02/12/2010

Derechos lingüísticos colectivos

La Declaración Universal de los Derechos Lingüísticos es un instrumento contradictorio a la hora de tratar los derechos individuales, pues aun mencionando al individuo, desde sus propios preliminares yerra, entre otros motivos:
  • subordinándolo a las identidades colectivas como instrumento para la preservación de éstas;
  • ignorando su capacidad para tomar sus propias decisiones;
  • obviando la dimensión utilitaria de las lenguas, y por tanto los mecanismos por los que son adoptadas o abandonadas, así como las razones objetivas para su promoción;
  • considerando implícitamente las lenguas como sujeto de derecho, e
  • identificando lenguas con territorios (v. entrada anterior).
Si consideramos como la situación ideal para el individuo aquélla en que es libre de hacer su voluntad, no nos queda más que aceptar que no hay argumentos suficientemente elevados como para imponerle el deber de hablar una lengua que no le interesa objetivamente (v. J.R. Lodares, El Paraíso Políglota). Esto va en contra de muchas políticas lingüísticas, que ponen el foco en las lenguas y no en el interés de los individuos. Siguiendo lo argumentado en dos entradas anteriores, considero que la única política lingüística aceptable sería asegurar mediante la educación que los niños tengan la competencia necesaria en las lenguas que les hagan falta para ser ciudadanos de pleno derecho en el futuro y les dé mayores oportunidades en su vida.
Podemos reflexionar sobre por qué esta fijación por la lengua como elemento de identidad. Si es cierto lo que ya he defendido, que la cosmovisión del individuo reside en los conceptos o significados subyacentes a su(s) idioma(s), una diferencia en éstos entre dos personas no las haría auténticamente diferentes, si logran superar la barrera idiomática. Hay además una enormidad de otros rasgos culturales diferentes del idioma que conforman la identidad de las personas y los pueblos que, esos sí, se intentan extirpar por muy tradicionales que sean. Por ejemplo, en Galicia son de lo más enxebres el bocio, la tuberculosis, el caciquismo, el minifundismo y los matrimonios “de penalti” (no quiero decir que sean exclusivos de Galicia), pero hasta entre los planteamientos multiculturales más conservacionistas se considera (no siempre) que sus causas deben ser erradicadas. También son típicos las faldas largas y el paño en la cabeza, pero la moda dicta ropa vaquera y paños, si es el caso, palestinos; la música estadounidense o irlandesa en lugar de la jota y el pasodoble; sector servicios y no andar coas vacas.
Sin mayor profundización en la Psicología, me atrevo a opinar que el motivo por el cual la lengua funciona como un marcador tribal tan fuerte es cuestión de apariencias, es decir, que en un hecho tan fundamental para el ser humano como es la comunicación interpersonal, y dentro de ésta la lingüística, las diferencias de idioma son un rasgo que llama la atención inmediatamente y que en una mentalidad primitiva inspira rechazo al que es diferente (cf. el caso ejemplar de “shibboleth”).
Remato el comentario sobre este artículo rechazando también la concepción adoctrinadora de la escuela que muestra el último párrafo del artículo de Teresa Moure, abundando en lo dicho: creo que la enseñanza obligatoria debe mantener el objetivo de aportar al alumno el mínimo para su óptimo desarrollo como individuo libre.

