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06/11/2019

Cambiar o no cambiar (el huso horario): ésa es la cuestión

Pruébese a realizar una búsqueda en Google del tenor de «imagen cambio de "huso horario"». En seguida se dará con alguna de esas imágenes compuestas  o directamente CGI en que se ve cómo la línea entre sol y sombra barre Europa de tal modo que España queda situada con Gran Bretaña y Portugal de un lado, y más o menos el resto de Europa del otro.
Estas imágenes, originadas con algún propósito quizá ilustrativo de la inclinación del eje de rotación de la Tierra respecto al plano de traslación, ruedan por Internet y periódicamente surgen siendo esgrimidas para defender que España debe alinear su huso horario con el británico-portugués (a cuál más importante para España). Pero esa defensa está basada en premisas equivocadas, empezando por el hecho de que la "línea del amanecer" sea única; de modo que, como profesor de Matemáticas (y circunstancialmente de Biología-Geología), me siento animado todos los cursos, sea en el cambio a horario de invierno o al de verano, a explicar la situación a mis alumnos; explicación que a continuación dejo ordenada y rigurosa por si algún curso se me escapa, o por si alguien quiere tomarlo desde aquí.

1. La forma más primitiva de determinar la hora del día es mediante la posición, más concretamente la elevación, del sol en el cielo. Claro que hay ocasiones en que el cielo se nubla, pero a lo largo de varios años se logra comprobar que la máxima elevación del sol es la misma todos los años y que recorre aproximadamente un segmento recto, con lo cual a la larga podemos estar seguros de que, independientemente de que la hora y lugar de salida del sol varíe a lo largo del año (lo cual resulta patente a cualquiera que viva en un entorno rural, en dependencia de los ciclos diarios), si se establece ese momento del sol como hora central del día (de ahí el nombre de "mediodía", las 12:00), logramos una duración del día suficientemente precisa para los usos campesinos.

2. Ahora bien, como la tierra es redonda (esférica, mandarina, pera o abollada, según el nivel de precisión deseado), ocurre que a medida que la Tierra rota hacia el Este el momento del mediodía va recorriendo una línea norte-sur (de ahí el nombre de "meridiano") que se mueve hacia el Oeste. O desde otro punto de vista, el momento que es mediodía en un lugar no tiene por qué serlo en otro: es después de mediodía ("P.M.") en un lugar que se sitúe al este del nuestro, mediodía en el que esté en el mismo meridiano, y antes de mediodía ("A.M.") al oeste. Esto no tiene demasiada importancia si nuestros horizontes y relaciones rara vez superan lo local, y si lo hacen es a velocidad lenta, como antes de la era de los transportes contemporánea. Pero a medida que los horizontes se expanden y las (tele)comunicaciones se hacen más rápidas, tener que manejar un ramillete de horarios propio y ajenos (esto es, de números de 0 a 24 atribuidos a un determinado momento del día), ramillete extraído de un continuo de opciones dependiente del ángulo de longitud terrestre, se vuelve directamente inmanejable.

3. Pues bien, surge la primera necesidad de racionalización-homogeneización, que consiste en eliminar la susodicha continuidad repartiendo el globo terráqueo en husos horarios; husos que, por lo demás, están en principio fundamentados en lo dicho en 1., esto es, el punto más alto del sol. De ese modo, si bien se pierde la precisión a nivel local, se gana en capacidad de coordinarse con el vecino en lo referente al "cuándo".
Dicho lo cual, en lo que sigue debe quedar claro que un huso horario no es más que el número (hora) que asignamos a un momento determinado en el tiempo.

4. Ahora bien, el principio de coordinación que resultaba suficiente para unas incipientes comunicaciones, fue cuestionado por un hecho creciente: el aumento de la actividad económica y de la ocupación de trabajadores en el sector secundario, y en el terciario por último, con el paso de los años. De modo que la referencia inicialmente válida de mediodía en el momento más alto del sol iba perdiendo sentido a medida que: a) no sólo las personas sino también las instalaciones necesitaban consumir energía para realizar su actividad económica y b) el horario de trabajo dejaba de ocupar todas las horas de luz solar para concentrarse en las primeras de luz.
Y esto lleva a cambiar la referencia. El sol ya no era tanto una referencia (pues los relojes fabricados por el hombre superaban en precisión a lo que la observación astronómica podía proporcionar) como el determinador de las óptimas horas de trabajo, y como la actividad económica tenía lugar mayormente en las primeras horas del día (en cuanto al ciclo diario) y, a medida que se fue reservando el verano como época ideal de vacaciones, en las estaciones no veraniegas (en cuanto al ciclo anual), la referencia para el huso horario pasó a ser ésta; por expresarla claramente: en Europa occidental (región de nuestra polémica), el huso horario pasó a establecerse no llamando mediodía al momento del sol más alto, sino estableciendo aproximadamente que la primera hora de trabajo tuviese el mismo número (hora) en los amaneceres de invierno, es decir, en la hora inicial para la actividad económica en la estación central de la misma. Por ello convenía que toda la Europa continental compartiese el mismo huso horario, aunque éste fuese un huso un tanto deforme: porque con él todos empiezan a trabajar con el sol a la misma altura en el cielo. Basta un rápido vistazo con Google Earth a las sombras sobre la Tierra en las mañanas de invierno para comprobar que en esa época amanece más o menos al mismo tiempo en la Península Ibérica, Francia, Alemania y Escandinavia, quedando un tanto desplazado el Reino Unido de esa "línea del amanecer", lo que justificaría su conservación del huso horario siguiente (pero no Portugal).

