los gallegos instruidos por considerarlo gallego impuro, pero yo defiendo que gallego es lo que hablen los gallegos: no sólo el gallego que se dice más puro, sino toda la gradación que hay de la menos a la más castellana de las variedades del gallego. El caso simpático de que, por ejemplo, haya en Chantada a quien le parezca curioso que al cuchilo lo llamen coitelo en Escairón (a 5 km) es de lo más natural. Apártese de mí el repetir el comportamiento que llegué a tener yo de pequeño de ir a la aldea y decir a mis primos que “non se di así”. La enseñanza pública casi llegó a hacerme creer que el gallego que aprendía en el colegio era el bueno. Me hace sentir como un señorito snob asqueroso.

Lo que yo diría que es menos gallego, por no tener una base real, es el xunteiro o gallego normativo, producto de elucubraciones filológicas más que de la realidad lingüística. Pero de eso, repito, hablaré más adelante.

Por terminar con unos casos anecdóticos, recuerdo un documental (creo que lo vi en 2009) de la Televisión de Galicia en que se entrevistaba a gente de dentro y fuera de Galicia acerca de la situación de la lengua gallega en las tierras limítrofes con Galicia. En él un aldeano portugués de la frontera comentaba que cuando iba a Oporto lo tomaban por gallego, cuando, francamente, su acento a oídos de un servidor sonaba decididamente portugués, aunque próximo. Por otro lado, había varios asturianos, la mayoría hablaban castellano o asturiano, y uno gallego. También eran entrevistados personajes de cierto renombre de Galicia, ésos básicamente teorizaban. Y filólogos asturianus, indignados con las intromisiones de sus colegas gallegos al oriente de los límites de Galicia: ¿por qué no dicen que el del norte de Portugal es gallego? se preguntaban. Me parece, si podemos volver a citar la entrada sobre el modelo de árbol, que todos los teóricos se estaban peleando por apartar las ramas y pretender que no se tocan, olvidándose del entremezclamiento natural de los idiomas.

10/01/2010

Formación de la lengua gallega

Con las dos entradas anteriores en mente, fijémonos en la historia que ha desembocado en la situación lingüística de la Galicia de hoy (en las lenguas de uso más común y tradicional entre sus habitantes).

Para empezar, las lenguas prerromanas han desaparecido: las que se hablan en Galicia y los alrededores inmediatos son dialectos latinos.

Después podemos preguntarnos qué grado de relación tiene el gallego con las demás variantes o dialectos vecinos. Empezando por cuestionarnos el mismo principio, hemos de tener en cuenta que se ha acabado por dar el nombre de gallego, por antonomasia, simplemente a la que históricamente se ha considerado más típica de dicha región.

El gallego no es una rama aislada del árbol de tronco latino. Comparte rasgos con las variantes vecinas: asturiano, leonés, portugués. Si la diversificación de las lenguas funciona como se describe en las entradas anteriores del blog, el que haya una lengua gallega suficientemente diferenciada lingüísticamente de dialectos vecinos se debe a una acumulación de rasgos igualmente diferentes. Ello se podía deber a 1) la natural variación aleatoria de las lenguas, y 2) al establecimiento de modelos de referencia lejanos (ya variados aleatoriamente); ambas cosas ocurrieron en Galicia.

1) Rota la unidad (= modelo común a imitar) latina, no dejó de haber un continuo lingüístico. Con el reino visigodo (ss. VI-VII) existió una élite central para toda la Península Ibérica que aún escribía en latín, es decir, aún no tenía conciencia de usar otra lengua que no fuera la “de toda la vida” (por muy degradada que se considerase). Quizás manteniéndose esa élite latinohablante se hubiese mantenido también una referencia única para toda la Península y hoy tendríamos un panorama más uniforme; pero la invasión musulmana estableció una lengua de cultura radicalmente diferente (el árabe) y por tanto descabezó los dialectos latinos dejando a sus hablantes a su libre albedrío, es decir, hablando sin referencia culta latina.

