30/11/2010

Crítica de las bases de la ecolingüística

Al principio de este blog planteé la similitud entre las especies biológicas y lingüísticas. En esa ocasión me fijé en los rasgos de transmisión de innovaciones, “mutaciones”, en terminología biológica. Podría pensarse que esta consideración abunda en la equiparación de lenguas y especies que hace la ecolingüística, pero un análisis más profundo lo desmiente.
Atendiendo a las raíces de los conceptos, tengamos primero en cuenta qué es una especie biológica. No son unos animales concretos, pues aunque los animales nacen y mueren, la especie permanece. Siendo un poco más abstractos, no es siquiera un conjunto de animales, sino determinadas características más profundas de los mismos. Los individuos de una especie intercambian constantemente la materia que los constituyen con el entorno; de hecho podrían intercambiar todos sus átomos a lo largo de su vida y diríamos que siguen siendo los mismos individuos, y desde luego pertenecerían a la misma especie en que nacieron. Por tanto, en una definición profunda, la especie consiste en un conjunto de instrucciones, los genes, para la organización de dichos átomos.
En cuanto a una lengua, consiste al igual que una especie en elementos de información, sólo que en una especie actúan sobre átomos y moléculas y en una lengua sobre sonidos y otras entidades abstractas. A causa de esta abstracción de partida, en la historia de la ciencia ha sido más fácil identificar la naturaleza abstracta de los componentes de las lenguas que la de los genes.
Pero si en ambos casos, el biológico y el lingüístico, se trata de elementos de información, ¿hay alguna diferencia entre unos y otros? ¿No seguimos reafirmando la equiparación entre lengua y especie?
Hay un punto clave de diferencia, y es que una lengua es un código en principio arbitrario, concepto también temprano en la historia de la Lingüística. Por mucho que los hablantes de un código situados en un entorno desarrollen un idioma idiosincrásico, ello no quita que tal idioma siga teniendo una conexión arbitraria con el entorno (con la conocida salvedad de onomatopeya e interjección), es decir, que si la evolución hubiera sido diferente, hubiera importado lo mismo que hubiera desembocado en una combinación sonora distinta, mientras el concepto subyacente (el “significado” en la terminología clásica) fuese el mismo.
Esto nos lleva de nuevo a la utilidad de las lenguas tratada en la entrada anterior. Pongámonos en la situación del hablante de una lengua cualquiera que se encuentra con un código diferente, esto es, que usa otros signos lingüísticos. Mientras la nueva lengua tenga un elenco de significados equivalente, por así decirlo, la comunicación será relativamente neutra, insulsa si se me permite adjetivarla, pues consistirá simplemente en descubrir las equivalencias en significantes (sigo con los términos clásicos) y traducir. En este sentido, la existencia de lenguas diferentes es un escollo para la comunicación, y va por tanto contra el propio sentido de lo que es una lengua como medio de comunicación. De hecho, una equivalencia total entre dos códigos lingüísticos es un equilibrio inestable en el tiempo, que acaba desembocando en su resolución a favor de uno de los dos o la fusión en una nueva lengua criolla (hecho éste que es de total relevancia para las políticas lingüísticas, por ejemplo las desarrolladas en Galicia).
Pero el escollo sólo existe en el plano de los significantes. La riqueza de la diversidad lingüística no está en ellos, sonidos arbitrarios, sino en los significados. Está en que los hablantes de otra lengua tengan no otras palabras, sino otros conceptos que, esos sí, enriquecen el acervo cultural de aquéllos a quienes son transmitidos. El hablante de una lengua que se encuentra otra con conceptos e ideas diferentes ya no lo tiene tan fácil para la traducción, pues las equivalencias no son exactas y o bien adapta una palabra de su propio lenguaje, o adopta la del nuevo, o simplemente inventa. Este contraste de significados es el motor del préstamo de palabras y, de un modo más complejo (pues implica no sólo palabras sino la gramática entera), de la creación de pidgins y lenguas criollas.
La realidad nunca se mueve en los extremos de la total coincidencia de significados, que hace de la variedad un problema, ni de la total disyunción, que la convierte en riqueza una vez lograda la traducción. Basta hojear un diccionario bilingüe para comprobar numerosos casos de palabras de traducción biunívoca y otros tantos de varias traducciones posibles, o que no son las únicas que corresponden con su más próximo equivalente en el otro idioma.
Respecto a la conservación de especies biológicas y lingüísticas, hay un aspecto añadido que separa a unas y otras. Preservarlas implicaría ser capaz de mantener y reproducir los datos en que cada una consiste. Las biológicas consisten en genes, y hoy por hoy la única manera de preservarlos es mantener vivas las especies, pues aún no ha llegado nuestra tecnología a un nivel tal que permita reconstruirlas en base a los “manuales de instrucciones”. Aún estamos empezando a registrar los genomas, y empezando por ahí no existe la capacidad de componer los genes ensamblando molécula a molécula.
El caso de las lenguas es diferente. Más de cinco milenios de existencia tiene la escritura, y aunque es un sistema imperfecto para registrar tan siquiera los sonidos de las lenguas, ha bastado para mantener en un estado taxidérmico idiomas como el latín clásico o el hebreo, éste resucitado incluso. Pero ahora sí disponemos de la capacidad para registrar los sonidos y conceptos fielmente en estudios tanto lingüísticos como etnográficos, y somos capaces de reproducirlos; de ahí lo positivo de las iniciativas que documentan la diversidad lingüística. Esta clase de proyectos salvan la diversidad lingüística para el futuro aunque las lenguas estudiadas mueran, pues salvarían los tanto los significantes como los significados que componen las lenguas. Y no está fuera de nuestro alcance registrar a los hablantes de las lenguas para “revivirlos” reproduciendo los registros cuantas veces se desee con fidelidad equivalente a la que tendrían si estuviesen presentes enseñándolas.
De ese modo, y recuperando el asunto de la desaparición de lenguas de la entrada anterior, mi muy personal opinión es que podemos abandonarnos al radical pragmatismo. Desaparecen las excusas para decir a los hablantes de tal o cual lengua que no está bien que dejen de hablarla. Teresa Moure se pregunta “¿con que dereito pretende un ser humano impor aos outros a súa lingua?”, pero debemos preguntarnos también “¿con qué derecho pretende un ser humano imponer a otros que no abandonen su lengua?”. De modo que, si ya poco admisible me parece que se pretenda que la mantenga aun a riesgo de que si no lo hace la lengua quede muerta más allá de toda posibilidad de recuperación, menos legitimidad tiene pretenderlo cuando sí existen los medios para registrarla. Me parece totalmente rechazable el cuestionamiento que Moure hace (“os individuos máis novos non están dispostos a manter unha forma secular de vida”) de la libertad de los individuos a escoger lo que más les conviene en sus vidas, particularmente en el campo lingüístico que al fin y al cabo está basado en asociaciones arbitrarias entre significantes y significados, como sabemos. Lo que debe hacer un lingüista comprometido con la diversidad no es pelear por el mantenimiento de la separación cultural que preserve las lenguas (“dereito dos pobos a existir”), sino registrarlas antes de que desaparezcan: y tenemos la certeza de que absolutamente todas las lenguas del presente, sea por evolución o extinción, habrán desaparecido en un futuro más o menos lejano.