5. Ahora bien, como a lo que se tendió fue a llamar con la misma hora la misma elevación del sol sobre el horizonte, en el proceso de racionalización de horarios y husos se pasó a tener en cuenta el hecho de que la hora de amanecer varía a lo largo del año, y de ahí surgió la idea de que existieran un horario de verano y uno de invierno. De modo que en invierno corre el horario para hacer que a lo largo del año, en las estaciones de actividad industrial-económica ordinaria, la hora de entrada al trabajo fuese siguiendo a la de salida del sol; como siempre, aproximadamente.

6. En cambio, la hora de comer se sigue rigiendo por el sol, de modo que en los países más al oeste se come más tarde que en los vecinos más al este.

7. Por tanto, cada vez que se plantea que España está fuera de su huso horario hay que saber bien de qué se habla, y especificar qué es lo que nos parece inadecuado, y se consciente de que todo tiene ventajas e inconvenientes, y por tanto cuáles son los inconvenientes de hacer lo que algunos proponen recurrentemente, que es poner toda España al huso de Canarias, Portugal y Reino Unido. Actualmente, de modo muy conveniente para las relaciones económicas internacionales de España, al comunicar con una empresa de uno de los países con que más relaciones tenemos sabemos que nuestras 11:35 son sus 11:35, y lo que hemos de tener en cuenta es que su pausa de la comida tiene lugar antes que la nuestra. Mientras que en Portugal, con +1 h respecto a España la pausa tiene lugar en el mismo momento (como corresponde a la contigüidad geográfica) pero a diferente hora (por estar en diferentes husos); típicamente empieza a las 13:00 h ES = 12:00 PT.
Por el contrario, si nos volvemos al huso de Portugal, a cambio de la discutible satisfacción que pueda producir el que los españoles podamos decir que comemos a la misma hora que portugueses o alemanes (aunque sólo fuere el mismo momento que los portugueses, y siguiere siendo diferente momento que los alemanes), perderíamos el hecho de que dejaríamos de llamar con la misma hora al mismo momento, y por ello necesitaríamos tener constantemente en cuenta el desplazamiento horario respecto a la mayoría de nuestros vecinos, por mucho que nos cupiese el relativo consuelo de hermanarnos más con Portugal.

8. Otro asunto es que hay que tener en cuenta que la línea del anochecer se inclina en ángulo contrario a la del amanecer, o que, equivalentemente, la duración del día varía con más amplitud cuanto más lejos estamos del Ecuador, por lo cual, en nuestro caso de Europa occidental, cuanto más al norte más corto es el día en otoño e invierno, y más largo en primavera y verano. De modo que en las épocas de mayor actividad laboral anochece antes cuanto más al norte, y por ello cuanto más al norte más necesidad hay de realizar una jornada laboral intensiva cuanto más depende ésta del sol, para poder aprovechar las horas de luz de después de la jornada laboral si las hay, y si no, refugiarse a tiempo en casita.

9. Y aquí entramos en una situación más opinable porque depende más de las circunstancias personales y capacidad de desempeño en el trabajo; a saber: si es preferible parar más o menos tiempo a mediodía. Así como cuanto más al norte menos opciones dan las horas de luz, casi obligando a una jornada intensiva, cuanto más al sur más libertad hay para disponer de un mediodía largo, con desplazamiento a casa incluido, o una pausa breve, que permita aprovechar las tardes al salir de trabajar.

