06/12/2010

Ejemplo de evaluación para ciencias en ESO

En los últimos días, según estoy dedicado a estudiar desarrollo psicológico y didáctica, he maquinado un sistema de evaluación pensado para las asignaturas de ciencias de la Educación Secundaria Obligatoria, particularmente la Física y Química que serían mi especialidad, y que me gustaría poder llegar a implantar. La publico para que cualquier otro docente la aproveche o por el contrario vea que no es tan original, o que no es para tanto.
La propuesta trata de superar las limitaciones del método tradicional y más usado de impartir clases con el objetivo de superar un examen y plantear éste como método casi único de evaluación.
La idea motora inicial ha sido mi tradicional rechazo al aprendizaje memorístico (tradicional desde que he nacido, quiero decir, a pesar de haber sido un buen alumno en las enseñanzas primaria y secundaria); tengo claro y comprobado en mí y en otros que de lo que más se aprende, incluso de lo que más se acaba memorizando, es de aquello a lo que uno se acerca con interés. El memorístico acaba ofreciendo una posada demasiado cómoda en el viaje hacia el aprendizaje profundo, hasta el punto de que muchos ya no van más allá de ella.
La construcción de este modelo ha sido movida por ese rechazo y teniendo en cuenta que la ESO, por muy 4º que sea, todavía es la parte de enseñanza que el Estado considera básica, de “cultura general” y común para todo el mundo, y por tanto ha de estar radicalmente enfocada a cómo los alumnos a lo largo de su vida (y no sólo académica) van a topar y necesitar de los conocimientos que la asignatura les aporta. No se puede dar por supuesta o adelantar una orientación hacia el Bachillerato, un ciclo formativo, la vida laboral directa o cualquier otro posible futuro para el alumno, porque la materia y el modo de manejarla ha de valer para todas ellas y además, siempre, para la vida cotidiana.
Otra idea general que me ha movido es que la evaluación de un aprendizaje profundo frente a la de uno superficial o estratégico implica un cara a cara, es decir, evaluar lo que el alumno sea capaz de mostrar en persona. No se trata, como se podría pensar, de establecer unos criterios para la nota final y pasar a todos los alumnos por un examen individual para asegurarse de que no copia de un compañero, de un libro, de Internet, o se lo hace el profesor particular; sino de fundamentar la evaluación en los aspectos, actividades, puntos, etc. en que el alumno demuestre que ha avanzado en su conocimiento de la materia, no sólo en un examen, sino en trabajo en clase, atención y preguntas fundamentadas, curiosidad propia, etc.
La Física y Química que me ocupa implica con todo, aun en esa vida cotidiana, una capacidad mínima de hacer números y “cuatro cuentas”. Nada complicado, lo justo para ser capaz de manejarnos mínimamente con la etiqueta de un producto de limpieza, cuánto tardaremos en llegar a tal sitio a tal velocidad cuando vamos por la autopista, o si determinado material flota en agua, por poner ejemplos de lo más común y pedestre. Esto obligaría a disponer una evaluación tradicional en un examen pero de ejercicios simples casi idénticos a los hechos en clase; una parte obligatoria necesaria pero no suficiente para superar la asignatura.
La parte que completaría la calificación de la evaluación sería una variedad de opciones a disposición del alumno a lo largo de cada trimestre, como muestra el esquema:


Los máximos indicados en el caso de puntuaciones que se obtienen mediante un número indeterminado de actividades (problemas encerado, temas breves, preguntas, actividades alternativas en conjunto) son el tope de puntos que puede obtener el alumno mediante una acumulación indefinida de las mismas. Por otro lado, como se ha dicho en clase, un modelo de este tipo obligaría al profesor a tener un control constante de los trabajos y progresos de cada alumno; su punto más débil es esa necesidad de una organización muy exhaustiva.
Las aportaciones de este ejemplo de evaluación están en las alternativas que ofrece al alumno, le da protagonismo al permitirle conseguir los puntos en lugar de que le sean simplemente atribuidos por la corrección del profesor, el énfasis que pone en el trabajo día a día teniendo en cuenta de modo efectivo el trabajo hecho a lo largo del curso, no sólo en atracón para el examen, y en plantear actividades similares a lo que podría encontrar en la vida diaria (problemas básicos, curiosidades, búsqueda de información, trabajo en grupo).
Un punto clave sería desde luego que habría que afinar bien los conocimientos y temas evaluados, ajustándolos tanto al contenido curricular como a la vida cotidiana lo más posible.
Dejando de lado la cuestión de la idoneidad de una calificación aritmética y aceptando este estricto carácter (que lo que hace es desmenuzar la calificación en muchas menores), se pueden comprobar varias cuestiones:
  • No es posible aprobar sólo con la parte básica, pero tampoco sin hacer nada de ésta.
  • No es posible obtener máxima calificación sólo con el examen (4 pt. básica + 4,5 pt. niv. medio y difícil = 8,5 pt.). El alumno que aprovechase sólo esta vía (que es la tradicional y por otro lado más orientada al Bachillerato) necesitaría al menos hacer algo en las vías alternativas obligatorias (investigación de grupo e informe de prácticas) para redondear su calificación.
  • Los alumnos podrían llegar al examen con mucha parte de la nota ganada; de hecho, cuanto más fuesen trabajando durante el trimestre, menos necesitarían para el examen, porque la parte básica de éste es de menor dificultad que las alternativas, particularmente sería una versión light de los problemas de clase. Además, saben que a la hora del examen siempre van a tener oportunidad de sumar con los dos problemas de nivel superior.
  • Aunque no hubiese tiempo para que todos los alumnos realizasen todas las alternativas, la idea es que se puede organizar el tiempo en clase para llegar a las puntuaciones máximas por varias de ellas.

04/12/2010

Barreras entre gallego y castellano

Soy de los que consideran que en Galicia no existen núcleos monolingües ni barreras comunicativas entre gallego y castellano, esto es, entre hablantes preferentes de una u otra lengua; los estudios dejan claro que en Galicia son clara minoría los que sólo hablan una de las dos.
Más aún, en múltiples aspectos gallego y castellano funcionan (es decir que son utilizados) como variantes de un único sistema, lo cual es ejemplificado por situaciones como que los hablantes de una de las lenguas saltan a la otra para aportar matices al discurso (lo que no podría ocurrir si para ellos fueren dos códigos equivalentes diferentes), o que hablantes de gallego usan el castellano en registros en los que sin embargo muestran dificultades con el gallego normativo, llegando incluso a rechazar que se use con ellos.
La proximidad entre gallego y castellano se fundamenta no sólo en la proximidad de los rasgos lingüísticos sino también en el hecho de que todos los hablantes de aquél son competentes en éste al nivel al que lo puede ser cualquier otro castellanohablante. En Galicia, gallego y castellano están profundamente interpenetrados; me remito a entradas anteriores del blog para más detalles; baste aquí recordar que tal proximidad es creciente, hallándose el gallego común (no normativo) en proceso de fusión con el castellano (que en Galicia, como es natural, también vive la influencia del gallego). Podría llamarse “reintegración” igual que la pretendida por algunos con el portugués, pues en su día también gallego y castellano fueron la misma lengua. La intercomunicación, que algunos se empeñan en considerar imposición, favorece dicho proceso; es una simple cuestión de inercia entre una lengua hablada por 2,5 millones de personas y otra por 200 veces más (entre ellos los hablantes de la primera) que el resultado final sea más próximo a la última.
En la medida en que se mantengan como diferentes, la mera intercomunicación determina que hoy se mantenga la tendencia de uso a favor del castellano, incluso después de décadas de defensa del gallego que lo han justamente dignificado y han relegado al ridículo actitudes antiguas que le asociaban de modo general connotaciones negativas (la consulta de la Xunta en 2009 sobre la lengua en la enseñanza muestra claramente que los padres defienden que sus hijos aprendan gallego más favorablemente a lo que determinarían los porcentajes de uso preferente que hacen del castellano). Los medios por los que se podría preservar la separación entre una y otra lengua serían la separación de las dos comunidades de hablantes (imposible porque habría que tronchar, en el significado culto del término, a la mayoría de gallegos) o hacer el esfuerzo de mantener la distinción entre los dos códigos lingüísticos, en cuyo caso nos mantenemos en el equilibrio inestable que ya he descrito.
La opción de la diferenciación es la tomada por las autoridades lingüísticas del gallego en la elaboración de la normativa, frente a la tendencia integradora con el castellano de la mayoría de gallegos, y es la única fuente de algún problema (mínimo, con todo) que he encontrado en mi experiencia personal con alumnos y programaciones de enseñanza básica y media, a saber: el vocabulario extraño. Es un problema mínimo porque es una cuestión de simple traducción; no hay una auténtica separación de conceptos, de significados, como he explicado, entre otros motivos porque el lenguaje utilizado trasluce que los propios autores de los libros de texto son en muchas ocasiones ellos mismos castellanohablantes. El problema de las “palabras raras”, que son mayormente vocabulario técnico, es el mismo para alumnos gallegohablantes como castellanohablantes, pues el estándar que ambos utilizan en la vida diaria es el común de España, no el normativo de la RAG, y produce pequeñas lagunas de léxico especializado.
La cercanía y fusión entre gallego y castellano vuelve completamente absurdo y contraproducente todo esfuerzo por levantar barreras entre una y otra lengua, estando en mi opinión en condiciones de ser tratadas como una sola, como según digo ya hacen muchos gallegos. Henrique Monteagudo recalca en el artículo que menciono (p. 51) la posibilidad de utilizar cualquiera de las dos lenguas incluso en la primera enseñanza, pero paralelamente, de acuerdo a una intención intervencionista en las vidas de los escolares, sostiene en las pp. siguientes que el gallego debe recibir trato de favor.
Uno de los argumentos que expone el autor para defender dicho trato es que considera que el gallego todavía es minusvalorado y sufre prejuicios por parte de la sociedad (que por otro lado es su propietaria), incomprendiendo una vez más que en el entorno social y económico de cualquier gallego, objetivamente la pura utilidad pragmática pone primero al castellano y a continuación al inglés; la del gallego reside sólo en su cercanía al castellano o (en grado menor) al portugués. La frase típica de los padres de otros tiempos sobre que “na escuela non fai falta que estudien gallego, que ése xa o aprenden na casa” sigue siendo tópicamente incomprendida, pues no era un desprecio a su lengua tradicional, sino querer que el recurso público que es la escuela diese las mejores oportunidades a sus hijos. Monteagudo, abundando en la idea intervencionista, “actitudinal” (p. 56), defiende que el único medio que puede promover el debido conocimiento de las lenguas es la escuela, y que es necesario para revertir el estatus de las lenguas “minorizadas” (íd.; no minoritarias, lo que implicaría una concepción de nuevo más realista de los motivos por los que las lenguas se extienden o extinguen). En cambio la boyante situación del castellano permite un margen de mayor desatención del mismo en la enseñanza, ya que cualquier gallegohablante, en este caso sí, ya accede “ao seu coñecemento para poder usalo cando queira ou precise” (p. 59) de modo natural y sin necesidad de promoción artificial por parte de los poderes públicos.
Todo ello no debe hacernos olvidar un hecho incontestable en el que coincido con Monteagudo (p. 58): que las lenguas, como cualquier otro conocimiento, cuantas más se sepan, mejor. Y aunque se hacen actos de fe respecto a que la diversidad enriquece, yo más bien diría que la diversidad es la que es y punto, pero es el conocimiento lo que permite aprovechar los elementos positivos y salvar los negativos (que sí existen) de la diversidad.
Con esto termino la publicación de mi comentario a los tres artículos mencionados hace unos días.