En esta situación operó la variación aleatoria, haciendo que el latín (romance podemos empezar a llamarlo) de la Península se diversificase sin una tendencia unificadora opuesta. Cuanto mayor es la incomunicación, más abrupta la variación, y así tenemos en el caso de Galicia un Macizo Galaico, unos Ancares, Courel, etc. que favorecieron la diferenciación dialectal respecto al entorno.

Pronto se establecieron reinos cristianos en el norte, entidades políticas que en un principio mantuvieron el latín pero que, a medida que se tomó conciencia de la diferencia de dicha lengua respecto a las del vulgo, se fue abriendo paso a éstas, que ya eran diversas. Quizá no todavía muy separadas unas de otras, no tanto como han llegado a serlo sus descendientes hoy, pero lo sufiente para que dependiendo del lugar se le diese nombre diferente según su territorio. Y a la de Galicia se llamó gallego.

De la fragmentación medieval hereda la España de hoy los dialectos que se hablan en su tercio norte, aproximadamente. En el caso de Galicia, ese proceso explica sus diferencias respecto a asturiano y leonés.

2) Respecto al sur, por aquel entonces el dialecto o lengua gallega tenía su propio continuo de variantes desde el Cantábrico hasta la frontera con el Islam, y quizá no era muy diferente de lo que hablaban los mozárabes del otro lado de la misma. Pero ocurrió la separación política de la mitad sur de lo que fuera el condado gallego, transformado en el reino de Portugal, y con ella se estableció un punto de referencia que ya no tenía en cuenta lo que se hablaba en la mitad norte. Por lo tanto se produjo la diferenciación por el segundo mecanismo, el tener un punto de referencia lejano. Pero éste valía para la mitad sur; para la norte ya no era Portugal la referencia, sino la Corona de Castilla de la que Galicia formaba parte: los gallegos se fijaban en Toledo al hablar. Y es posible que el hecho de que todos los centros de referencia estuviesen lejos contribuyese a mantener la idiosincrasia de la lengua gallega, que dificultase su disolución en ninguna de las lenguas romances vecinas.

Y de ahí llegaré en la siguiente entrada al presente lingüístico de Galicia.

05/01/2010

Lenguas separadas y modelo de árbol

Después de lo dicho en la anterior entrada, ¿cuándo adquiere validez el modelo de árbol? En fin, no vamos a dejar de reconocer que, de acuerdo con la manera de propagarse las innovaciones lingüísticas, el modelo de ondas describe el comportamiento correcto. El problema es que lo que así se propaga (dentro de la comunidad de hablantes) NO es la lengua en bloque, sino CADA UNO de los rasgos y elementos que la componen, que formarían lo que se llaman isoglosas.

Lo cual implica que, una vez extendida una lengua (= su comunidad de hablantes), pueden ocurrir dos cosas: o se mantienen unidos o no. Por supuesto existe una gradación continua entre ambas situaciones: díficil es la separación absoluta, y la cohesión absoluta sólo es la del individuo consigo mismo (y a veces ni eso). Simplemente cuanto mayor es la desunión mayor es la probabilidad de que una innovación se comporte diferentemente en un lado que en otro, y por tanto que se puedan acumular diferencias que acaben dando lugar a lenguas diferentes.

Todo lo cual no debe hacernos olvidar que las innovaciones pueden surgir en cualquier punto del territorio en que se extiende, o de la comunidad de hablantes, lo cual hace que, si todas las lenguas evolucionasen a la misma velocidad (lo que no tiene por qué ocurrir), ninguna parte de esa comunidad podría decir que habla una lengua más auténtica, más cercana a la original, que la otra.

Por poner ya el ejemplo, tenemos a unos romanos/latinos/itálicos que extienden su cultura, lengua incluida, en torno al Mediterráneo, y pongamos que las lenguas que fueron encontrando les resultaban ininteligibles (hay que preguntar a los expertos en qué medida podrían entender los latinos las lenguas indoeuropeas de fuera de Italia de las que la suya llevaba siglos separada). Sea por entrada de hablantes de latín o por imitación de los nativos, el latín se va extendiendo y cada punto, cada hablante, se convierte en un posible foco de innovaciones.