01/12/2010

Defectos de los mapas lingüísticos

Usar los mapas para reflejar las lenguas habladas en un territorio es algo tentadoramente fácil, de hecho bastante frecuente. El concepto es sencillo: según se hable en un sitio, se pinta ese punto del mapa del color correspondiente, y ya tenemos, como decía la canción, “un país multicolor”.
En realidad no es tan sencillo. Dependiendo de la información que se quiere que el mapa dé, en ocasiones los mapas se hacen de las lenguas consideradas autóctonas (discutible concepto) y no de las demás; de hecho, son ésos los que se usan para defender los derechos seculares de las gentes a seguir hablando las lenguas de sus antepasados (entre las que sin embargo Teresa Moure por ejemplo no quiere incluir al afrikaans, tan antiguo en sus zonas de mayor implantación como las lenguas bantúes, sólo por pertenecer al grupo social que fue dominante en su país).
Ahora bien, la situación en que se pueden trazar fronteras lingüísticas es aquélla en que de modo general sólo se habla una lengua en un determinado punto. El defecto clave de los mapas lingüísticos es que asocia lengua con territorio, obviando que tal asociación tiene un intermediario que es el individuo. Es decir, no es que en un territorio se hable una lengua, sino, como ya he dicho:
en un territorio hay una serie de habitantes, cada uno de los cuales habla las lenguas que sea, y haciendo estadística se puede sacar cuánto se habla una lengua y cuánto otra.
A la situación en que es válido un mapa lingüístico se llega cuando:
  • la movilidad poblacional es nula, pues de lo contrario se hace necesario acudir a un nivel de detalle microscópico e imposible de reflejar a escala regional en el mapa, o más sencillamente se alternan rayas de colores o un sombreado;
  • en un punto sólo se habla una lengua, lo cual implica que la única posibilidad de tener que hablar otra sea con un forastero.
Es decir, a este estado se llega mediante la existencia de una situación objetiva de atraso (lo que explica lo que he dicho acerca de éste en la Francia del Ancien Régime), pues varias de las vías por las que una persona puede salir de él buscando mejores oportunidades en la vida son por un lado la movilidad geográfica, y por el otro la convivencia con gentes con otras vivencias, ideas y culturas, lenguas incluidas.
En la mayoría de los casos, en una sociedad avanzada un mapa lingüístico es una herramienta poco realista y que induce a errores de concepto, y ni mucho menos se debería esgrimir para defender lo que se debe hablar o no en un territorio. Las relaciones lingüísticas se dan entre personas, no entre territorios (v. p.ej. "Cómo el homo se convirtió en sapiens", de P. Gärdenfors, sobre la falta de lenguaje en los casos de personas solas ante el entorno, que no reciben el lenguaje a la edad adecuada). En general cada individuo tiene unos ámbitos de comunicación propios que implicarán unas lenguas, dialectos, jergas, registros, etc. también propios; la situación en que una lengua se corresponde con un territorio es en realidad excepcional. Más aún, desde el estricto punto de vista del individuo libre, los conceptos de lengua autóctona/alóctona o incluso propia/extraña son inaplicables; a lo sumo, materna/adquirida.