02/12/2010

Lenguas oficiales en Galicia

Sin entrar desde luego a cuestionar el imperio de la ley, que es un rasgo de civilización, sí podemos cuestionarnos si las leyes vigentes son las óptimas.
Respecto a la oficialidad de las lenguas, es un aspecto en el que se entra en mi opinión demasiado a menudo en la vida privada de las personas. La formulación de la Constitución Española (Art. 3.1.: “El castellano es la lengua española oficial del Estado. Todos los españoles tienen el deber de conocerla y el derecho a usarla”) es suficientemente abierta como para que el motivo de que se disponga un deber respecto al español pueda ser interpretado en sentidos diversos: desde el más liberal porque ayuda a mantener las oportunidades que el castellano ofrece a los ciudadanos españoles dentro de la nación que formamos, hasta el nacionalista en que sea para preservar la identidad colectiva de los españoles.
El Estatuto de Autonomía dice poco sobre la lengua, pero basta para introducir matices que no toman la opción liberal sino la intervencionista, siendo además asimétrico a favor del uso del gallego (Art. 5.1.: “A lingua propia de Galicia é o galego”; art. 5.3.: “Os poderes públicos de Galicia […] potenciarán o emprego do galego en tódolos planos da vida pública, cultural e informativa”).
Dos años tardó en desarollarse el espíritu subyacente a ese artículo lingüístico del Estatuto en una “Lei de normalización” que desde su mismo título desconsidera las libertades individuales y en su preámbulo despliega una pirotecnia sobre identidades colectivas, elevación del gallego a elemento clave para su preservación e ignorancia deliberada de que los mecanismos por los que las lenguas pierden hablantes son básicamente internos de éstos.
En ninguno de estos textos legales, que he comentado en su orden jerárquico, se defiende la única política lingüística que considero aceptable (descrita en la entrada anterior), que intentaría hacer una defensa no de la normalización de ninguna lengua sino de la normalidad (libertad) lingüística respecto a cualesquiera que existan en la sociedad a la que afecte dicha legislación.

Derechos lingüísticos colectivos

La Declaración Universal de los Derechos Lingüísticos es un instrumento contradictorio a la hora de tratar los derechos individuales, pues aun mencionando al individuo, desde sus propios preliminares yerra, entre otros motivos:
  • subordinándolo a las identidades colectivas como instrumento para la preservación de éstas;
  • ignorando su capacidad para tomar sus propias decisiones;
  • obviando la dimensión utilitaria de las lenguas, y por tanto los mecanismos por los que son adoptadas o abandonadas, así como las razones objetivas para su promoción;
  • considerando implícitamente las lenguas como sujeto de derecho, e
  • identificando lenguas con territorios (v. entrada anterior).
Si consideramos como la situación ideal para el individuo aquélla en que es libre de hacer su voluntad, no nos queda más que aceptar que no hay argumentos suficientemente elevados como para imponerle el deber de hablar una lengua que no le interesa objetivamente (v. J.R. Lodares, El Paraíso Políglota). Esto va en contra de muchas políticas lingüísticas, que ponen el foco en las lenguas y no en el interés de los individuos. Siguiendo lo argumentado en dos entradas anteriores, considero que la única política lingüística aceptable sería asegurar mediante la educación que los niños tengan la competencia necesaria en las lenguas que les hagan falta para ser ciudadanos de pleno derecho en el futuro y les dé mayores oportunidades en su vida.
Podemos reflexionar sobre por qué esta fijación por la lengua como elemento de identidad. Si es cierto lo que ya he defendido, que la cosmovisión del individuo reside en los conceptos o significados subyacentes a su(s) idioma(s), una diferencia en éstos entre dos personas no las haría auténticamente diferentes, si logran superar la barrera idiomática. Hay además una enormidad de otros rasgos culturales diferentes del idioma que conforman la identidad de las personas y los pueblos que, esos sí, se intentan extirpar por muy tradicionales que sean. Por ejemplo, en Galicia son de lo más enxebres el bocio, la tuberculosis, el caciquismo, el minifundismo y los matrimonios “de penalti” (no quiero decir que sean exclusivos de Galicia), pero hasta entre los planteamientos multiculturales más conservacionistas se considera (no siempre) que sus causas deben ser erradicadas. También son típicos las faldas largas y el paño en la cabeza, pero la moda dicta ropa vaquera y paños, si es el caso, palestinos; la música estadounidense o irlandesa en lugar de la jota y el pasodoble; sector servicios y no andar coas vacas.
Sin mayor profundización en la Psicología, me atrevo a opinar que el motivo por el cual la lengua funciona como un marcador tribal tan fuerte es cuestión de apariencias, es decir, que en un hecho tan fundamental para el ser humano como es la comunicación interpersonal, y dentro de ésta la lingüística, las diferencias de idioma son un rasgo que llama la atención inmediatamente y que en una mentalidad primitiva inspira rechazo al que es diferente (cf. el caso ejemplar de “shibboleth”).
Remato el comentario sobre este artículo rechazando también la concepción adoctrinadora de la escuela que muestra el último párrafo del artículo de Teresa Moure, abundando en lo dicho: creo que la enseñanza obligatoria debe mantener el objetivo de aportar al alumno el mínimo para su óptimo desarrollo como individuo libre.

01/12/2010

Defectos de los mapas lingüísticos

Usar los mapas para reflejar las lenguas habladas en un territorio es algo tentadoramente fácil, de hecho bastante frecuente. El concepto es sencillo: según se hable en un sitio, se pinta ese punto del mapa del color correspondiente, y ya tenemos, como decía la canción, “un país multicolor”.
En realidad no es tan sencillo. Dependiendo de la información que se quiere que el mapa dé, en ocasiones los mapas se hacen de las lenguas consideradas autóctonas (discutible concepto) y no de las demás; de hecho, son ésos los que se usan para defender los derechos seculares de las gentes a seguir hablando las lenguas de sus antepasados (entre las que sin embargo Teresa Moure por ejemplo no quiere incluir al afrikaans, tan antiguo en sus zonas de mayor implantación como las lenguas bantúes, sólo por pertenecer al grupo social que fue dominante en su país).
Ahora bien, la situación en que se pueden trazar fronteras lingüísticas es aquélla en que de modo general sólo se habla una lengua en un determinado punto. El defecto clave de los mapas lingüísticos es que asocia lengua con territorio, obviando que tal asociación tiene un intermediario que es el individuo. Es decir, no es que en un territorio se hable una lengua, sino, como ya he dicho:
en un territorio hay una serie de habitantes, cada uno de los cuales habla las lenguas que sea, y haciendo estadística se puede sacar cuánto se habla una lengua y cuánto otra.
A la situación en que es válido un mapa lingüístico se llega cuando:
  • la movilidad poblacional es nula, pues de lo contrario se hace necesario acudir a un nivel de detalle microscópico e imposible de reflejar a escala regional en el mapa, o más sencillamente se alternan rayas de colores o un sombreado;
  • en un punto sólo se habla una lengua, lo cual implica que la única posibilidad de tener que hablar otra sea con un forastero.
Es decir, a este estado se llega mediante la existencia de una situación objetiva de atraso (lo que explica lo que he dicho acerca de éste en la Francia del Ancien Régime), pues varias de las vías por las que una persona puede salir de él buscando mejores oportunidades en la vida son por un lado la movilidad geográfica, y por el otro la convivencia con gentes con otras vivencias, ideas y culturas, lenguas incluidas.
En la mayoría de los casos, en una sociedad avanzada un mapa lingüístico es una herramienta poco realista y que induce a errores de concepto, y ni mucho menos se debería esgrimir para defender lo que se debe hablar o no en un territorio. Las relaciones lingüísticas se dan entre personas, no entre territorios (v. p.ej. "Cómo el homo se convirtió en sapiens", de P. Gärdenfors, sobre la falta de lenguaje en los casos de personas solas ante el entorno, que no reciben el lenguaje a la edad adecuada). En general cada individuo tiene unos ámbitos de comunicación propios que implicarán unas lenguas, dialectos, jergas, registros, etc. también propios; la situación en que una lengua se corresponde con un territorio es en realidad excepcional. Más aún, desde el estricto punto de vista del individuo libre, los conceptos de lengua autóctona/alóctona o incluso propia/extraña son inaplicables; a lo sumo, materna/adquirida.