29/11/2010

Desaparición de lenguas

Hablando de asesinato de lenguas, Teresa Moure manifiesta intencionalidad respecto a la conciencia del lector de su artículo en Grial. Por otro lado, se califica de “terrible” el impacto de los sistemas occidentales triunfantes, implicando que es algo malo, cuando bastaría el adjetivo “enorme” por ejemplo, y se denomina dicha influencia “imperialismo” con una clara connotación negativa, siendo discutible que exista ningún imperialismo (sistema organizado de dominación) a estas alturas, ni que el imperialismo sea un hecho netamente negativo. Tales asociaciones me parecen de todo punto rechazables por lo que sigue:
Para hablar de asesinato debe haber intencionalidad. Durante la Revolución francesa, uno de los puntos que los Gobiernos revolucionarios se plantearon fue cómo eliminar las lenguas regionales. Dicho así de seco, parece una salvajada, pero valorándolo con la mente abierta y en el contexto de que la multiplicidad de dialectos regionales era un producto del atraso, no deja de comprenderse que detrás de dichos planes había una intención benéfica, de llevar la égalité a todos los ciudadanos de la République, por mucho que los medios para ello fuesen en ocasiones tan abominables como imponerlo a golpe de guillotina. Pero en casos como este sí podría hablarse de asesinato de lenguas, cuando existe una voluntad consciente contra un código lingüístico.
Sin embargo, el único argumento que la autora da para considerar “asesinato” a la desaparición de lenguas es el gran número ellas amenazadas. Para sostener dicha calificación deben aportarse referencias o datos pasados comprobados de lenguas que hayan sido eliminadas deliberadamente con éxito. A lo largo de la Historia ha habido casos incontables (literalmente) de lenguas desaparecidas antes de que existiera política lingüística alguna a favor o en contra de ninguna. La autora muestra una clara contradicción exponiendo los dos motivos que hacen desaparecer lenguas hoy en día (sistemas educativos y medios de comunicación) oponiéndolos a lo que se podría considerar “muerte natural” de una lengua (“uns chegan, outros se van”). Pues ¿de qué modo “se van” las lenguas, de qué modo desaparecen naturalmente? Perdiendo hablantes, por supuesto, y ¿por qué pierden hablantes? Porque éstos se mueren o pasan a usar otras lenguas. Dichos dos motivos son precisamente los que atraen a los hablantes a unas lenguas en lugar de a otras, sin necesidad de obligarles a abandonar las anteriores.
No olvidemos qué es una lengua: un sistema de comunicación. Es decir, una herramienta. La gente empieza a hablar una u otra lengua según haya un uso de ella en su entorno, y esto lo mismo vale para la primera lengua materna como para cualquier otra adquirida a lo largo de la vida. En una situación natural, la utilidad (el uso) acostumbra a la gente a una u otra lengua, y en el lado opuesto, la inutilidad (falta de uso) hace que la gente abandone lenguas. Ése es el proceso natural, y si los sistemas educativos (que deben enseñar lo útil, en el sentido de lo argumentado hace tres entradas) y los medios de comunicación (que si son libres suelen moverse por la utilidad comunicativa y el pragmatismo) son los motivos que hacen triunfar o desaparecer lenguas, no es correcto hablar de asesinato sino de hecho de muertes naturales.