30/11/2010

Crítica de las bases de la ecolingüística

Al principio de este blog planteé la similitud entre las especies biológicas y lingüísticas. En esa ocasión me fijé en los rasgos de transmisión de innovaciones, “mutaciones”, en terminología biológica. Podría pensarse que esta consideración abunda en la equiparación de lenguas y especies que hace la ecolingüística, pero un análisis más profundo lo desmiente.
Atendiendo a las raíces de los conceptos, tengamos primero en cuenta qué es una especie biológica. No son unos animales concretos, pues aunque los animales nacen y mueren, la especie permanece. Siendo un poco más abstractos, no es siquiera un conjunto de animales, sino determinadas características más profundas de los mismos. Los individuos de una especie intercambian constantemente la materia que los constituyen con el entorno; de hecho podrían intercambiar todos sus átomos a lo largo de su vida y diríamos que siguen siendo los mismos individuos, y desde luego pertenecerían a la misma especie en que nacieron. Por tanto, en una definición profunda, la especie consiste en un conjunto de instrucciones, los genes, para la organización de dichos átomos.
En cuanto a una lengua, consiste al igual que una especie en elementos de información, sólo que en una especie actúan sobre átomos y moléculas y en una lengua sobre sonidos y otras entidades abstractas. A causa de esta abstracción de partida, en la historia de la ciencia ha sido más fácil identificar la naturaleza abstracta de los componentes de las lenguas que la de los genes.
Pero si en ambos casos, el biológico y el lingüístico, se trata de elementos de información, ¿hay alguna diferencia entre unos y otros? ¿No seguimos reafirmando la equiparación entre lengua y especie?
Hay un punto clave de diferencia, y es que una lengua es un código en principio arbitrario, concepto también temprano en la historia de la Lingüística. Por mucho que los hablantes de un código situados en un entorno desarrollen un idioma idiosincrásico, ello no quita que tal idioma siga teniendo una conexión arbitraria con el entorno (con la conocida salvedad de onomatopeya e interjección), es decir, que si la evolución hubiera sido diferente, hubiera importado lo mismo que hubiera desembocado en una combinación sonora distinta, mientras el concepto subyacente (el “significado” en la terminología clásica) fuese el mismo.
Esto nos lleva de nuevo a la utilidad de las lenguas tratada en la entrada anterior. Pongámonos en la situación del hablante de una lengua cualquiera que se encuentra con un código diferente, esto es, que usa otros signos lingüísticos. Mientras la nueva lengua tenga un elenco de significados equivalente, por así decirlo, la comunicación será relativamente neutra, insulsa si se me permite adjetivarla, pues consistirá simplemente en descubrir las equivalencias en significantes (sigo con los términos clásicos) y traducir. En este sentido, la existencia de lenguas diferentes es un escollo para la comunicación, y va por tanto contra el propio sentido de lo que es una lengua como medio de comunicación. De hecho, una equivalencia total entre dos códigos lingüísticos es un equilibrio inestable en el tiempo, que acaba desembocando en su resolución a favor de uno de los dos o la fusión en una nueva lengua criolla (hecho éste que es de total relevancia para las políticas lingüísticas, por ejemplo las desarrolladas en Galicia).
Pero el escollo sólo existe en el plano de los significantes. La riqueza de la diversidad lingüística no está en ellos, sonidos arbitrarios, sino en los significados. Está en que los hablantes de otra lengua tengan no otras palabras, sino otros conceptos que, esos sí, enriquecen el acervo cultural de aquéllos a quienes son transmitidos. El hablante de una lengua que se encuentra otra con conceptos e ideas diferentes ya no lo tiene tan fácil para la traducción, pues las equivalencias no son exactas y o bien adapta una palabra de su propio lenguaje, o adopta la del nuevo, o simplemente inventa. Este contraste de significados es el motor del préstamo de palabras y, de un modo más complejo (pues implica no sólo palabras sino la gramática entera), de la creación de pidgins y lenguas criollas.
La realidad nunca se mueve en los extremos de la total coincidencia de significados, que hace de la variedad un problema, ni de la total disyunción, que la convierte en riqueza una vez lograda la traducción. Basta hojear un diccionario bilingüe para comprobar numerosos casos de palabras de traducción biunívoca y otros tantos de varias traducciones posibles, o que no son las únicas que corresponden con su más próximo equivalente en el otro idioma.
Respecto a la conservación de especies biológicas y lingüísticas, hay un aspecto añadido que separa a unas y otras. Preservarlas implicaría ser capaz de mantener y reproducir los datos en que cada una consiste. Las biológicas consisten en genes, y hoy por hoy la única manera de preservarlos es mantener vivas las especies, pues aún no ha llegado nuestra tecnología a un nivel tal que permita reconstruirlas en base a los “manuales de instrucciones”. Aún estamos empezando a registrar los genomas, y empezando por ahí no existe la capacidad de componer los genes ensamblando molécula a molécula.
El caso de las lenguas es diferente. Más de cinco milenios de existencia tiene la escritura, y aunque es un sistema imperfecto para registrar tan siquiera los sonidos de las lenguas, ha bastado para mantener en un estado taxidérmico idiomas como el latín clásico o el hebreo, éste resucitado incluso. Pero ahora sí disponemos de la capacidad para registrar los sonidos y conceptos fielmente en estudios tanto lingüísticos como etnográficos, y somos capaces de reproducirlos; de ahí lo positivo de las iniciativas que documentan la diversidad lingüística. Esta clase de proyectos salvan la diversidad lingüística para el futuro aunque las lenguas estudiadas mueran, pues salvarían los tanto los significantes como los significados que componen las lenguas. Y no está fuera de nuestro alcance registrar a los hablantes de las lenguas para “revivirlos” reproduciendo los registros cuantas veces se desee con fidelidad equivalente a la que tendrían si estuviesen presentes enseñándolas.
De ese modo, y recuperando el asunto de la desaparición de lenguas de la entrada anterior, mi muy personal opinión es que podemos abandonarnos al radical pragmatismo. Desaparecen las excusas para decir a los hablantes de tal o cual lengua que no está bien que dejen de hablarla. Teresa Moure se pregunta “¿con que dereito pretende un ser humano impor aos outros a súa lingua?”, pero debemos preguntarnos también “¿con qué derecho pretende un ser humano imponer a otros que no abandonen su lengua?”. De modo que, si ya poco admisible me parece que se pretenda que la mantenga aun a riesgo de que si no lo hace la lengua quede muerta más allá de toda posibilidad de recuperación, menos legitimidad tiene pretenderlo cuando sí existen los medios para registrarla. Me parece totalmente rechazable el cuestionamiento que Moure hace (“os individuos máis novos non están dispostos a manter unha forma secular de vida”) de la libertad de los individuos a escoger lo que más les conviene en sus vidas, particularmente en el campo lingüístico que al fin y al cabo está basado en asociaciones arbitrarias entre significantes y significados, como sabemos. Lo que debe hacer un lingüista comprometido con la diversidad no es pelear por el mantenimiento de la separación cultural que preserve las lenguas (“dereito dos pobos a existir”), sino registrarlas antes de que desaparezcan: y tenemos la certeza de que absolutamente todas las lenguas del presente, sea por evolución o extinción, habrán desaparecido en un futuro más o menos lejano.