30/11/2010

Crítica de las bases de la ecolingüística

Al principio de este blog planteé la similitud entre las especies biológicas y lingüísticas. En esa ocasión me fijé en los rasgos de transmisión de innovaciones, “mutaciones”, en terminología biológica. Podría pensarse que esta consideración abunda en la equiparación de lenguas y especies que hace la ecolingüística, pero un análisis más profundo lo desmiente.
Atendiendo a las raíces de los conceptos, tengamos primero en cuenta qué es una especie biológica. No son unos animales concretos, pues aunque los animales nacen y mueren, la especie permanece. Siendo un poco más abstractos, no es siquiera un conjunto de animales, sino determinadas características más profundas de los mismos. Los individuos de una especie intercambian constantemente la materia que los constituyen con el entorno; de hecho podrían intercambiar todos sus átomos a lo largo de su vida y diríamos que siguen siendo los mismos individuos, y desde luego pertenecerían a la misma especie en que nacieron. Por tanto, en una definición profunda, la especie consiste en un conjunto de instrucciones, los genes, para la organización de dichos átomos.
En cuanto a una lengua, consiste al igual que una especie en elementos de información, sólo que en una especie actúan sobre átomos y moléculas y en una lengua sobre sonidos y otras entidades abstractas. A causa de esta abstracción de partida, en la historia de la ciencia ha sido más fácil identificar la naturaleza abstracta de los componentes de las lenguas que la de los genes.
Pero si en ambos casos, el biológico y el lingüístico, se trata de elementos de información, ¿hay alguna diferencia entre unos y otros? ¿No seguimos reafirmando la equiparación entre lengua y especie?
Hay un punto clave de diferencia, y es que una lengua es un código en principio arbitrario, concepto también temprano en la historia de la Lingüística. Por mucho que los hablantes de un código situados en un entorno desarrollen un idioma idiosincrásico, ello no quita que tal idioma siga teniendo una conexión arbitraria con el entorno (con la conocida salvedad de onomatopeya e interjección), es decir, que si la evolución hubiera sido diferente, hubiera importado lo mismo que hubiera desembocado en una combinación sonora distinta, mientras el concepto subyacente (el “significado” en la terminología clásica) fuese el mismo.
Esto nos lleva de nuevo a la utilidad de las lenguas tratada en la entrada anterior. Pongámonos en la situación del hablante de una lengua cualquiera que se encuentra con un código diferente, esto es, que usa otros signos lingüísticos. Mientras la nueva lengua tenga un elenco de significados equivalente, por así decirlo, la comunicación será relativamente neutra, insulsa si se me permite adjetivarla, pues consistirá simplemente en descubrir las equivalencias en significantes (sigo con los términos clásicos) y traducir. En este sentido, la existencia de lenguas diferentes es un escollo para la comunicación, y va por tanto contra el propio sentido de lo que es una lengua como medio de comunicación. De hecho, una equivalencia total entre dos códigos lingüísticos es un equilibrio inestable en el tiempo, que acaba desembocando en su resolución a favor de uno de los dos o la fusión en una nueva lengua criolla (hecho éste que es de total relevancia para las políticas lingüísticas, por ejemplo las desarrolladas en Galicia).
Pero el escollo sólo existe en el plano de los significantes. La riqueza de la diversidad lingüística no está en ellos, sonidos arbitrarios, sino en los significados. Está en que los hablantes de otra lengua tengan no otras palabras, sino otros conceptos que, esos sí, enriquecen el acervo cultural de aquéllos a quienes son transmitidos. El hablante de una lengua que se encuentra otra con conceptos e ideas diferentes ya no lo tiene tan fácil para la traducción, pues las equivalencias no son exactas y o bien adapta una palabra de su propio lenguaje, o adopta la del nuevo, o simplemente inventa. Este contraste de significados es el motor del préstamo de palabras y, de un modo más complejo (pues implica no sólo palabras sino la gramática entera), de la creación de pidgins y lenguas criollas.
La realidad nunca se mueve en los extremos de la total coincidencia de significados, que hace de la variedad un problema, ni de la total disyunción, que la convierte en riqueza una vez lograda la traducción. Basta hojear un diccionario bilingüe para comprobar numerosos casos de palabras de traducción biunívoca y otros tantos de varias traducciones posibles, o que no son las únicas que corresponden con su más próximo equivalente en el otro idioma.
Respecto a la conservación de especies biológicas y lingüísticas, hay un aspecto añadido que separa a unas y otras. Preservarlas implicaría ser capaz de mantener y reproducir los datos en que cada una consiste. Las biológicas consisten en genes, y hoy por hoy la única manera de preservarlos es mantener vivas las especies, pues aún no ha llegado nuestra tecnología a un nivel tal que permita reconstruirlas en base a los “manuales de instrucciones”. Aún estamos empezando a registrar los genomas, y empezando por ahí no existe la capacidad de componer los genes ensamblando molécula a molécula.
El caso de las lenguas es diferente. Más de cinco milenios de existencia tiene la escritura, y aunque es un sistema imperfecto para registrar tan siquiera los sonidos de las lenguas, ha bastado para mantener en un estado taxidérmico idiomas como el latín clásico o el hebreo, éste resucitado incluso. Pero ahora sí disponemos de la capacidad para registrar los sonidos y conceptos fielmente en estudios tanto lingüísticos como etnográficos, y somos capaces de reproducirlos; de ahí lo positivo de las iniciativas que documentan la diversidad lingüística. Esta clase de proyectos salvan la diversidad lingüística para el futuro aunque las lenguas estudiadas mueran, pues salvarían los tanto los significantes como los significados que componen las lenguas. Y no está fuera de nuestro alcance registrar a los hablantes de las lenguas para “revivirlos” reproduciendo los registros cuantas veces se desee con fidelidad equivalente a la que tendrían si estuviesen presentes enseñándolas.
De ese modo, y recuperando el asunto de la desaparición de lenguas de la entrada anterior, mi muy personal opinión es que podemos abandonarnos al radical pragmatismo. Desaparecen las excusas para decir a los hablantes de tal o cual lengua que no está bien que dejen de hablarla. Teresa Moure se pregunta “¿con que dereito pretende un ser humano impor aos outros a súa lingua?”, pero debemos preguntarnos también “¿con qué derecho pretende un ser humano imponer a otros que no abandonen su lengua?”. De modo que, si ya poco admisible me parece que se pretenda que la mantenga aun a riesgo de que si no lo hace la lengua quede muerta más allá de toda posibilidad de recuperación, menos legitimidad tiene pretenderlo cuando sí existen los medios para registrarla. Me parece totalmente rechazable el cuestionamiento que Moure hace (“os individuos máis novos non están dispostos a manter unha forma secular de vida”) de la libertad de los individuos a escoger lo que más les conviene en sus vidas, particularmente en el campo lingüístico que al fin y al cabo está basado en asociaciones arbitrarias entre significantes y significados, como sabemos. Lo que debe hacer un lingüista comprometido con la diversidad no es pelear por el mantenimiento de la separación cultural que preserve las lenguas (“dereito dos pobos a existir”), sino registrarlas antes de que desaparezcan: y tenemos la certeza de que absolutamente todas las lenguas del presente, sea por evolución o extinción, habrán desaparecido en un futuro más o menos lejano.

29/11/2010

Desaparición de lenguas

Hablando de asesinato de lenguas, Teresa Moure manifiesta intencionalidad respecto a la conciencia del lector de su artículo en Grial. Por otro lado, se califica de “terrible” el impacto de los sistemas occidentales triunfantes, implicando que es algo malo, cuando bastaría el adjetivo “enorme” por ejemplo, y se denomina dicha influencia “imperialismo” con una clara connotación negativa, siendo discutible que exista ningún imperialismo (sistema organizado de dominación) a estas alturas, ni que el imperialismo sea un hecho netamente negativo. Tales asociaciones me parecen de todo punto rechazables por lo que sigue:
Para hablar de asesinato debe haber intencionalidad. Durante la Revolución francesa, uno de los puntos que los Gobiernos revolucionarios se plantearon fue cómo eliminar las lenguas regionales. Dicho así de seco, parece una salvajada, pero valorándolo con la mente abierta y en el contexto de que la multiplicidad de dialectos regionales era un producto del atraso, no deja de comprenderse que detrás de dichos planes había una intención benéfica, de llevar la égalité a todos los ciudadanos de la République, por mucho que los medios para ello fuesen en ocasiones tan abominables como imponerlo a golpe de guillotina. Pero en casos como este sí podría hablarse de asesinato de lenguas, cuando existe una voluntad consciente contra un código lingüístico.
Sin embargo, el único argumento que la autora da para considerar “asesinato” a la desaparición de lenguas es el gran número ellas amenazadas. Para sostener dicha calificación deben aportarse referencias o datos pasados comprobados de lenguas que hayan sido eliminadas deliberadamente con éxito. A lo largo de la Historia ha habido casos incontables (literalmente) de lenguas desaparecidas antes de que existiera política lingüística alguna a favor o en contra de ninguna. La autora muestra una clara contradicción exponiendo los dos motivos que hacen desaparecer lenguas hoy en día (sistemas educativos y medios de comunicación) oponiéndolos a lo que se podría considerar “muerte natural” de una lengua (“uns chegan, outros se van”). Pues ¿de qué modo “se van” las lenguas, de qué modo desaparecen naturalmente? Perdiendo hablantes, por supuesto, y ¿por qué pierden hablantes? Porque éstos se mueren o pasan a usar otras lenguas. Dichos dos motivos son precisamente los que atraen a los hablantes a unas lenguas en lugar de a otras, sin necesidad de obligarles a abandonar las anteriores.
No olvidemos qué es una lengua: un sistema de comunicación. Es decir, una herramienta. La gente empieza a hablar una u otra lengua según haya un uso de ella en su entorno, y esto lo mismo vale para la primera lengua materna como para cualquier otra adquirida a lo largo de la vida. En una situación natural, la utilidad (el uso) acostumbra a la gente a una u otra lengua, y en el lado opuesto, la inutilidad (falta de uso) hace que la gente abandone lenguas. Ése es el proceso natural, y si los sistemas educativos (que deben enseñar lo útil, en el sentido de lo argumentado hace tres entradas) y los medios de comunicación (que si son libres suelen moverse por la utilidad comunicativa y el pragmatismo) son los motivos que hacen triunfar o desaparecer lenguas, no es correcto hablar de asesinato sino de hecho de muertes naturales.

