18/01/2010

Actitudes actuales ante la lengua gallega

Todo cuanto llevo dicho en este blog acerca de la lengua gallega está influenciado por mi experiencia personal, nunca exenta de un saludable auto-cuestionamiento, y este punto de vista no puede estar más presente que al hablar del gallego actual. He dado unas cuantas vueltas hasta llegar a este tan controvertido y manido asunto, y querría pintar la situación tal como la veo.

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La concepción básica del gallego es la popular y liberal, que admite el entremezclamiento y ha producido un acercamiento armónico (pues surge de la propia necesidad práctica de comunicación de las gentes) entre el gallego estándar (¡ojo!, no el normativo sino el común) y el castellano de Galicia, ambos con rasgos definidos de mutua influencia. Esta concepción mira desde hace siglos al castellano como referencia culta (sin que esto supusiera demasiados trastornos) y desde hace un par de décadas también al gallego oficial (que sí ha producido algún problema, como digo a continuación).

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Entre los ilustrados se ha asentado el concepto de que el gallego es una lengua independiente (del castellano al menos, lo cual no es cierto porque, como ya he dicho, prácticamente todos los hablantes de gallego lo son también de castellano). Las instituciones políticas y lingüísticas se mueven en esta idea, que ha generado problemas de referencia en el hablante común por planteársele una norma cada vez más alejada del uso estándar. Esta actitud entre las autoridades lingüísticas parte del concepto (de origen político) de la diferencia de las lenguas, y es típica de los intentos de recuperación de lenguas divididas o en decadencia, que procuran artificialmente restaurarlas pero lo que hacen es paradójicamente viciarlas de depuraciones (cf. caso del euskera). Es una intención mucho menos útil que la más humilde de la RAE, que se limita a reflejar la realidad y a, como mucho, procurar mediante la coordinación con las academias hermanas a lo ancho del mundo mantener la unidad del español, es decir, trabajar para que sus hablantes podamos seguir entendiéndonos gracias a una lengua unida.

En el caso de Galicia los intentos de normalizar (nombre moderno que se da a “que la gente lo use”) la normativa (las reglas oficiales) chocan contra la realidad. Como ocurriera con los intentos de frenar la evolución del latín en la Edad Media, de momento la irreal normativa (la reforma vigente del famoso “grazas”, por ejemplo, pero ya desde antes) ha logrado crear la conciencia de que no es lo mismo el gallego estándar, el hablado y castellanizado, que el normativo y oficial, y se empieza a extender el gracejoso nombre de xunteiro para éste.

Puedo citar muy ilustrativas anécdotas de cómo el lingüista buscando la lengua auténtica se encuentra con la lengua real. Por ejemplo el que contaba mi tío Raúl Souto, de aquel estudioso que fue a preguntar a un aldeano cómo le llamaban al cuervo en el lugar y el señor, suponemos que extrañado de las excentricidades de los de la ciudá, respondió: -¿Pero usté qué clase de salvajes se cree que somos? O aquella otra situación que presencié in person, en que allá por los años 80 dos filólogos estuvieron una temporada investigando si en gallego las palabras “arpa”, “arpón” y “arpía” empezaban con “h” o no. Mi respuesta hubiera sido clara: -Lo que diga el diccionario de la RAE.

En suma, con la aculturación de los hablantes aumentan dos tendencias contrapuestas: la concepción separada del gallego y la influencia del castellano. Ésta es la natural, porque los hablantes amplían sus horizontes y el lugar por donde ello empieza es naturalmente por los conciudadanos castellanohablantes. Los nacionalistas de las diferentes regiones de España hablan español para concertarse.

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Entre los no tan ilustrados ha brotado en diferentes épocas el infundio de que hablar una u otra lengua otorga cultura y distinción. Es lo que en tiempos ocurría con los que se forzaban a hablar castellano porque les parecía que el gallego era de pueblo, y con los que hoy con sobredosis de esnobismo se fuerzan a hablar gallego. Los políticos de ámbito gallego están infectados de este último espíritu e incluso llevan varias décadas gastándose NUESTRO DINERO para promocionarlo. Hoy en día está prácticamente extinguida la desconsideración del gallego; abunda mucho más su sobreconsideración.

No se debe confundir dicha desconsideración con la necesidad de comunicación y adaptación propia de la idea 1), típica también de los emigrantes inmersos en una distinta sociedad con distinta lengua, ni con la elección individual para diferentes tonos de discurso de diferentes lenguas.

- O -

Yo me atrevería a escalar una serie de comportamientos que podemos ver en nuestra Galicia de hoy de acuerdo a las actitudes de los hablantes y la influencia del entorno en ellos. En el lado positivo, de más neutro a (en mi opinión) más deseable podrían ser:

  • - El cumplidor: aquél que, manteniendo una idea personal sobre la situación, no la deja sin embargo traslucir pues responde según lo que hable el entorno.
  • - El rebelde: que para sentirse libre habla lo contrario de lo que encuentra en el entorno.
  • - El egoísta: que respeta a los demás pero él sólo habla su lengua.
  • - El liberal: que teniendo su lengua y sus usos personales, no renuncia sin embargo a utilizar una u otra lengua si le sirve para transmitir óptimamente lo que quiere decir.

En el lado negativo tendríamos, también de más neutro a peor:

  • - El sumiso: casi igual que el cumplidor, sólo que la adaptación al entorno es su principio.
  • - El oficialista: desde la errónea concepción de que la lengua se corresponde con un territorio y sin prestar atención a la libertad de elección individual, defiende la promoción de la lengua que considera propia de aquél.
  • - El totalitario: desde el mismo equivocado concepto que el anterior, su promoción de la lengua que considera propia del territorio implica obligar a sus habitantes a hablarla.
  • - El incoherente: opina lo mismo que lo anterior pero él mismo no habla la lengua porque nunca lo ha hecho y le resulta difícil.
  • - El cínico: lo mismo que el anterior, incurre en incoherencias constantes pero además es consciente de ello y le da igual. Un vándalo que probablemente extienda su comportamiento falto de orden a otros aspectos de su vida.

Mi situación personal, después de haber pasado por otras de las que describo, es la del que llamo “liberal”. Sólo se me ocurre una situación mejor que ésta, que es la del liberal que ni siquiera tiene que preocuparse por lo que hablan él mismo o su entorno. Pero esto sólo se puede dar en un ambiente como el que describiré en la siguiente entrada del blog, la situación que considero sería ideal respecto a política lingüística en el caso del gallego.

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