29/11/2010

Desaparición de lenguas

Hablando de asesinato de lenguas, Teresa Moure manifiesta intencionalidad respecto a la conciencia del lector de su artículo en Grial. Por otro lado, se califica de “terrible” el impacto de los sistemas occidentales triunfantes, implicando que es algo malo, cuando bastaría el adjetivo “enorme” por ejemplo, y se denomina dicha influencia “imperialismo” con una clara connotación negativa, siendo discutible que exista ningún imperialismo (sistema organizado de dominación) a estas alturas, ni que el imperialismo sea un hecho netamente negativo. Tales asociaciones me parecen de todo punto rechazables por lo que sigue:
Para hablar de asesinato debe haber intencionalidad. Durante la Revolución francesa, uno de los puntos que los Gobiernos revolucionarios se plantearon fue cómo eliminar las lenguas regionales. Dicho así de seco, parece una salvajada, pero valorándolo con la mente abierta y en el contexto de que la multiplicidad de dialectos regionales era un producto del atraso, no deja de comprenderse que detrás de dichos planes había una intención benéfica, de llevar la égalité a todos los ciudadanos de la République, por mucho que los medios para ello fuesen en ocasiones tan abominables como imponerlo a golpe de guillotina. Pero en casos como este sí podría hablarse de asesinato de lenguas, cuando existe una voluntad consciente contra un código lingüístico.
Sin embargo, el único argumento que la autora da para considerar “asesinato” a la desaparición de lenguas es el gran número ellas amenazadas. Para sostener dicha calificación deben aportarse referencias o datos pasados comprobados de lenguas que hayan sido eliminadas deliberadamente con éxito. A lo largo de la Historia ha habido casos incontables (literalmente) de lenguas desaparecidas antes de que existiera política lingüística alguna a favor o en contra de ninguna. La autora muestra una clara contradicción exponiendo los dos motivos que hacen desaparecer lenguas hoy en día (sistemas educativos y medios de comunicación) oponiéndolos a lo que se podría considerar “muerte natural” de una lengua (“uns chegan, outros se van”). Pues ¿de qué modo “se van” las lenguas, de qué modo desaparecen naturalmente? Perdiendo hablantes, por supuesto, y ¿por qué pierden hablantes? Porque éstos se mueren o pasan a usar otras lenguas. Dichos dos motivos son precisamente los que atraen a los hablantes a unas lenguas en lugar de a otras, sin necesidad de obligarles a abandonar las anteriores.
No olvidemos qué es una lengua: un sistema de comunicación. Es decir, una herramienta. La gente empieza a hablar una u otra lengua según haya un uso de ella en su entorno, y esto lo mismo vale para la primera lengua materna como para cualquier otra adquirida a lo largo de la vida. En una situación natural, la utilidad (el uso) acostumbra a la gente a una u otra lengua, y en el lado opuesto, la inutilidad (falta de uso) hace que la gente abandone lenguas. Ése es el proceso natural, y si los sistemas educativos (que deben enseñar lo útil, en el sentido de lo argumentado hace tres entradas) y los medios de comunicación (que si son libres suelen moverse por la utilidad comunicativa y el pragmatismo) son los motivos que hacen triunfar o desaparecer lenguas, no es correcto hablar de asesinato sino de hecho de muertes naturales.