28/11/2010

Lengua vs dialecto

He de remitirme en este punto al análisis extenso que se encuentra en las dos primeras entradas de este blog que trataron de lenguas ("Glotogénesis..." y "Lenguas separadas..."). Me limito ahora a reflejar los aspectos aplicables a la diferenciación entre dialecto y lengua para llegar, mediante premisas diferentes, a la misma conclusión que Teresa Moure de que: "as decisións sobre que variedade promocionar, estandarizar, difundir ou falar non son decisións “científicas” tomadas asepticamente polos especialistas; son, ante todo, decisións políticas."
Para empezar, es bien conocido el principio de que una lengua es siempre dialecto respecto a aquélla de la que procede (especialmente, añado, cuando dicha lengua es una de varias ramas de un tronco primigenio). Pero a partir de ahí la diferenciación entre uno y otro término se pierde en una nebulosa, como bien ejemplifica dicha autora con los numerosos argumentos y contraargumentos que se pueden encontrar para establecer una variedad como lengua o rebatirla y mantenerla en dialecto.
En el fondo, “lengua” y “dialecto” son términos que especifican una idea previa, que podemos llamar, como acabo de hacer, “variedad” lingüística. El tinte diferenciador entre aquellos dos conceptos reside en la independencia que se atribuye a cada uno. La lengua es independiente; el dialecto no. Incluso con ojos ecolingüísticos, un dialecto es más “perdible” que una lengua con todas las de la ley. A ojos de los hablantes, también es más miscible además con variedades vecinas.
A falta de criterios cualitativos claros considero que la ausencia de una cuantificación fiable de la variación lingüística (más allá de los recuentos de vocabulario común), que permitiría establecer límites numéricos indiscutibles (“hasta aquí es sólo dialecto, a partir de aquí, lengua”), la separación de los conceptos de “lengua” y “dialecto” se mantiene en la nebulosa desde el punto de vista lingüístico, y por tanto queda sujeto a la consideración “política” que de cada variedad tengan sus hablantes, es decir, que son ellos quienes deciden si lo que hablan es diferente (por tanto lo llamará “lengua” o “idioma”) de lo que habla el vecino. Por ejemplo, hay comparativamente más diferencias entre dialectos del inglés o los dialetti de Italia que entre variedades eslavas (ver clasificación de Linguasphere) o algunas de España que sí se llaman lenguas.
De ahí que se trate de una decisión exterior a lo que pueda decir la ciencia lingüística, al verse ésta obligada a afirmar escépticamente que la diferenciación entre los dos conceptos no es clara y a resignarse a que la distinción que pueda establecer sea más débil que la conciencia política de los hablantes.

26/11/2010

Eurocentrismo y valores universales

Corresponde, como se suele decir, a “épocas felizmente superadas”, el que los europeos, como cualquier otra civilización, considerasen ciegamente que sus valores eran los “buenos”. Era una cuestión de plana ignorancia, por no haberse enfrentado a la diversidad, con lo que ello supone de ruptura de esquemas preconcebidos y asentamiento de valores sobre cimientos más profundos, basados en principios más generales que hayan sido inducidos de la diversidad.
Pero precisamente el aspecto positivo del eurocentrismo reside no en sostener determinados valores, sino en el proceso de conocimiento, comparación y profundización. El artículo de Teresa Moure trae como ilustración de portada a Sequoya, que inventó el silabario para la lengua cherokee, causando furor entre sus tribales, que en pocos años superaron en alfabetización a los mismos colonos estadounidenses. Pues bien, lo destacable no es que los Cherokee realizaran tal logro gracias a su alejamiento de los europeos mediante un silabario independiente, sino que el mismo Sequoya estuviera motivado por el ejemplo de los europeos y sus “hojas parlantes”, es decir, que en realidad dicha tribu adoptó con avidez una virtud europea, que no era el alfabeto latino, un valor superficial, sino la alfabetización, más profundo que de por sí ya es beneficioso independientemente del alfabeto en que se produzca.
La ciencia ayuda a romper los prejuicios; el propio método científico implica mantenerse dispuesto a aceptar que uno se ha equivocado. Su validez y éxito se basan en la capacidad que concede para comprender y manejar la realidad. El método científico es una creación básicamente occidental; y no es eso lo que lo hace mejor o peor, sino el susodicho éxito. Con esto quiero decir que, igual que aprendimos en tiempos pasados que nuestros valores no eran absolutos (cosa en que los europeos sí nos distinguimos de la mayoría de pueblos), tampoco podemos por ello asumir que todo es discutible.
Vaya esto último por el cuestionamiento que a menudo se hace de la aplicación de los valores europeos al resto del mundo. En el caso de Sequoya, el valor europeo no era el alfabeto sino la alfabetización; en casos más serios, como el de los Derechos Humanos por ejemplo, son producto de una reflexión posterior al contraste que ofrece la diversidad, por ello se extienden conscientemente a toda la Humanidad. Incluso se defienden valores europeos cuando se apela a atender la diversidad.

24/11/2010

Las lenguas más habladas, en la enseñanza

Recientemente he tenido que hacer un comentario por motivos académicos a varios artículos que versaban sobre las lenguas y la enseñanza, en particular la gallega; a saber:
  • Moure, Teresa (2003). “A batalla das linguas no mundo actual. Multilingüismo e antiglobalización”, en Grial nº 160.
  • Silva Valdivia, Bieito (2008). “Lingua e escola en Galicia. Balance e propostas de futuro”, en Grial nº 160.
  • Monteagudo, Henrique (2010). “Presente e porvir do galego. Lingua, sociedade e política”, en Grial nº 186.
Como el comentario viene muy a cuento de lo primero que he escrito en este blog mío de reflexiones varias, voy a irlo publicando poco a poco, con un mínimo de edición para que se sostenga mejor fuera del contexto académico en que fue originalmente escrito.
El artículo de Teresa Moure empieza con una queja sobre la incoherencia entre las lenguas más habladas en el mundo y la importancia de la mención que se hace a las mismas en el sistema escolar, proponiendo que lo justo debería ser dar importancia a las más habladas. Estamos ante una cuestión de geografía, no de lenguas, pues el asunto es el conocimiento que de la existencia y hablantes de dichas lenguas transmite el currículo de la enseñanza en Occidente, no que los alumnos deban aprenderlas.
La clave radica en los motivos por los que unos u otros temas figuran en el currículo definido por las autoridades educativas. En general, dichos temas son los considerados básicos y mínimos para el desarrollo de la persona; el Estado los define en el cumplimiento de la igualdad de oportunidades que debe perseguir para todos los ciudadanos, en este caso escolares. Ello implica que se incluyan en el currículo conocimientos que, con la mayor objetividad posible, sean útiles para el discente.
Más en particular, los conocimientos de Geografía, que en este punto es lo que nos ocupa, realizan un zoom a lo más local; por poner un ejemplo, el río Miño es bastante irrelevante a nivel mundial e incluso europeo, secundario en el de la Península Ibérica y sobresaliente en el gallego. Pero ni siquiera al nivel más global los conocimientos impartidos aspiran al saber integral, sino al mínimo necesario en el entorno del alumno.
Aplicado lo antedicho a las lenguas, el caso es similar: para un alumno español eran tradicionalmente importantes, aparte del español mismo, el inglés (2ª lengua del mundo en hablantes nativos), francés (11ª), alemán (10ª) y secundariamente el portugués (8ª) e italiano (15ª). Empieza a pulular en los bordes de la oferta lingüística el chino (1ª) no por la posición que ocupa en número de hablantes, pues en tal caso lo hubiera hecho hace tiempo, sino por la importancia comercial y económica en general que ha adquirido la R.P.C. en los últimos años.
La evolución de la demanda natural de idioma extranjero nos enseña que lo que a efectos de un individuo da importancia objetiva a una lengua es la utilidad que para él tenga. Dentro de un concepto educativo de aportación al alumno de los conocimientos que le den oportunidades no cabe queja respecto a que el foco esté puesto en la vecindad (no geográfica sino más bien de relaciones) europea; sólo cabría exigir conocimientos globales bajo el punto de vista de una aculturación añadida, que en mi opinión superaría los objetivos del nivel básico del currículo escolar.

