28/01/2010

Odio las corbatas

Antes de trabajar como decente consultor, mi relación con esa cosa llamada corbata era de extrañamiento. Una cosa pintoresca cuya historia había consultado en alguna enciclopedia: “¿Cómo demonios habrá sobrevivido esa prenda tan fuera de utilidad?”
Luego vino la consultoría, y el plantar fachada al cliente. ¿Tendrá algún diseño particular el tejido de la corbata que mediante su visión frontal hace más dócil a quien te paga? Teníamos que aparecer siempre con corbata; para mí serían una docena de días en total, pero no me he vuelto a olvidar de cómo se hace el nudo. Qué bien sentaba que el jefe te dijera que “la corbata no va bien con una camisa como ésa”. Porque, al fin y al cabo, también resultaba que había un sitio en que “son rarísimos, llevan unas combinaciones de colores que…” y ponía mala cara, como reviviendo los mareos que le daban cuando veía tales aberraciones cromáticas.
Aparte de mi natural aversión al instinto que tenemos de dejarnos llevar por las apariencias, lo que acabó de forjar mi desprecio por ese absurdo complemento fue aquella entrevista de trabajo (era el final de la selección) en la cual la directivo que me había dado el segundo repaso me dijo, justo antes de salir por la puerta del edificio:
-Sólo una cosa, que no sé si te han dicho: aquí hay la norma de usar siempre traje, por imagen; no sé si tendrías algún problema.
Quizás yo debería haber ido a las dos entrevistas luciendo mis mejores galas (el único traje que cuelga en mi armario, entiéndase), que ellos habrían echado en falta. De todas formas, no pude sino responder con mi típica sinceridad:
-Bueno, me parece una estupidez, pero no tengo problema.
Huelga decir que ese calificativo selló mi éxito en aquella empresa. Pero no dejé de añadir:
-De todas formas, he visto a gente sin traje hace un rato…
-No, es que esos son los informáticos, que como están con los equipos se manchan mucho, y claro…
“Claro”, pensé yo, “que como todo el mundo sabe, el manejo de ordenadores implica frecuentes chorros de lubricante, desgarros con alambres, chispas y polvillos varios; y para protegerse de ellos se enfundan en ese atuendo especial de trabajo llamado camisa y pantalón”. Por supuesto no me iba a reconocer que a los informáticos los tienen más mimados porque eran más valiosos para la empresa; podía haberme metido la excusa más honrada, aunque fuera falsa, de que simplemente no tenían trato directo con el cliente.
Afortunadamente, según me dijeron después varias fuentes, ése era un lugar de bastante mal ambiente de trabajo; lo cual podía haber supuesto yo mismo cuando ya en la primera entrevista me habían dicho que como aquel cliente era de la Administración pública los horarios se cumplían a rajatabla, pero que con los clientes normales “se trabajaba”. Entendiérase entonces que con el sector público el dinero me lo regalaban. O se comprende demasiado bien lo que querían decir.
Por ello desde entonces, cuando veo a alguien con corbata, desconfío. Ves los actos, presentaciones, conferencias, las revistas corporativas, los prebostes de las grandes empresas, los de las no tan grandes imitándolos, los salones y ferias, etc. etc. Todo grandilocuencia y fachada, todo sensación y marketing. Para dar parte de las cosas importantes que se planteen, bastan una nota de prensa o un CD a las agencias de noticias; no nos quepa duda de que el trabajo está por detrás, en reuniones técnicas de ratoncillos de biblioteca cuyos resultados en sí son la noticia, no la presentación que se haga de ellos.
Y todo esto por la atención que prestamos a las apariencias. Pero, al fin ¿no es lo que todos hacemos cotidianamente? Por desgracia, incluso en un entorno de información como en el que vivimos hoy, seguramente nos vemos obligados a descartar muchas cosas a la primera, y recuperamos nuestro comportamiento de primates, animales impresionables que adquieren casi toda su información mediante la vista.

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