Ahora bien, no me olvido del árbol. Pues bien, una comunidad de hablantes extensa que se mantiene unida define, conscientemente o no, un punto de referencia. En una situación digamos igualitaria, sin una parte de la comunidad cuyo criterio prevalezca sobre el de otras, la referencia es el consenso o la mayoría. Pero cuando sí existe un grupo de prestigio, por la propia definición las opciones que triunfarán ante las innovaciones serán las de ese grupo, mientras que otras no son imitadas y fracasan, se extinguen. Típicamente son las élites sociales las que se constituyen en referencia a imitar por el resto de los hablantes. En este caso tenemos un tronco único, una lengua única, y la sola posibilidad de ruptura es que la lengua “vulgar”, aun unida, evolucione tan rápido que las élites queden demasiado atrás. Durante casi todo el primer milenio de nuestra era esto ocurrió en cierta medida al latín: había dialectalismos, pero la diferencia mayor estaba entre el latín literario y el popular.

Pero cuando aparecen varios centros de referencia la situación se complica, y sobre todo, es evidencia de la ruptura de la comunidad de hablantes, y ahonda en ella de la siguiente manera. Cuanto mayor sea la distancia (dialectalmente en general, aunque suele ser por motivos geográficos) entre dos centros, las diferencias son mayores. Entre el uno y el otro habrá un continuo de variantes, de opciones ante la innovación, pero con el tiempo este continuo, sometido en diferentes áreas a la influencia de diferentes centros, se va rompiendo, porque cada uno de dichos centros convierte su área de influencia en un bloque separado de otros.

Volviendo al ejemplo, ésta es la situación del latín a partir de la extinción del Imperio Romano occidental. Cada vez que las élites cultas que iban a rastras de las innovaciones intentaban echar un frenazo a los vulgarismos no hacían sino aferrar las amarras en medio de la tempestad, y las amarras se iban rompiendo. De modo que en torno al cambio de milenio acabaron estableciéndose nuevos centros de referencia regionales que atrajeron hacia sí a sus respectivas áreas de influencia, separándolas.

Con el tiempo esto causa también que sean menos los ejemplos de hablantes de variantes intermedias en las áreas limítrofes (insisto, los límites no son sólo geográficos, sino dialectales en general), y acaba por poder decirse que en cada bloque se habla una lengua diferente, y en este punto, por fin, es sintéticamente útil el modelo de árbol.

Sólo añadiría una precisión, que recuerdo haber visto en el campo de la genética, hecha al modelo de árbol, y es la de representar más cortas las ramas más cercanas al tronco original.

En las siguientes entradas profundizaré en la situación de Galicia (interesante también para asturianos, leoneses y portugueses).