28/11/2010

Lengua vs dialecto

He de remitirme en este punto al análisis extenso que se encuentra en las dos primeras entradas de este blog que trataron de lenguas ("Glotogénesis..." y "Lenguas separadas..."). Me limito ahora a reflejar los aspectos aplicables a la diferenciación entre dialecto y lengua para llegar, mediante premisas diferentes, a la misma conclusión que Teresa Moure de que: "as decisións sobre que variedade promocionar, estandarizar, difundir ou falar non son decisións “científicas” tomadas asepticamente polos especialistas; son, ante todo, decisións políticas."
Para empezar, es bien conocido el principio de que una lengua es siempre dialecto respecto a aquélla de la que procede (especialmente, añado, cuando dicha lengua es una de varias ramas de un tronco primigenio). Pero a partir de ahí la diferenciación entre uno y otro término se pierde en una nebulosa, como bien ejemplifica dicha autora con los numerosos argumentos y contraargumentos que se pueden encontrar para establecer una variedad como lengua o rebatirla y mantenerla en dialecto.
En el fondo, “lengua” y “dialecto” son términos que especifican una idea previa, que podemos llamar, como acabo de hacer, “variedad” lingüística. El tinte diferenciador entre aquellos dos conceptos reside en la independencia que se atribuye a cada uno. La lengua es independiente; el dialecto no. Incluso con ojos ecolingüísticos, un dialecto es más “perdible” que una lengua con todas las de la ley. A ojos de los hablantes, también es más miscible además con variedades vecinas.
A falta de criterios cualitativos claros considero que la ausencia de una cuantificación fiable de la variación lingüística (más allá de los recuentos de vocabulario común), que permitiría establecer límites numéricos indiscutibles (“hasta aquí es sólo dialecto, a partir de aquí, lengua”), la separación de los conceptos de “lengua” y “dialecto” se mantiene en la nebulosa desde el punto de vista lingüístico, y por tanto queda sujeto a la consideración “política” que de cada variedad tengan sus hablantes, es decir, que son ellos quienes deciden si lo que hablan es diferente (por tanto lo llamará “lengua” o “idioma”) de lo que habla el vecino. Por ejemplo, hay comparativamente más diferencias entre dialectos del inglés o los dialetti de Italia que entre variedades eslavas (ver clasificación de Linguasphere) o algunas de España que sí se llaman lenguas.
De ahí que se trate de una decisión exterior a lo que pueda decir la ciencia lingüística, al verse ésta obligada a afirmar escépticamente que la diferenciación entre los dos conceptos no es clara y a resignarse a que la distinción que pueda establecer sea más débil que la conciencia política de los hablantes.

26/11/2010

Eurocentrismo y valores universales

Corresponde, como se suele decir, a “épocas felizmente superadas”, el que los europeos, como cualquier otra civilización, considerasen ciegamente que sus valores eran los “buenos”. Era una cuestión de plana ignorancia, por no haberse enfrentado a la diversidad, con lo que ello supone de ruptura de esquemas preconcebidos y asentamiento de valores sobre cimientos más profundos, basados en principios más generales que hayan sido inducidos de la diversidad.
Pero precisamente el aspecto positivo del eurocentrismo reside no en sostener determinados valores, sino en el proceso de conocimiento, comparación y profundización. El artículo de Teresa Moure trae como ilustración de portada a Sequoya, que inventó el silabario para la lengua cherokee, causando furor entre sus tribales, que en pocos años superaron en alfabetización a los mismos colonos estadounidenses. Pues bien, lo destacable no es que los Cherokee realizaran tal logro gracias a su alejamiento de los europeos mediante un silabario independiente, sino que el mismo Sequoya estuviera motivado por el ejemplo de los europeos y sus “hojas parlantes”, es decir, que en realidad dicha tribu adoptó con avidez una virtud europea, que no era el alfabeto latino, un valor superficial, sino la alfabetización, más profundo que de por sí ya es beneficioso independientemente del alfabeto en que se produzca.
La ciencia ayuda a romper los prejuicios; el propio método científico implica mantenerse dispuesto a aceptar que uno se ha equivocado. Su validez y éxito se basan en la capacidad que concede para comprender y manejar la realidad. El método científico es una creación básicamente occidental; y no es eso lo que lo hace mejor o peor, sino el susodicho éxito. Con esto quiero decir que, igual que aprendimos en tiempos pasados que nuestros valores no eran absolutos (cosa en que los europeos sí nos distinguimos de la mayoría de pueblos), tampoco podemos por ello asumir que todo es discutible.
Vaya esto último por el cuestionamiento que a menudo se hace de la aplicación de los valores europeos al resto del mundo. En el caso de Sequoya, el valor europeo no era el alfabeto sino la alfabetización; en casos más serios, como el de los Derechos Humanos por ejemplo, son producto de una reflexión posterior al contraste que ofrece la diversidad, por ello se extienden conscientemente a toda la Humanidad. Incluso se defienden valores europeos cuando se apela a atender la diversidad.