28/11/2010

Lengua vs dialecto

He de remitirme en este punto al análisis extenso que se encuentra en las dos primeras entradas de este blog que trataron de lenguas ("Glotogénesis..." y "Lenguas separadas..."). Me limito ahora a reflejar los aspectos aplicables a la diferenciación entre dialecto y lengua para llegar, mediante premisas diferentes, a la misma conclusión que Teresa Moure de que: "as decisións sobre que variedade promocionar, estandarizar, difundir ou falar non son decisións “científicas” tomadas asepticamente polos especialistas; son, ante todo, decisións políticas."
Para empezar, es bien conocido el principio de que una lengua es siempre dialecto respecto a aquélla de la que procede (especialmente, añado, cuando dicha lengua es una de varias ramas de un tronco primigenio). Pero a partir de ahí la diferenciación entre uno y otro término se pierde en una nebulosa, como bien ejemplifica dicha autora con los numerosos argumentos y contraargumentos que se pueden encontrar para establecer una variedad como lengua o rebatirla y mantenerla en dialecto.
En el fondo, “lengua” y “dialecto” son términos que especifican una idea previa, que podemos llamar, como acabo de hacer, “variedad” lingüística. El tinte diferenciador entre aquellos dos conceptos reside en la independencia que se atribuye a cada uno. La lengua es independiente; el dialecto no. Incluso con ojos ecolingüísticos, un dialecto es más “perdible” que una lengua con todas las de la ley. A ojos de los hablantes, también es más miscible además con variedades vecinas.
A falta de criterios cualitativos claros considero que la ausencia de una cuantificación fiable de la variación lingüística (más allá de los recuentos de vocabulario común), que permitiría establecer límites numéricos indiscutibles (“hasta aquí es sólo dialecto, a partir de aquí, lengua”), la separación de los conceptos de “lengua” y “dialecto” se mantiene en la nebulosa desde el punto de vista lingüístico, y por tanto queda sujeto a la consideración “política” que de cada variedad tengan sus hablantes, es decir, que son ellos quienes deciden si lo que hablan es diferente (por tanto lo llamará “lengua” o “idioma”) de lo que habla el vecino. Por ejemplo, hay comparativamente más diferencias entre dialectos del inglés o los dialetti de Italia que entre variedades eslavas (ver clasificación de Linguasphere) o algunas de España que sí se llaman lenguas.
De ahí que se trate de una decisión exterior a lo que pueda decir la ciencia lingüística, al verse ésta obligada a afirmar escépticamente que la diferenciación entre los dos conceptos no es clara y a resignarse a que la distinción que pueda establecer sea más débil que la conciencia política de los hablantes.