No voy a entrar en más casuística porque creo que con lo dicho queda claro que los usos del tiempo, en especial en lo referido al trabajo, dependen de la duración de las horas de sol y su variación a lo largo del año, de la longitud y latitud geográficas, y el última instancia es entendible que den pie a preferencias individuales variadas.
Recomiendo en cualquier caso darse un paseo por Google Earth, clicar en mostrar sombras, y trastear con los controles de fecha y hora, para comprobar cómo se mueven las líneas de amanecer y anochecer y en general hacerse una idea general de lo que he tratado arriba.
Asimismo, recomiendo los siguientes vídeos, de los más técnicos y mejor explicados que podemos encontrar en YouTube en español (y en algunos casos en gallego, pero nos entendemos), en los que el físico Jorge Mira explica y debate al respecto:

01/02/2010

Salario justo y huelga

Parto de una reflexión que cualquier trabajador de una empresa puede hacerse. La riqueza generada por la actividad de la empresa procede directamente, en un instante dado, del trabajo de las personas que forman parte de ella. El trabajador puede entonces pensar “¿Por qué si los beneficios se deben a mi trabajo no me llevo la parte proporcional de aquéllos que corresponden a éste?”. Bien, establezcamos ese sistema, en el que además del salario el trabajador adquiere parte de la empresa, una especie de sistema de stock options. En definitiva, podría consistir en que en el momento de su entrada en la empresa, el trabajador no posee nada de la misma, pero con el tiempo adquiere progresivamente una parte hasta alcanzar un máximo que su puesto determina, cuando llega a una determinada antigüedad. Es decir, la propiedad de la empresa acaba siendo colectiva.

Pero pongamos que el empresario decide que quiere la empresa toda para sí, para lo cual desde la misma primera nómina a cada trabajador, le recompra la parte de propiedad que le acaba de ceder en concepto de salario, y esto lo hace con cada pago. El valor de esa parte es determinado por los mecanismos que sea. De esa manera, todo el pago al trabajador consiste en dinero, una parte por el salario propiamente dicho y la otra por la recompra de su parte de la empresa.

Esto coincide al final con el hecho de que cuando alguien está de baja laboral cobre menos que en activo; dentro del esquema planteado arriba, sigues cobrando tu sueldo, pero como no generas nada de la riqueza de la empresa, no te quedas con nada de ella.

Hemos de todas formas dado un rodeo en ideas que nos ha llevado al punto de partida. Sin descartar que el pago mediante parte de la propiedad pueda darse, el hecho de que se trate de un modo de pagar en especie nos lleva a una ventaja más del pago sólo en dinero, derivada de la propia virtud de éste, y es la de la libertad: “mi trabajo vale una cantidad de dinero, y disponiendo de dinero en lugar de parte de la propiedad de la empresa disfruto de la libertad de hacer con mi dinero lo que me plazca”. El tema es determinar cuánto dinero vale ese trabajo, cuál sería, si lo hubiese, un salario justo.

Pensándolo por un lado, sueldo justo es el que parece correcto y adecuado tanto al empleador como al asalariado. Y aunque a veces pueda parecer cosa inverosímil, esto existe; no siempre considera aquél que paga demasiado y éste que recibe demasiado poco.

Pero en fin, una posibilidad es el reparto de todos los beneficios entre los que trabajan; eso sería una cooperativa. Pero esto tampoco deja mucho espacio al crecimiento y prosperidad de la organización, a una acumulación de riquezas que puedan ser reinvertidas o la atracción de capitales externos; al cumplimiento de los objetivos por los cuales se monta una empresa, en definitiva.

Otro factor es la influencia del mercado de trabajo, que los sueldos funcionen a la inversa que los precios: cuanto mayor es la oferta de trabajo en relación a la disponibilidad de trabajadores para los puestos apropiados (el famoso según valía), más altos los sueldos, pues las empresas necesitan retener a sus empleados y compiten por ellos con buenos sueldos y otras ventajas laborales; en este extremo el límite lo pone lo rentable que el trabajador sea a la empresa. Si por el contrario escasean los puestos y abundan los profesionales, son éstos quienes de alguna manera “compiten” rebajándose, pues la empresa dispone de recambio fácil.

Lo que se me ocurre es que en este asunto, como en tantos otros, es difícil establecer una medida absoluta. El empleado tiene unas determinadas condiciones y si no está de acuerdo con ellas y quiere mejorarlas, tiene que valorar qué puede pedir, qué arriesga haciéndolo y si le merece la pena, y negociar. Una vez más nos encontramos ante la libertad individual en acción. Y ya hablaré de la responsabilidad que la educación pública tiene en esto.

Pero no sólo es el individuo; si es inteligente sabrá unirse a otros para asegurar su posición, y de este modo tenemos mecanismos ordinarios como la negociación de los convenios colectivos, o extraordinarios como la huelga. Cuya forma más razonable es la huelga pasiva, es decir, el dejar de trabajar para que la empresa se vea enfrentada a la necesidad que tiene de su empleado. Aunque, como me enseñaron en el colegio (y sigo de acuerdo), “mi libertad termina donde empieza la del otro” (concepto difuso pero la mejor que se me ocurre para la vida en sociedad) y el derecho de huelga debe ser garantizado al individuo para que la emprenda solo o en grupo, pero al mismo tiempo debe respetar la libertad de cualquier otro para no seguirla si no es su voluntad.