24/11/2010

Las lenguas más habladas, en la enseñanza

Recientemente he tenido que hacer un comentario por motivos académicos a varios artículos que versaban sobre las lenguas y la enseñanza, en particular la gallega; a saber:
  • Moure, Teresa (2003). “A batalla das linguas no mundo actual. Multilingüismo e antiglobalización”, en Grial nº 160.
  • Silva Valdivia, Bieito (2008). “Lingua e escola en Galicia. Balance e propostas de futuro”, en Grial nº 160.
  • Monteagudo, Henrique (2010). “Presente e porvir do galego. Lingua, sociedade e política”, en Grial nº 186.
Como el comentario viene muy a cuento de lo primero que he escrito en este blog mío de reflexiones varias, voy a irlo publicando poco a poco, con un mínimo de edición para que se sostenga mejor fuera del contexto académico en que fue originalmente escrito.
El artículo de Teresa Moure empieza con una queja sobre la incoherencia entre las lenguas más habladas en el mundo y la importancia de la mención que se hace a las mismas en el sistema escolar, proponiendo que lo justo debería ser dar importancia a las más habladas. Estamos ante una cuestión de geografía, no de lenguas, pues el asunto es el conocimiento que de la existencia y hablantes de dichas lenguas transmite el currículo de la enseñanza en Occidente, no que los alumnos deban aprenderlas.
La clave radica en los motivos por los que unos u otros temas figuran en el currículo definido por las autoridades educativas. En general, dichos temas son los considerados básicos y mínimos para el desarrollo de la persona; el Estado los define en el cumplimiento de la igualdad de oportunidades que debe perseguir para todos los ciudadanos, en este caso escolares. Ello implica que se incluyan en el currículo conocimientos que, con la mayor objetividad posible, sean útiles para el discente.
Más en particular, los conocimientos de Geografía, que en este punto es lo que nos ocupa, realizan un zoom a lo más local; por poner un ejemplo, el río Miño es bastante irrelevante a nivel mundial e incluso europeo, secundario en el de la Península Ibérica y sobresaliente en el gallego. Pero ni siquiera al nivel más global los conocimientos impartidos aspiran al saber integral, sino al mínimo necesario en el entorno del alumno.
Aplicado lo antedicho a las lenguas, el caso es similar: para un alumno español eran tradicionalmente importantes, aparte del español mismo, el inglés (2ª lengua del mundo en hablantes nativos), francés (11ª), alemán (10ª) y secundariamente el portugués (8ª) e italiano (15ª). Empieza a pulular en los bordes de la oferta lingüística el chino (1ª) no por la posición que ocupa en número de hablantes, pues en tal caso lo hubiera hecho hace tiempo, sino por la importancia comercial y económica en general que ha adquirido la R.P.C. en los últimos años.
La evolución de la demanda natural de idioma extranjero nos enseña que lo que a efectos de un individuo da importancia objetiva a una lengua es la utilidad que para él tenga. Dentro de un concepto educativo de aportación al alumno de los conocimientos que le den oportunidades no cabe queja respecto a que el foco esté puesto en la vecindad (no geográfica sino más bien de relaciones) europea; sólo cabría exigir conocimientos globales bajo el punto de vista de una aculturación añadida, que en mi opinión superaría los objetivos del nivel básico del currículo escolar.