26/11/2010

Eurocentrismo y valores universales

Corresponde, como se suele decir, a “épocas felizmente superadas”, el que los europeos, como cualquier otra civilización, considerasen ciegamente que sus valores eran los “buenos”. Era una cuestión de plana ignorancia, por no haberse enfrentado a la diversidad, con lo que ello supone de ruptura de esquemas preconcebidos y asentamiento de valores sobre cimientos más profundos, basados en principios más generales que hayan sido inducidos de la diversidad.
Pero precisamente el aspecto positivo del eurocentrismo reside no en sostener determinados valores, sino en el proceso de conocimiento, comparación y profundización. El artículo de Teresa Moure trae como ilustración de portada a Sequoya, que inventó el silabario para la lengua cherokee, causando furor entre sus tribales, que en pocos años superaron en alfabetización a los mismos colonos estadounidenses. Pues bien, lo destacable no es que los Cherokee realizaran tal logro gracias a su alejamiento de los europeos mediante un silabario independiente, sino que el mismo Sequoya estuviera motivado por el ejemplo de los europeos y sus “hojas parlantes”, es decir, que en realidad dicha tribu adoptó con avidez una virtud europea, que no era el alfabeto latino, un valor superficial, sino la alfabetización, más profundo que de por sí ya es beneficioso independientemente del alfabeto en que se produzca.
La ciencia ayuda a romper los prejuicios; el propio método científico implica mantenerse dispuesto a aceptar que uno se ha equivocado. Su validez y éxito se basan en la capacidad que concede para comprender y manejar la realidad. El método científico es una creación básicamente occidental; y no es eso lo que lo hace mejor o peor, sino el susodicho éxito. Con esto quiero decir que, igual que aprendimos en tiempos pasados que nuestros valores no eran absolutos (cosa en que los europeos sí nos distinguimos de la mayoría de pueblos), tampoco podemos por ello asumir que todo es discutible.
Vaya esto último por el cuestionamiento que a menudo se hace de la aplicación de los valores europeos al resto del mundo. En el caso de Sequoya, el valor europeo no era el alfabeto sino la alfabetización; en casos más serios, como el de los Derechos Humanos por ejemplo, son producto de una reflexión posterior al contraste que ofrece la diversidad, por ello se extienden conscientemente a toda la Humanidad. Incluso se defienden valores europeos cuando se apela a atender la diversidad.

24/11/2010

Las lenguas más habladas, en la enseñanza

Recientemente he tenido que hacer un comentario por motivos académicos a varios artículos que versaban sobre las lenguas y la enseñanza, en particular la gallega; a saber:
  • Moure, Teresa (2003). “A batalla das linguas no mundo actual. Multilingüismo e antiglobalización”, en Grial nº 160.
  • Silva Valdivia, Bieito (2008). “Lingua e escola en Galicia. Balance e propostas de futuro”, en Grial nº 160.
  • Monteagudo, Henrique (2010). “Presente e porvir do galego. Lingua, sociedade e política”, en Grial nº 186.
Como el comentario viene muy a cuento de lo primero que he escrito en este blog mío de reflexiones varias, voy a irlo publicando poco a poco, con un mínimo de edición para que se sostenga mejor fuera del contexto académico en que fue originalmente escrito.
El artículo de Teresa Moure empieza con una queja sobre la incoherencia entre las lenguas más habladas en el mundo y la importancia de la mención que se hace a las mismas en el sistema escolar, proponiendo que lo justo debería ser dar importancia a las más habladas. Estamos ante una cuestión de geografía, no de lenguas, pues el asunto es el conocimiento que de la existencia y hablantes de dichas lenguas transmite el currículo de la enseñanza en Occidente, no que los alumnos deban aprenderlas.
La clave radica en los motivos por los que unos u otros temas figuran en el currículo definido por las autoridades educativas. En general, dichos temas son los considerados básicos y mínimos para el desarrollo de la persona; el Estado los define en el cumplimiento de la igualdad de oportunidades que debe perseguir para todos los ciudadanos, en este caso escolares. Ello implica que se incluyan en el currículo conocimientos que, con la mayor objetividad posible, sean útiles para el discente.
Más en particular, los conocimientos de Geografía, que en este punto es lo que nos ocupa, realizan un zoom a lo más local; por poner un ejemplo, el río Miño es bastante irrelevante a nivel mundial e incluso europeo, secundario en el de la Península Ibérica y sobresaliente en el gallego. Pero ni siquiera al nivel más global los conocimientos impartidos aspiran al saber integral, sino al mínimo necesario en el entorno del alumno.
Aplicado lo antedicho a las lenguas, el caso es similar: para un alumno español eran tradicionalmente importantes, aparte del español mismo, el inglés (2ª lengua del mundo en hablantes nativos), francés (11ª), alemán (10ª) y secundariamente el portugués (8ª) e italiano (15ª). Empieza a pulular en los bordes de la oferta lingüística el chino (1ª) no por la posición que ocupa en número de hablantes, pues en tal caso lo hubiera hecho hace tiempo, sino por la importancia comercial y económica en general que ha adquirido la R.P.C. en los últimos años.
La evolución de la demanda natural de idioma extranjero nos enseña que lo que a efectos de un individuo da importancia objetiva a una lengua es la utilidad que para él tenga. Dentro de un concepto educativo de aportación al alumno de los conocimientos que le den oportunidades no cabe queja respecto a que el foco esté puesto en la vecindad (no geográfica sino más bien de relaciones) europea; sólo cabría exigir conocimientos globales bajo el punto de vista de una aculturación añadida, que en mi opinión superaría los objetivos del nivel básico del currículo escolar.