02/06/2010

El antiguo ¿conflicto? entre Religión y Ciencia

Es una reflexión que me asalta recurrentemente, la del estado del tema que da nombre a esta entrada; entre otras razones traída por las ocasiones al respecto con que uno se encuentra. Así, últimamente lo que me ha hecho volver a dar vueltas al asunto es la celebración el pasado año del bicentenario del nacimiento de Darwin y sesquicentenario de la publicación de El Origen de las Especies, y las tribulaciones que al pensamiento religioso ha causado su descubrimiento biológico en estos últimos dos siglos, en particular la resistencia de los protestantes (permítaseme por brevedad no especificar más dentro de esta denominación genérica), más concretamente en los Estados Unidos de América.
En muchos de los casos de resistencia de los protestantes y otros a ni siquiera considerar que la evolución se produzca está el desconocimiento de la clase de afirmación de que se trata. Se la toma como si fuese una especie de herejía, o de religión extraña; como un conjunto de afirmaciones de fe diferentes de las propias e incompatibles, y por tanto equivocadas. Se debe a la incomprensión de qué es la Ciencia. Como si Darwin fuera un profeta más de una religión impía.
Cierto es también que entre los científicos, o más bien entre los que defienden hechos afirmados por la Ciencia, hay en ocasiones también cierta incomprensión de en qué consiste ésta, a veces parecida a la que acabo de mencionar respecto a los creyentes.
El manido "conflicto" entre Religión y Ciencia no está en la contradicción de hechos afirmados por uno u otro sistema de creencias. Es decir, no está en que unos afirmen que la realidad es de una manera y otros de otra. El problema está en su método de aproximación, es decir, en cómo cada uno de esos dos sistemas (no de creencias sino de afirmar diría yo más bien) acaba por afirmar lo que afirma.
La Ciencia dice: "Veamos qué tenemos aquí" y "veamos cómo funciona". A continuación, junto con la Tecnología dice: "Veamos cómo podemos manejarlo". Como decía Richard P. Feynman que su padre, creo, le había enseñado, "No sabemos por qué, sólo sabemos cómo" (y ciertamente Feynman lo aplicó en sus teorías). Al menos en las respuestas últimas, no se busca ni obtiene el "por qué" (como un insistente niño pequeño demandaría), sino el "cómo". Al fin y al cabo se trata de un "a las pruebas me remito". La Ciencia ha de estar abierta a respetar la evidencia de las pruebas, a dudar de todo aquello que no esté suficientemente apoyado en ellas, incluso cuando las haya mantener una reserva constante de escepticismo. En definitiva, debe rehuir la petición de principio. Lo cual, dicho sea de paso, me parece un modo de lo más saludable de encarar las cosas.
En cambio, lo que personalmente he encontrado en mis vis-à-vis con la Fe (básicamente en la de otros) ha sido la afirmación de determinados hechos sin justificación alguna.
-¿Por qué necesitas justificación para todo, Breo?
-Bueno, ¿puedes afirmar cualquier ocurrencia peregrina que te venga en mente y pretender que es cierta sólo porque no se puede justificar?
Una de las ideas más asentadas que me resultaron de la temporada y media que compartí debates bíblicos con unos universitarios protestantes (me invitó una amiga con infructuoso propósito proselitista; y no fueron debates hasta que dos escépticos, un físico y un historiador, nos plantamos allí) fue un concepto más claro de la Fe: no hace falta justificar. Es una pretensión implícita de lo más naïf de que afirmar algo lo convierte en cierto. Lo cual, por ser estrictamente científico, no voy a negar: simplemente pido pruebas de que eso pueda ser así.
Uno de los aspectos que creo está en el origen de las religiones no es sino un intento de entender el mundo, científico a su manera, teniendo en cuenta que sería el más primitivo, fundamentado en la analogía respecto a los conceptos innatos del pobre homo sapiens, que tiene cierta consciencia de la propia personalidad y por tanto ve personalidades en todo lo que le rodea. La Religión, por tanto, también sería Ciencia en origen, pero se separa de ella cuando quien sostiene las primitivas explicaciones se niega a aceptar otras más profundas y rechaza las evidencias de la realidad.
Aquí es donde surge la Fe, en sostenella y no enmendalla, en el empeño de mantener una afirmación. Que de todos modos es algo de lo más humano también, porque en definitiva nuestras mentes tienden a clasificar, a compartimentar los conceptos de todo lo que nos rodea para poderlos manejar más ordenadamente. Y cotidianamente nos aferramos a ideas previas que nos mantienen cómodos, por eso no hay para mí tanta diferencia entre una persona con fe, un sectario político o un hincha deportivo, típicos ejemplos de gente que se enoja ante la perspectiva de que otro que piensa diferente pueda tener razón o convencer a otros. Y peor lo ponemos cuando dicha persona pone todo su ser en manos de esa ideología, de manera que criticar sus ideas es criticar a la persona (porque ésta lo quiere). Fundamentalistas de esta clase no pueden aspirar a ser más que un número en una masa.
Desde ese punto de vista sobre el origen de las religiones puedo plantear una comparación, también salida de dichos debates bíblicos, entre la tradición católica y el protestantismo. Les decía yo a aquellos colegas creyentes (a quienes personalmente respeto profundamente pero cuya ideología religiosa considero sinceramente de lo más erradicable), en su mayoría luteranos y calvinistas si no me equivoco, que la aparición de los movimientos protestantes había sido en cierta medida también científico, despojando el sistema de creencias establecido, sujeto a la tradición romana, de todo aquello que eran añadidos mundanos nada divinos, que no estaban en las Escrituras. Desde el punto de vista de la autenticidad de lo reflejado en la Biblia, la aparición del protestantismo había sido un paso de coherencia. Sólo que se quedó corto, y no cuestionó más allá; su axioma es que ciertos textos que ellos consideran sagrados son verdaderos.
Pero ¿y si la tradición católica estuviese en lo cierto por basarse no sólo en los libros sagrados sino también en la experiencia de siglos? Las tradiciones ortodoxas (así incluyo a las de la Europa oriental) podrían haberse formado en base a la contemplación de una intervención divina a lo largo de ese tiempo, que habría completado lo aportado por las Escrituras. ¿Con qué nos quedamos entonces? Porque en ese caso todo protestante sería un fundamentalista en mayor o menor grado.
Mi impresión es que por muy protestantes que sean, también han establecido sus propias tradiciones, para interpretar las Escrituras y vivir la religión en general, lo mismo que el catolicismo al que rechazan, desprecian y en algunos casos incluso odian.

Con todo, no tiene por qué existir el conflicto susodicho entre Fe y Ciencia, al menos a nivel personal. A fin de cuentas, uno puede considerar el siguiente extrañamiento, que es cierto: la Ciencia habla de las cosas naturales, mientras que la Fe cree en lo sobrenatural. Simplemente, cualquier entidad que se considere parte de la Naturaleza, es susceptible de estudio por la Ciencia; inversamente, cualquier entidad inasequible a la comprensión científica, es decir, que pueda saltarse por su arbitraria voluntad las leyes naturales (lo que se llama milagro, vamos) está fuera de la estudiable Naturaleza.
Como digo a veces, si apareciera un dios, sería deber del científico preguntarse cómo funciona ese dios. O también, como decía Carl Sagan (que en esto de popularizar el pensamiento científico tuvo cierto empeño y hasta éxito), el afirmar en Ciencia que tal o cual cosa la hizo el Creador, nos deja automáticamente con la pregunta de quién creó al Creador.
Lo que la persona con Fe debe tener en mente para no caer en contradicciones es no negar la realidad cuando ésta se muestra contraria a las creencias previas. Esto la deja en el clásico escenario en que la idea de un creador sobrenatural va retrocediendo a medida que la Ciencia paso a paso va descubriendo leyes más básicas y generales que explican otras más específicas. Me explico: partiendo de las leyes de cada ciencia particular, hemos ido respondiendo porqués parciales cada vez más profundos, retrocediendo en la complejidad del Universo hacia lo fundamental. Por ejemplo: el comportamiento de cada animal se basa en su historia evolutiva, que a su vez es un producto complejo de su bioquímica, que a su vez es una forma compleja de química propia de nuestro entorno planetario, que a su vez son unas complejas física atómica y gravitatoria, a su vez basadas en las cuatro fuerzas fundamentales, tres de las cuales se han podido ya comprender como variantes de una sola...
Incluso en las últimas décadas se han dado los más decididos pasos en aquella dirección soñada por Darwin, que él expresa en el último capítulo de El Origen de las Especies: la comprensión de la sociedad y psicología humanas como hechos biológicos también producto de la evolución (y radicados en la neurología > bioquímica > física atómica). Para tranquilidad, supongo, de los fieles agoreros que consideran que apartar a Dios del pensamiento humano lleva al caos. Al respecto me gusta decir (también lo aprendí en parte de los debates bíblicos) que si fundamentamos nuestra ideología y vida entera en un Dios y después resulta que no existe, entonces queda demostrado que se puede mantener una vida civilizada sin Dios alguno. Un poco enrevesado, lo reconozco.

El concepto de Dios que una persona coherente con la realidad puede mantener ha retrocedido consecuentemente con el de la propia concepción de la persona. No es posible repetir la primitiva analogía arriba mencionada. Antiguamente se pensaba en dioses presentes en cualquier elemento del entorno, o consistentes en los propios antepasados o gentes de renombre; se pasó luego a comprender más a las otras personas y los dioses se hicieron habitantes de lugares lejanos (montañas, infiernos, etc.) hasta serlo de mundos paralelos. Pero la comprensión de las cosas hizo que resultara cada vez más complicado pensar en dioses caprichosos, o aun entrometidos en la naturaleza... La analogía retrocede, y ese Dios acaba convertido en un demiurgo, en una prima causa, en una Ley Fundamental. ¿Qué queda entonces de la divinidad personal, inteligente y a cuya imagen y semejanza estamos hechos (o al revés)? Remitámonos a los hechos. Pero si ése es el concepto de Dios al que vamos, entonces no podrá haber conflicto, porque Religión y Ciencia, Fe y Razón, obedecerán al mismo Principio.

02/02/2010

Blues = country, y rock and roll

He dado últimamente en mi casa con un DVD que teníamos por ahí perdido, “The History of Rock & Roll”. Después de haber visto toda la serie, sigue siendo el cap. 1, “Rock 'n' Roll Explodes”, el que más me ha calado. En él se exploran las tendencias que rondaban en la música popular y comercial de los USA a la vuelta de la II Guerra Mundial, el ambiente y estilos de los que surgió el rock & roll.

El concepto que hasta hace tan sólo unos meses un servidor albergaba era el siguiente. En los Estados Unidos existe una peculiar concepción racial por la cual los blancos puros son adscritos a la “etnia” blanca (básicamente WASP), y los mezclados, sin distinción a la etnia de la que tienen mezcla (p.ej. ¿cómo clasificamos a mulatos 50% como Halle Berry, Lenny Kravitz o Alicia Keys?; L.-L. Cavalli-Sforza ha calculado que sobre 1/3 de los genes de los afroamericanos son blancos). Cosa distinta ocurre en Iberoamérica, donde todas las diferentes gradaciones reconocibles de los mestizajes entre blanco, negro e indio tenían su nombre y un lugar en la sociedad.

Pero en fin, yendo al tema musical que nos ocupa, la idea era que a pesar de dicha segregación los negros americanos habían logrado crear una cultura tan potente, en especial en la música, que uno tras otro los ritmos y estilos negros habían saltado las barreras sociales y contagiado a los blancos: jazz/swing, rock, soul, funky, disco, hip-hop… mientras que otros estilos (folk, country) se mantenían como feudo blanco. Sin descartar que dicho traspaso se haya producido en algunos casos, me quedó claro que en el caso del rock & roll la cosa no era precisamente así.