02/06/2010

El antiguo ¿conflicto? entre Religión y Ciencia

Es una reflexión que me asalta recurrentemente, la del estado del tema que da nombre a esta entrada; entre otras razones traída por las ocasiones al respecto con que uno se encuentra. Así, últimamente lo que me ha hecho volver a dar vueltas al asunto es la celebración el pasado año del bicentenario del nacimiento de Darwin y sesquicentenario de la publicación de El Origen de las Especies, y las tribulaciones que al pensamiento religioso ha causado su descubrimiento biológico en estos últimos dos siglos, en particular la resistencia de los protestantes (permítaseme por brevedad no especificar más dentro de esta denominación genérica), más concretamente en los Estados Unidos de América.
En muchos de los casos de resistencia de los protestantes y otros a ni siquiera considerar que la evolución se produzca está el desconocimiento de la clase de afirmación de que se trata. Se la toma como si fuese una especie de herejía, o de religión extraña; como un conjunto de afirmaciones de fe diferentes de las propias e incompatibles, y por tanto equivocadas. Se debe a la incomprensión de qué es la Ciencia. Como si Darwin fuera un profeta más de una religión impía.
Cierto es también que entre los científicos, o más bien entre los que defienden hechos afirmados por la Ciencia, hay en ocasiones también cierta incomprensión de en qué consiste ésta, a veces parecida a la que acabo de mencionar respecto a los creyentes.
El manido "conflicto" entre Religión y Ciencia no está en la contradicción de hechos afirmados por uno u otro sistema de creencias. Es decir, no está en que unos afirmen que la realidad es de una manera y otros de otra. El problema está en su método de aproximación, es decir, en cómo cada uno de esos dos sistemas (no de creencias sino de afirmar diría yo más bien) acaba por afirmar lo que afirma.
La Ciencia dice: "Veamos qué tenemos aquí" y "veamos cómo funciona". A continuación, junto con la Tecnología dice: "Veamos cómo podemos manejarlo". Como decía Richard P. Feynman que su padre, creo, le había enseñado, "No sabemos por qué, sólo sabemos cómo" (y ciertamente Feynman lo aplicó en sus teorías). Al menos en las respuestas últimas, no se busca ni obtiene el "por qué" (como un insistente niño pequeño demandaría), sino el "cómo". Al fin y al cabo se trata de un "a las pruebas me remito". La Ciencia ha de estar abierta a respetar la evidencia de las pruebas, a dudar de todo aquello que no esté suficientemente apoyado en ellas, incluso cuando las haya mantener una reserva constante de escepticismo. En definitiva, debe rehuir la petición de principio. Lo cual, dicho sea de paso, me parece un modo de lo más saludable de encarar las cosas.
En cambio, lo que personalmente he encontrado en mis vis-à-vis con la Fe (básicamente en la de otros) ha sido la afirmación de determinados hechos sin justificación alguna.
-¿Por qué necesitas justificación para todo, Breo?
-Bueno, ¿puedes afirmar cualquier ocurrencia peregrina que te venga en mente y pretender que es cierta sólo porque no se puede justificar?
Una de las ideas más asentadas que me resultaron de la temporada y media que compartí debates bíblicos con unos universitarios protestantes (me invitó una amiga con infructuoso propósito proselitista; y no fueron debates hasta que dos escépticos, un físico y un historiador, nos plantamos allí) fue un concepto más claro de la Fe: no hace falta justificar. Es una pretensión implícita de lo más naïf de que afirmar algo lo convierte en cierto. Lo cual, por ser estrictamente científico, no voy a negar: simplemente pido pruebas de que eso pueda ser así.
Uno de los aspectos que creo está en el origen de las religiones no es sino un intento de entender el mundo, científico a su manera, teniendo en cuenta que sería el más primitivo, fundamentado en la analogía respecto a los conceptos innatos del pobre homo sapiens, que tiene cierta consciencia de la propia personalidad y por tanto ve personalidades en todo lo que le rodea. La Religión, por tanto, también sería Ciencia en origen, pero se separa de ella cuando quien sostiene las primitivas explicaciones se niega a aceptar otras más profundas y rechaza las evidencias de la realidad.
Aquí es donde surge la Fe, en sostenella y no enmendalla, en el empeño de mantener una afirmación. Que de todos modos es algo de lo más humano también, porque en definitiva nuestras mentes tienden a clasificar, a compartimentar los conceptos de todo lo que nos rodea para poderlos manejar más ordenadamente. Y cotidianamente nos aferramos a ideas previas que nos mantienen cómodos, por eso no hay para mí tanta diferencia entre una persona con fe, un sectario político o un hincha deportivo, típicos ejemplos de gente que se enoja ante la perspectiva de que otro que piensa diferente pueda tener razón o convencer a otros. Y peor lo ponemos cuando dicha persona pone todo su ser en manos de esa ideología, de manera que criticar sus ideas es criticar a la persona (porque ésta lo quiere). Fundamentalistas de esta clase no pueden aspirar a ser más que un número en una masa.
Desde ese punto de vista sobre el origen de las religiones puedo plantear una comparación, también salida de dichos debates bíblicos, entre la tradición católica y el protestantismo. Les decía yo a aquellos colegas creyentes (a quienes personalmente respeto profundamente pero cuya ideología religiosa considero sinceramente de lo más erradicable), en su mayoría luteranos y calvinistas si no me equivoco, que la aparición de los movimientos protestantes había sido en cierta medida también científico, despojando el sistema de creencias establecido, sujeto a la tradición romana, de todo aquello que eran añadidos mundanos nada divinos, que no estaban en las Escrituras. Desde el punto de vista de la autenticidad de lo reflejado en la Biblia, la aparición del protestantismo había sido un paso de coherencia. Sólo que se quedó corto, y no cuestionó más allá; su axioma es que ciertos textos que ellos consideran sagrados son verdaderos.
Pero ¿y si la tradición católica estuviese en lo cierto por basarse no sólo en los libros sagrados sino también en la experiencia de siglos? Las tradiciones ortodoxas (así incluyo a las de la Europa oriental) podrían haberse formado en base a la contemplación de una intervención divina a lo largo de ese tiempo, que habría completado lo aportado por las Escrituras. ¿Con qué nos quedamos entonces? Porque en ese caso todo protestante sería un fundamentalista en mayor o menor grado.
Mi impresión es que por muy protestantes que sean, también han establecido sus propias tradiciones, para interpretar las Escrituras y vivir la religión en general, lo mismo que el catolicismo al que rechazan, desprecian y en algunos casos incluso odian.