La Historia ofrece numerosos ejemplos de huelgas; se me ocurren los ilustrativos de la República de Roma en los casos de las secesiones de los plebeyos (494, 287 a.C.), o de la Guerra Social (91-88 a.C.). Pero por desgracia la tendencia humana a los excesos ha hecho que muchas de esas situaciones no hayan sido sólo pasivas sino activas contra el otro, entiéndase violentas, llegando hasta los actuales piquetes “informativos”.

28/01/2010

Odio las corbatas

Antes de trabajar como decente consultor, mi relación con esa cosa llamada corbata era de extrañamiento. Una cosa pintoresca cuya historia había consultado en alguna enciclopedia: “¿Cómo demonios habrá sobrevivido esa prenda tan fuera de utilidad?”
Luego vino la consultoría, y el plantar fachada al cliente. ¿Tendrá algún diseño particular el tejido de la corbata que mediante su visión frontal hace más dócil a quien te paga? Teníamos que aparecer siempre con corbata; para mí serían una docena de días en total, pero no me he vuelto a olvidar de cómo se hace el nudo. Qué bien sentaba que el jefe te dijera que “la corbata no va bien con una camisa como ésa”. Porque, al fin y al cabo, también resultaba que había un sitio en que “son rarísimos, llevan unas combinaciones de colores que…” y ponía mala cara, como reviviendo los mareos que le daban cuando veía tales aberraciones cromáticas.
Aparte de mi natural aversión al instinto que tenemos de dejarnos llevar por las apariencias, lo que acabó de forjar mi desprecio por ese absurdo complemento fue aquella entrevista de trabajo (era el final de la selección) en la cual la directivo que me había dado el segundo repaso me dijo, justo antes de salir por la puerta del edificio:
-Sólo una cosa, que no sé si te han dicho: aquí hay la norma de usar siempre traje, por imagen; no sé si tendrías algún problema.
Quizás yo debería haber ido a las dos entrevistas luciendo mis mejores galas (el único traje que cuelga en mi armario, entiéndase), que ellos habrían echado en falta. De todas formas, no pude sino responder con mi típica sinceridad:
-Bueno, me parece una estupidez, pero no tengo problema.
Huelga decir que ese calificativo selló mi éxito en aquella empresa. Pero no dejé de añadir:
-De todas formas, he visto a gente sin traje hace un rato…
-No, es que esos son los informáticos, que como están con los equipos se manchan mucho, y claro…
“Claro”, pensé yo, “que como todo el mundo sabe, el manejo de ordenadores implica frecuentes chorros de lubricante, desgarros con alambres, chispas y polvillos varios; y para protegerse de ellos se enfundan en ese atuendo especial de trabajo llamado camisa y pantalón”. Por supuesto no me iba a reconocer que a los informáticos los tienen más mimados porque eran más valiosos para la empresa; podía haberme metido la excusa más honrada, aunque fuera falsa, de que simplemente no tenían trato directo con el cliente.
Afortunadamente, según me dijeron después varias fuentes, ése era un lugar de bastante mal ambiente de trabajo; lo cual podía haber supuesto yo mismo cuando ya en la primera entrevista me habían dicho que como aquel cliente era de la Administración pública los horarios se cumplían a rajatabla, pero que con los clientes normales “se trabajaba”. Entendiérase entonces que con el sector público el dinero me lo regalaban. O se comprende demasiado bien lo que querían decir.
Por ello desde entonces, cuando veo a alguien con corbata, desconfío. Ves los actos, presentaciones, conferencias, las revistas corporativas, los prebostes de las grandes empresas, los de las no tan grandes imitándolos, los salones y ferias, etc. etc. Todo grandilocuencia y fachada, todo sensación y marketing. Para dar parte de las cosas importantes que se planteen, bastan una nota de prensa o un CD a las agencias de noticias; no nos quepa duda de que el trabajo está por detrás, en reuniones técnicas de ratoncillos de biblioteca cuyos resultados en sí son la noticia, no la presentación que se haga de ellos.
Y todo esto por la atención que prestamos a las apariencias. Pero, al fin ¿no es lo que todos hacemos cotidianamente? Por desgracia, incluso en un entorno de información como en el que vivimos hoy, seguramente nos vemos obligados a descartar muchas cosas a la primera, y recuperamos nuestro comportamiento de primates, animales impresionables que adquieren casi toda su información mediante la vista.