La mayor “revelación” que especialmente ese primer capítulo me transmitió fue que el árbol no era realmente tan asimétrico, con raíces y tronco negro y ramas sucesivas proyectándose hacia el lado blanco, sino que las raíces, aun siendo variadas, bebían todas de un estanque común. Es decir, los estilos eran fundamentalmente los mismos, y además la herencia africana tenía una importancia menor de la que yo pensaba, de hecho siendo, una vez nos paramos a analizar la música, en mi opinión menos importante que la herencia europea.

Me parece ahora mucho más realista la concepción de que la música de los negros estadounidenses se crió al igual que el resto de su cultura y sociedad: esclavos desarraigados de sus orígenes africanos y a la sombra de sus amos, aprendieron de los rednecks (blancos de cuello enrojecido al sol de clase tan baja y vida tan dura como las de los propios esclavos) la música que los abuelos de éstos habían traído de Europa. Al contrario que Iberoamérica, donde la mezcla de razas y culturas fue mucho mayor y por tanto la herencia africana incorporada en mayor medida (pensemos en las músicas del entorno del Caribe por ejemplo). Pero las músicas tradicionales de Norteamérica, no sólo la de los blancos sino también la de los negros de los EEUU, serían unas variantes más de las de la música tradicional de Europa occidental.

Las diferencias eran superficiales: la instrumentación y poco más, quizás la temática de las letras y la actitud y uso que se hacía de la música, a lo cual respondió la industria discográfica compartimentando el mercado y estableciendo o potenciando variedades de manera que al adusto e impávido vaquero correspondía el country y al desinhibido y sensual negro el rhythm & blues.

En cuanto a características musicales, estos estilos comunes jugaban fundamentalmente con acordes sencillos (mayores, menores, séptimas), y un compás o bien de 4/4 o bien de 3/4 tan acelerado que, convertido en 12/16, acaba siendo un 4/4 con los tiempos en tresillo o triplete (me vendría bien en este punto la asistencia de Edu, batería de conservatorio y antiguo compañero de ocasionales andanzas musicales que hoy triunfa en Con Mora). De hecho, el rock & roll hereda el 4/4 simple del country y el tresillo del blues y los arrastra y alterna desde entonces (para extrañeza de mis antiguos compañeros de grupo cuando les dije que el rock & roll era blues acelerado, y sin embargo en la mencionada “History of Rock & Roll” ahí está el señor Little Richard diciendo que “rock & roll is boogie-woogie uptempo”).

Una canción que se desliza inquietante pero deliciosamente en el límite entre el compás simple y el triplete es “Mess Around” de Ray Charles (1953), que escuché en la radio cuando estaba yo en las reflexiones que me había producido el mencionado DVD y vino a apuntalar el concepto. Otra canción que también lo hizo fue uno de los que figuran entre los de aquel primer capítulo de la serie: “Got my Mojo Working” de Muddy Waters (1957), un intérprete del que, sinceramente, hasta entonces sólo había oído el nombre; siendo un tema que todos consideraríamos blues, es sin embargo de ritmo típicamente country y no chirriaría que en lugar de ser cantado fuese interpretado por un fiddle (violín) a la irlandesa.

Por todo ello, aunque pudiera no extrañarnos que dos estilos europeos tradicionales como la tarantela, la jota y la muiñeira compartan base rítmica (con compás de 6/4), seguramente nos resulta más llamativo que la puedan compartir con el blues (tresillo) y, de paso, con el fandango (3/4). De ahí que resulten tan fáciles las mezclas que hacen los gaiteros-rockeros, o las de los flamencos con los bluesmen.

Mencionaría un último tema que para mí supone una referencia respecto a los orígenes del rock & roll desde hace tiempo: “In the Mood” de Glenn Miller (1939). Desde que, probablemente ya en mi infancia, cobré consciencia de la diferencia del estilo rock & roll, supe que aquel tema (que como los demás de Miller se escuchaban en mi casa y en la de mi abuelo saxofonista) podía pasar perfectamente por un rock & roll a pesar de ser unos 20 años anterior a la definición de este estilo; bastaría que en lugar de una big band lo tocase un grupo de batería, bajo y guitarra. “In the Mood” es un ejemplo de que el rock & roll vino conformándose desde mucho tiempo atrás.

Lo que lleva a uno a preguntarse qué es lo que tiene de distintivo el rock & roll. Si en los 50 aún no existía esa denominación para ningún estilo musical, si el estilo definido a finales de esa década era una variante más de entre las muchas de la música popular americana de entonces, mientras que lo que con el tiempo se ha seguido llamando rock es notablemente diferente (Jerry Lee Lewis no suena como Mike Oldfield), ¿por qué entonces se siguen identificando con esos orígenes tantos intérpretes tan alejados de ellos?

Creo que se debe a que el rock & roll no sólo es un estilo musical sino un movimiento cultural. Todo parte del éxito de los negros que fue desarrollar sus propios estilos y manera de entender la música e imbuirlos en los blancos. Chuck Berry se daba cuenta cuando decía que se estaban derribando más barreras raciales con el rock & roll que de ninguna otra manera. No sólo eran las barreras raciales sino un montón de prejuicios más: se estaban cuestionando muchas convenciones sociales y el rock & roll fue el estilo que se definió en el momento ideal para que los jóvenes lo levantaran como bandera de todo eso.

Por ello, aunque después el rock ha evolucionado vertiginosamente, llevado por una vorágine de intérpretes que en unas ocasiones reincorporan los orígenes, en otras realizan innovaciones que acaban también por convertirse en clásicos a reincorporar, la actitud permanente de rebeldía o crítica ha verdaderamente definido el movimiento cultural que es el rock.

Lo cual para alguien como un servidor tan preocupado por ser un individuo y no un número en la masa no deja de ser un interesante punto de apoyo.

01/02/2010

Salario justo y huelga

Parto de una reflexión que cualquier trabajador de una empresa puede hacerse. La riqueza generada por la actividad de la empresa procede directamente, en un instante dado, del trabajo de las personas que forman parte de ella. El trabajador puede entonces pensar “¿Por qué si los beneficios se deben a mi trabajo no me llevo la parte proporcional de aquéllos que corresponden a éste?”. Bien, establezcamos ese sistema, en el que además del salario el trabajador adquiere parte de la empresa, una especie de sistema de stock options. En definitiva, podría consistir en que en el momento de su entrada en la empresa, el trabajador no posee nada de la misma, pero con el tiempo adquiere progresivamente una parte hasta alcanzar un máximo que su puesto determina, cuando llega a una determinada antigüedad. Es decir, la propiedad de la empresa acaba siendo colectiva.

Pero pongamos que el empresario decide que quiere la empresa toda para sí, para lo cual desde la misma primera nómina a cada trabajador, le recompra la parte de propiedad que le acaba de ceder en concepto de salario, y esto lo hace con cada pago. El valor de esa parte es determinado por los mecanismos que sea. De esa manera, todo el pago al trabajador consiste en dinero, una parte por el salario propiamente dicho y la otra por la recompra de su parte de la empresa.

Esto coincide al final con el hecho de que cuando alguien está de baja laboral cobre menos que en activo; dentro del esquema planteado arriba, sigues cobrando tu sueldo, pero como no generas nada de la riqueza de la empresa, no te quedas con nada de ella.

Hemos de todas formas dado un rodeo en ideas que nos ha llevado al punto de partida. Sin descartar que el pago mediante parte de la propiedad pueda darse, el hecho de que se trate de un modo de pagar en especie nos lleva a una ventaja más del pago sólo en dinero, derivada de la propia virtud de éste, y es la de la libertad: “mi trabajo vale una cantidad de dinero, y disponiendo de dinero en lugar de parte de la propiedad de la empresa disfruto de la libertad de hacer con mi dinero lo que me plazca”. El tema es determinar cuánto dinero vale ese trabajo, cuál sería, si lo hubiese, un salario justo.

Pensándolo por un lado, sueldo justo es el que parece correcto y adecuado tanto al empleador como al asalariado. Y aunque a veces pueda parecer cosa inverosímil, esto existe; no siempre considera aquél que paga demasiado y éste que recibe demasiado poco.

Pero en fin, una posibilidad es el reparto de todos los beneficios entre los que trabajan; eso sería una cooperativa. Pero esto tampoco deja mucho espacio al crecimiento y prosperidad de la organización, a una acumulación de riquezas que puedan ser reinvertidas o la atracción de capitales externos; al cumplimiento de los objetivos por los cuales se monta una empresa, en definitiva.

Otro factor es la influencia del mercado de trabajo, que los sueldos funcionen a la inversa que los precios: cuanto mayor es la oferta de trabajo en relación a la disponibilidad de trabajadores para los puestos apropiados (el famoso según valía), más altos los sueldos, pues las empresas necesitan retener a sus empleados y compiten por ellos con buenos sueldos y otras ventajas laborales; en este extremo el límite lo pone lo rentable que el trabajador sea a la empresa. Si por el contrario escasean los puestos y abundan los profesionales, son éstos quienes de alguna manera “compiten” rebajándose, pues la empresa dispone de recambio fácil.

Lo que se me ocurre es que en este asunto, como en tantos otros, es difícil establecer una medida absoluta. El empleado tiene unas determinadas condiciones y si no está de acuerdo con ellas y quiere mejorarlas, tiene que valorar qué puede pedir, qué arriesga haciéndolo y si le merece la pena, y negociar. Una vez más nos encontramos ante la libertad individual en acción. Y ya hablaré de la responsabilidad que la educación pública tiene en esto.

Pero no sólo es el individuo; si es inteligente sabrá unirse a otros para asegurar su posición, y de este modo tenemos mecanismos ordinarios como la negociación de los convenios colectivos, o extraordinarios como la huelga. Cuya forma más razonable es la huelga pasiva, es decir, el dejar de trabajar para que la empresa se vea enfrentada a la necesidad que tiene de su empleado. Aunque, como me enseñaron en el colegio (y sigo de acuerdo), “mi libertad termina donde empieza la del otro” (concepto difuso pero la mejor que se me ocurre para la vida en sociedad) y el derecho de huelga debe ser garantizado al individuo para que la emprenda solo o en grupo, pero al mismo tiempo debe respetar la libertad de cualquier otro para no seguirla si no es su voluntad.