01/01/2010

Glotogénesis o formación de lenguas

Muchas vueltas he dado a este tema, por interés político y científico por el ambiente en que uno está inmerso, y a la hora de exponer mis conceptos al respecto creo que se podrían plantear una serie de estratos, del más simple al más elaborado, que incluso podrían tener un cierto paralelismo con situaciones históricas (en las que con el objetivo de centrarme en lo que afecta a la situación de la Galicia en que vivo me remontaré lo mínimo posible a antes del s. XVIII). Partamos de la situación y concepción más simples. ¿Qué es una lengua? Bueno, ni más ni menos que un sistema de comunicación verbal o escrito, que además tiene una serie de características definidas que una serie de individuos reconocen. Sencilla, la cosa, aunque en los debates acerca de la misma este punto suele perderse de vista. Si se me permite añadir un rizo, cuando yo andaba por la Facultad en aquella travesía que fue la carrera de Físicas tuve la ocurrencia de que la evolución de las especies biológicas y los modelos que las estudian podían trasladarse a la evolución de las lenguas, que serían por tanto “especies lingüísticas”. Lo cual mantendré mientras no se me demuestre lo contrario: los rasgos en lugar de transmitirse por herencia genética de una generación a la siguiente lo hacen por imitación de un hablante a otro. Y de eso hace más de diez años; con el tiempo he acabado por considerar que si eso es así se debería a que el lenguaje no es sino un rasgo biológico más de nuestra especie (que lo pueda ser de otras lo dejo a los biólogos), como lo sería en general cualquier otro aspecto cultural. Pero, en fin, ello implica una visión de la evolución de las lenguas que va más allá de los modelos de árbol o de ondas que se nos enseñaban en el instituto y que explica por qué ambos tienen parte de razón. Las lenguas, es decir determinados códigos de comunicación, se transmiten en el modo más elemental por imitación y deducción de los significados y reglas que se escuchan (dejemos de momento el estudio consciente y deliberado). Y diciendo “las lenguas” no sólo hablo de códigos totalmente incomprensibles en un principio para el aprendiz, separados completamente de cualquier otro que éste pueda conocer previamente y que se puedan recopilar en un manual de “Lengua X”. No, también hablo de cualquier elemento nuevo que en tema de lengua pueda llegar a oídos de cualquiera, desde lo más cercano (un significado o palabra nuevos, una frase hecha, una construcción sintáctica desconocida, trozos de slang, etc.) a esa lejanísima e inconexa lengua X. Las innovaciones surgen espontáneamente, en ocasiones siguiendo reglas, en ocasiones no, y se transmiten por aprendizaje, como una mancha que se extiende entre personas que se comunican. Unas innovaciones no son suficientemente copiadas, pierden fama y éxito y acaban por extinguirse. Otras en cambio triunfan. Dependiendo de factores varios pero fundamentalmente de la interconexión, un grupo de hablantes tenderá a comportarse en conjunto con las innovaciones, sean éxitos o fracasos. El modelo de las ondas refleja esto. Cada innovación viaja como una ola, y si consideramos que la opción que el grupo de hablantes tomará respecto a ella (adoptarla o abandonarla) tiene un resultado aleatorio, la acumulación de innovaciones va diferenciando el dialecto de un grupo de hablantes del de otro, aun cuando al principio eran la misma lengua indiferenciada (y esto puede sonarles a los biólogos). Esto produce algunos efectos interesantes, como por ejemplo la percepción que tienen los hablantes de diferentes dialectos todavía mutuamente inteligibles hasta el punto de poder ser bien comparables. Me aventuro a decir que a cada uno le parecerá siempre que el otro dialecto tiene un toque “antiguo”; tenemos ejemplos como la afirmación que una vez oí de que los gibraltareños hablan el andaluz del siglo XVIII, o la del buen castellano que hablan los hispanoaméricanos, o la mía de que el judeoespañol me suena a castellano del siglo XV. Dejando aparte el conservadurismo que tal o cual grupo pueda mostrar, es lógico que percibamos en los parientes lingüísticos un toque antiguo: el de las innovaciones que nosotros hemos adoptado pero ellos no (siempre que tengamos conocimiento de estadios anteriores de nuestra lengua). Pero también detectaremos elementos “extraños”: las innovaciones que ellos han adoptado pero nosotros no (pongamos por ejemplo los anglicismos de EE.UU. en el español hispanoamericano). El numeroso resto es la parte común, aún no afectada por innovaciones en unos ni otros. Me atrevo también a afirmar que la razón por la que el italiano estándar, que toma como referente a Dante y por tanto una época antigua, es más inteligible para los hispanohablantes que cualquier “dialetto” precisamente por esa antigüedad: los “dialetti” están más al día y por tanto más separados. O, simplemente, se trata de las funciones de intercomunicación que tiene que cumplir la variante culta de una lengua: tiene que llegar a los hablantes de todos los dialetti, responder a sus características comunes, y haciéndolo, también responde a las que son comunes con otras lenguas romances.

NOTA a 16/09/2020: la obra colectiva Phylogenetic methods and the prehistory of languages (Forster & Renfrew, eds.), entra en detalle y con rigor en este análisis.

Bienvenida

Aparte del blog específico sobre Tolkien en el que vuelco buena parte de mi pasión por la Lingüística y la Historia, aquí iré soltando las reflexiones y rayadas varias que como humilde ciudadano particular me hago sobre cualesquiera otros temas, para simplemente estar comunicado con el prójimo.
Saludos a todos.

Breogán Rey