La Historia ofrece numerosos ejemplos de huelgas; se me ocurren los ilustrativos de la República de Roma en los casos de las secesiones de los plebeyos (494, 287 a.C.), o de la Guerra Social (91-88 a.C.). Pero por desgracia la tendencia humana a los excesos ha hecho que muchas de esas situaciones no hayan sido sólo pasivas sino activas contra el otro, entiéndase violentas, llegando hasta los actuales piquetes “informativos”.

28/01/2010

Odio las corbatas

Antes de trabajar como decente consultor, mi relación con esa cosa llamada corbata era de extrañamiento. Una cosa pintoresca cuya historia había consultado en alguna enciclopedia: “¿Cómo demonios habrá sobrevivido esa prenda tan fuera de utilidad?”
Luego vino la consultoría, y el plantar fachada al cliente. ¿Tendrá algún diseño particular el tejido de la corbata que mediante su visión frontal hace más dócil a quien te paga? Teníamos que aparecer siempre con corbata; para mí serían una docena de días en total, pero no me he vuelto a olvidar de cómo se hace el nudo. Qué bien sentaba que el jefe te dijera que “la corbata no va bien con una camisa como ésa”. Porque, al fin y al cabo, también resultaba que había un sitio en que “son rarísimos, llevan unas combinaciones de colores que…” y ponía mala cara, como reviviendo los mareos que le daban cuando veía tales aberraciones cromáticas.
Aparte de mi natural aversión al instinto que tenemos de dejarnos llevar por las apariencias, lo que acabó de forjar mi desprecio por ese absurdo complemento fue aquella entrevista de trabajo (era el final de la selección) en la cual la directivo que me había dado el segundo repaso me dijo, justo antes de salir por la puerta del edificio:
-Sólo una cosa, que no sé si te han dicho: aquí hay la norma de usar siempre traje, por imagen; no sé si tendrías algún problema.
Quizás yo debería haber ido a las dos entrevistas luciendo mis mejores galas (el único traje que cuelga en mi armario, entiéndase), que ellos habrían echado en falta. De todas formas, no pude sino responder con mi típica sinceridad:
-Bueno, me parece una estupidez, pero no tengo problema.
Huelga decir que ese calificativo selló mi éxito en aquella empresa. Pero no dejé de añadir:
-De todas formas, he visto a gente sin traje hace un rato…
-No, es que esos son los informáticos, que como están con los equipos se manchan mucho, y claro…
“Claro”, pensé yo, “que como todo el mundo sabe, el manejo de ordenadores implica frecuentes chorros de lubricante, desgarros con alambres, chispas y polvillos varios; y para protegerse de ellos se enfundan en ese atuendo especial de trabajo llamado camisa y pantalón”. Por supuesto no me iba a reconocer que a los informáticos los tienen más mimados porque eran más valiosos para la empresa; podía haberme metido la excusa más honrada, aunque fuera falsa, de que simplemente no tenían trato directo con el cliente.
Afortunadamente, según me dijeron después varias fuentes, ése era un lugar de bastante mal ambiente de trabajo; lo cual podía haber supuesto yo mismo cuando ya en la primera entrevista me habían dicho que como aquel cliente era de la Administración pública los horarios se cumplían a rajatabla, pero que con los clientes normales “se trabajaba”. Entendiérase entonces que con el sector público el dinero me lo regalaban. O se comprende demasiado bien lo que querían decir.
Por ello desde entonces, cuando veo a alguien con corbata, desconfío. Ves los actos, presentaciones, conferencias, las revistas corporativas, los prebostes de las grandes empresas, los de las no tan grandes imitándolos, los salones y ferias, etc. etc. Todo grandilocuencia y fachada, todo sensación y marketing. Para dar parte de las cosas importantes que se planteen, bastan una nota de prensa o un CD a las agencias de noticias; no nos quepa duda de que el trabajo está por detrás, en reuniones técnicas de ratoncillos de biblioteca cuyos resultados en sí son la noticia, no la presentación que se haga de ellos.
Y todo esto por la atención que prestamos a las apariencias. Pero, al fin ¿no es lo que todos hacemos cotidianamente? Por desgracia, incluso en un entorno de información como en el que vivimos hoy, seguramente nos vemos obligados a descartar muchas cosas a la primera, y recuperamos nuestro comportamiento de primates, animales impresionables que adquieren casi toda su información mediante la vista.

22/01/2010

Turrón de chocolate al micro estilo Breo

Publico esta receta urbanita que comenzó como algo tan elemental como las Pedras de Santiago, es decir, chocolate derretido con frutos secos, moldeado con cuchara; pero que a base de prueba (y error a veces), ha acabado siendo turrón. Mis allegados ya lo conocen e incluso se han lanzado a conquistar a los suegros con ella. Hémosla aquí:
Ingredientes:
Varias tabletas de chocolate con leche (ingrediente fundamental).
Mantequilla (absorbe el calor del microondas y da textura al tacto en la lengua).
Sal (potencia el sabor).
Miel (completa el sabor).
Frutos secos y frutos pasos al gusto (si no no sería turrón).
Preparación:
En un bol o ensaladera se van colocando por capas:
- una tableta de chocolate
- una capa fina de mantequilla
- una pizca de sal
- otra tableta de chocolate etc.
Acabado el chocolate y después de la última pizca de sal, añadimos una cucharada sopera de miel.
Lo metemos al microondas (no hace falta taparlo) a máxima potencia un par de minutos. Al cabo, como no todo se calienta al mismo tiempo, lo aplastamos y revolvemos y ponemos otro tanto y repetimos hasta que seamos capaces de revolver la mezcla de chocolate, mantequilla y miel y esté uniforme.
Tenemos que tener los frutos secos y pasos preparados, es decir a mano y picados hasta tamaño de gravilla (la harina que sueltan ayuda a dar consistencia y textura a la masa de cacao).
Vertemos los frutos en la masa y revolvemos hasta saturar (que no queden volúmenes apreciables de chocolate sin frutos). Volcamos en un recipiente elástico (el típico tupperware) adecuado (que nos permita extender la masa en una capa del ancho de una tableta de turrón, digamos), alisamos la superficie (con una espátula o una cuchara incluso) y a la nevera.
Cuando esté frío (aseguraos; dejad unas 6 horas mínimo por favooor) estará listo para cortar y comer.
Variantes:
- Calentar al baño maría en lugar de al micro.
- Usar otros tipos de chocolate, pero recomiendo no mezclar diferentes tipos en una misma masa, al tener diferentes propiedades pueden hacer grumos.
- Suele quedar bien combinar frutos pasos con secos, pero cualquier mezcla vale. Podemos jugar con la variedad de pasos (uvas, ciruelas, papaya, melocotón, manzana, pera, albaricoque...) y secos (de todos conocida).
- Usar cucharas o cubiteras para dar las formas.
Que cada uno encuentre su combinación ideal, y que aproveche.

19/01/2010

La situación ideal para la lengua gallega

Pretendo que la siguiente pintura de la que creo sería situación ideal respecto al gallego sea colofón al tema sociolingüístico sobre el que llevo escrito en el blog desde que lo abrí, para pasar ya a otros asuntos (aunque sin duda en el futuro volveré).

Esa idealidad podría articularse derribando los tres errores que en mi opinión existen hoy al respecto:

  1. Personalización de la lengua.

Hay que partir de la base objetiva de que una lengua no es sino un código de comunicación. El síndrome del taxónomo ha parido, al menos en Galicia, una aberración tan enorme como concebir la lengua gallega como objeto de respeto, defensa o amor: hablar de un código de comunicación como si de una persona se tratase (¡mi madriña!), o lo que es peor, como de una especie de veneranda divinidad, llegándose prácticamente a hacerla sujeto de derecho. Retrocedemos al paganismo o más allá, al primitivo estado humano de bandada irracional.

Introduzcamos un poco de pensamiento científico y cambiemos el sujeto: ¿merece nuestro tierno amor el lenguaje de signos, o el código Morse, o las señales de humo? Que cada cual individualmente le brinde entrañable aprecio si así ha sido su vida o educación. Pero en el colectivo, simplemente se usa mientras es útil, se registra, y cuando ya no sirve, archivado queda. Se habla de la riqueza de tener una lengua diferente, pero no estamos en los primitivos tiempos en que el único registro podía ser un escrito: ahora tenemos registros de audio, vídeo y lo que haga falta. Si alguna lengua deja de hablarse, no se pierde nada si le queda una foto bien hecha.

  1. Falta de respeto a la libertad de los hablantes.

Por otro lado, se sacraliza también la lengua como elemento de identidad. La identidad ha de ser individual; mientras se haga de ella una identificación colectiva estaremos igualmente retrocediendo a la tribu, a la bandada animal, cuando a estas alturas de la civilización ya somos perfectamente capaces de pensar más allá. Poner al pueblo antes que al individuo es no ser capaz de reconocer que las libertades y derechos colectivos son en realidad derechos de los líderes de turno instalados en el poder en tal o cual momento (cf. el Tercer Mundo desde la descolonización).

La libertad de los hablantes tampoco se respeta cuando se identifica lengua con territorio. Seamos sensatos, ¿alguien ha escuchado alguna vez, al pinchar la sombrilla en la playa o detonar un explosivo en una cantera, a la tierra gallega quejarse (en gallego o lengua otra cualquiera)? Se dice que el gallego es la lengua propia de Galicia confundiendo “propiedad” con “exclusividad”, negando aquélla al castellano (peor es en Cataluña, donde el catalán se ve que es lengua propia pero el castellano, que es la materna del 51% de habitantes, no). Pero si con un mágico chasquido de dedos todos los gallegos sustituyesen sus lenguas por el sueco o swahili, ¿seguiría alguna de las actuales siendo lengua propia de Galicia?

A lo sumo, en un territorio hay una serie de habitantes, cada uno de los cuales habla las lenguas que sea, y haciendo estadística se puede sacar cuánto se habla una lengua y cuánto otra. Al respecto uno se sorprende de cuán voluntariosamente los defensores del gallego o los que reaccionan defendiendo el castellano en Galicia enarbolan encuestas diciendo que “o 90% dos galegos fala galego habitualmente” o “el 85% íd. castellano”, obviando que precisamente dichos datos (que menciono como aproximación) implican que un 75% usan ambas.

Otro aspecto más de la desconsideración a la libertad de los hablantes está en los principios que a la definición de la normativa del gallego aplican las autoridades lingüísticas, que con todos mis respetos hacia las mismas no me parecen aceptables para situarse como referencia. No existe mayor autoridad que el uso de los hablantes de la lengua que se dice estudiar o representar; los lingüistas tienen en su caso autoridad de referencia si reflejan la realidad de la lengua, y si no lo hacen, si se dedican a elaborar más que a describir normas, éstas no merecen ser atendidas. Durante tiempo sostuve acaloradas discusiones defendiendo esto, pero la reforma vigente de la norma (“grazas”, “altofalante”, etc.) ha acabado por poner a mis antiguos oponentes de este lado.

Además, si se pelea por hacer al gallego diferente del español estaremos manteniendo dos códigos de comunicación para realizar las mismas funciones para las que bastaría uno. Por simple economía de esfuerzos, los hablantes tenderán a escoger a largo plazo entre una de las dos lenguas, y no es difícil entonces suponer cuál será la elección: entenderse mejor con 2,5 millones de personas o con 200 veces más. Ésta es otra vía por la que una norma irreal favorece la extinción del gallego, a menos que se pretenda un aislamiento cerril y troglodítico.

  1. Consideración del gallego como separado del castellano.

Reconozco que en esto estoy tan solo que alguien podría considerar que mis ideas vienen de Marte, pero no ¡demonios!, es el pan nuestro de cada día en las calles y rúas de Galicia.

Si una lengua se puede definir como tal y no como dialecto de acuerdo a los tres criterios que me enseñaron en la escuela, resulta que ni tiene unos límites geográficos precisos (ni los tradicionales por el este con el asturiano/leonés ni hoy dentro del propio territorio gallego con el castellano), ni una norma definida (la RAG se permite cambiarla a cada rato, y uno desde que dejó el COU se va perdiendo; pero sobre todo los hablantes no la siguen) y la tradición escrita presente es contemporánea a la propia definición del gallego como lengua, pura petición de principio.

Lo primero que creo no debe hacerse es mantener una norma independiente de la del español o castellano (tontería entrar en este debate de nombres, como si la cosa cambiase según el nombre que se le dé). Una normativa real del gallego debería en primer lugar no pretender sustituir elementos ya presentes por otros que no existen en ningún lugar de Galicia (caso notable del vocabulario); a veces uno tiene la sensación de que vale cualquier referencia foránea (no sé si portuguesa, francesa, italiana, inglesa incluso…) salvo la castellana que es la que realmente viven los gallegohablantes. Y en segundo lugar esa norma debería asumir la castellanización que experimenta cualquiera de las variantes del gallego.

Pero es que además a lo que me opongo es a la propia raíz de la cuestión: a que el gallego se considere lengua diferente del español. Cualquier gallego con un uso lingüístico no contaminado por concepciones políticas funciona así, y ahí está la verdadera riqueza lingüística de Galicia: en tener más vocabulario, más recursos sintácticos, más posibilidades de tono y situación, etc. que permiten expresar lo que se quiere con mayor versatilidad y precisión, que para eso sirve una lengua al fin y al cabo.

El gallego medio practica al hablar una fusión mayor o menor de gallego y castellano, y si bien hay una serie de rasgos (los que habitualmente son más difíciles de traspasar entre lenguas) que permiten definir, cuando un gallego habla, si lo hace en gallego o castellano, los elementos del castellano adoptados por el gallego real son profundos y extensos:

  • –diptongos (puente, siempre, fuerte, siguiente) o su ausencia (Orense);
  • –uso de /χ/ [j, g] en lugar de /∫/ [x] (juez, ejercicio), que no es más que la asunción de la pronunciación innovadora del castellano (evolución inversa a la del /χ/ alemán) en lugar de la arcaica del gallego, que antes era común a ambas;
  • –terminar sustantivos de la 3ª latina –tatem en –dad (verdad, ciudad…); prácticamente la –d no se pronuncia (verdá, ciudá);
  • –formas verbales: –ezca en lugar de –eza (parezca, embellezca, envellezca); –ea en lugar de –exa (sea, vea); –brá en lugar de –berá (habrá, sabrá); pluscuamperfecto compuesto con había (había collido) y tendencia a imitar el perfecto compuesto mediante la perífrasis con ter (O teño visto moito últimamente); sepa y quepa, decir y dice...
  • –pronombre antepuesto al verbo cuando podría ir pospuesto: Se ve que sí en lugar de Vese que sí.
  • –diminutivo en –illo: sencillo, martillo, ladrillo, rastrillo, tetilla (que nadie diga queso de tetiña), rodilla...
  • –fórmulas y frases hechas: buenos días/buenas tardes, hasta mañana, adiós, ciertamente, muy bien, vamos;
  • –otro vocabulario de gran uso: días de la semana, nombres de los meses (excepto quizá enero y febrero), cuarenta y ochenta, Dios, , nosoutros y vosoutros en lugar de nós y vós, no en determinadas situaciones, ahora, entonces, cuchillo, plato, sartén, largo, desde y hasta, cual, cuando, alguién y nadie o naide, etc. etc. etc.;
  • –vocabulario especializado;
  • –etc. etc. etc.

Ojo que todos esos ejemplos en cursiva se oyen, con mayor o menor frecuencia, en gallego normal. Está mucho más asumida la castellanización del gallego (considerada normal por los hablantes tradicionales no politizados) que la galleguización del castellano de Galicia (considerada vulgar), quizás porque el mayor número de hablantes de este último mantiene su norma más fija. Y resiste lo que se llama “acento”: en cualquier lugar de Galicia se oye el castellano con acento gallego; sólo modernamente se oye gallego con acento castellano ("sin acento" se dice coloquialmente), típicamente en la televisión y radio públicas de Galicia por locutores urbanitas que hablan gallego de cursillo, y entre gente acomodada, de familia castellanohablante, metida a nacionalista.

El orgullo mueve muchas acciones humanas, pero bien haría además la Real Academia Galega en funcionar también como una más de las academias del español (vale para cualquier otra lengua romance de España), en coordinación con la RAE, aceptando el trabajo que desde hace siglos ésta viene haciendo (p.ej. aceptando para el gallego el vocabulario técnico) y trabajando para que, recíprocamente, p.ej. en el diccionario de la RAE figure vocabulario que no es que sea propio del gallego, sino de Galicia (de sus habitantes), igual que el de otras regiones y países de la Hispanidad.

Mi caso personal es que, después de haber sido criado en parte en un gallego artificial, llegué a rechazarlo por culpa de la cambiante y cada vez más exasperantemente irreal norma, para reencontrarme al fin con esa riqueza real que describo. Por ello ahora no renuncio a introducir perlas de gallego en medio del castellano cuando es útil para mis necesidades comunicativas (incluso a veces con gente de fuera de Galicia), y desde luego cuando uso el gallego uso el real, habiendo aguantado incluso que lo tacharan de “castrapadas” en mis narices y se rieran de él como se reían otros en otros tiempos de los que hablaban gallego. No es que no sepa, ES QUE NO ME DA LA GANA de hablar el gallego xunteiro de los señoritos actuales. Para dar ejemplo de lo cual remataré esta entrada del blog en GALLEGO REAL, hablando de esa aberración que es la política lingüística, particularmente en Galicia.

- O -

Si unha administración pública ejecuta unha política sobre o que sea, será porque hay necesidad. Pero non é éste o caso da política lingüística, al menos en Galicia. A mínima política lingüística en cualquer país consistiría en asegurar na educación que os nenos teñan a competencia necesaria nas lenguas que lles faga falta para ser ciudadanos de pleno dereito no futuro e lles dé mayores oportunidades na súa vida.

Para todo o demáis, mellor que non se meta. Neste como en tantos outros ámbitos, cada individuo (ou empresa) escollerá según lle parezca máis útil para comunicarse co entorno ou según cualquera outro criterio de acuerdo ó seu bon juicio como persona adulta e responsable.

O error de base está no Estatuto de Autonomía de Galicia, que entre outras cousas olvida que o castellano tamén é propio de Galicia e definindo o gallego como diferente do castellano, en vez de cómo dúas variantes da misma lengua. De aquí parte todo outro problema: a pelea de lenguas na enseñanza, as exigencias de ciudadanos nas ventanillas ou de clientes nas cajas das tiendas, as reclamacións de traducción… todo esto perdería pé si se tuvese en cuenta que non estamos falando de ruso vs letón, francés vs holandés ou árabe, inglés vs hindi ou xhosa, sueco vs finés, turco vs laz ou kurdo ou armenio, sinón ¿gallego vs castellano? ¡De chiste! ¿Cuántos gallegos non entenden as dúas lenguas? Casi ningún.

O siguiente error está en que a Ley de Normalización Lingüística establece á Real Academia Gallega como autoridad lingüística. A RAG ten todo o dereito de inventar o gallego que lle dé a gana, pero a sociedad non ten por qué ir como borregos detrás dela. Foi para min revelador ver que nos países de lengua alemana son os Gobiernos os que establecen as normas, e en Galicia, ante o desvarío normativo da RAG, tiña que ser igual: o que tiña que decir a susodicha Ley é que o Gobierno autonómico recolle as normas do gallego real, coincida a RAG con elas ou non.

E para acabar, dicha Ley tiña que ser de Normalidad e non de Normalización, é decir, establecer que, no ámbito das competencias autonómicas, gallego e castellano son o mismo e non se poden levantar barreiras nin distincións entre unha e outra lengua. E en base a esta fórmula, que os decretos, órdenes, subvencións, etc. que emanen dela impidan igualmente a separación de lenguas ou por razón delas. Levamos xa trinta anos de revancha galeguista, pero estamos en democracia e non hay que imitar os vicios de imposición dunha dictadura anterior, nin nos fai máis falta ós galegos que nos digan qué lengua é máis bonita; temos xa bastante claro que podemos falar o que nos dé a gana.

Pero, como diría Aristóteles, baste sobre este tema por ahora.