Con todo, no tiene por qué existir el conflicto susodicho entre Fe y Ciencia, al menos a nivel personal. A fin de cuentas, uno puede considerar el siguiente extrañamiento, que es cierto: la Ciencia habla de las cosas naturales, mientras que la Fe cree en lo sobrenatural. Simplemente, cualquier entidad que se considere parte de la Naturaleza, es susceptible de estudio por la Ciencia; inversamente, cualquier entidad inasequible a la comprensión científica, es decir, que pueda saltarse por su arbitraria voluntad las leyes naturales (lo que se llama milagro, vamos) está fuera de la estudiable Naturaleza.
Como digo a veces, si apareciera un dios, sería deber del científico preguntarse cómo funciona ese dios. O también, como decía Carl Sagan (que en esto de popularizar el pensamiento científico tuvo cierto empeño y hasta éxito), el afirmar en Ciencia que tal o cual cosa la hizo el Creador, nos deja automáticamente con la pregunta de quién creó al Creador.
Lo que la persona con Fe debe tener en mente para no caer en contradicciones es no negar la realidad cuando ésta se muestra contraria a las creencias previas. Esto la deja en el clásico escenario en que la idea de un creador sobrenatural va retrocediendo a medida que la Ciencia paso a paso va descubriendo leyes más básicas y generales que explican otras más específicas. Me explico: partiendo de las leyes de cada ciencia particular, hemos ido respondiendo porqués parciales cada vez más profundos, retrocediendo en la complejidad del Universo hacia lo fundamental. Por ejemplo: el comportamiento de cada animal se basa en su historia evolutiva, que a su vez es un producto complejo de su bioquímica, que a su vez es una forma compleja de química propia de nuestro entorno planetario, que a su vez son unas complejas física atómica y gravitatoria, a su vez basadas en las cuatro fuerzas fundamentales, tres de las cuales se han podido ya comprender como variantes de una sola...
Incluso en las últimas décadas se han dado los más decididos pasos en aquella dirección soñada por Darwin, que él expresa en el último capítulo de El Origen de las Especies: la comprensión de la sociedad y psicología humanas como hechos biológicos también producto de la evolución (y radicados en la neurología > bioquímica > física atómica). Para tranquilidad, supongo, de los fieles agoreros que consideran que apartar a Dios del pensamiento humano lleva al caos. Al respecto me gusta decir (también lo aprendí en parte de los debates bíblicos) que si fundamentamos nuestra ideología y vida entera en un Dios y después resulta que no existe, entonces queda demostrado que se puede mantener una vida civilizada sin Dios alguno. Un poco enrevesado, lo reconozco.

El concepto de Dios que una persona coherente con la realidad puede mantener ha retrocedido consecuentemente con el de la propia concepción de la persona. No es posible repetir la primitiva analogía arriba mencionada. Antiguamente se pensaba en dioses presentes en cualquier elemento del entorno, o consistentes en los propios antepasados o gentes de renombre; se pasó luego a comprender más a las otras personas y los dioses se hicieron habitantes de lugares lejanos (montañas, infiernos, etc.) hasta serlo de mundos paralelos. Pero la comprensión de las cosas hizo que resultara cada vez más complicado pensar en dioses caprichosos, o aun entrometidos en la naturaleza... La analogía retrocede, y ese Dios acaba convertido en un demiurgo, en una prima causa, en una Ley Fundamental. ¿Qué queda entonces de la divinidad personal, inteligente y a cuya imagen y semejanza estamos hechos (o al revés)? Remitámonos a los hechos. Pero si ése es el concepto de Dios al que vamos, entonces no podrá haber conflicto, porque Religión y Ciencia, Fe y Razón, obedecerán al mismo Principio.

02/02/2010

Blues = country, y rock and roll

He dado últimamente en mi casa con un DVD que teníamos por ahí perdido, “The History of Rock & Roll”. Después de haber visto toda la serie, sigue siendo el cap. 1, “Rock 'n' Roll Explodes”, el que más me ha calado. En él se exploran las tendencias que rondaban en la música popular y comercial de los USA a la vuelta de la II Guerra Mundial, el ambiente y estilos de los que surgió el rock & roll.

El concepto que hasta hace tan sólo unos meses un servidor albergaba era el siguiente. En los Estados Unidos existe una peculiar concepción racial por la cual los blancos puros son adscritos a la “etnia” blanca (básicamente WASP), y los mezclados, sin distinción a la etnia de la que tienen mezcla (p.ej. ¿cómo clasificamos a mulatos 50% como Halle Berry, Lenny Kravitz o Alicia Keys?; L.-L. Cavalli-Sforza ha calculado que sobre 1/3 de los genes de los afroamericanos son blancos). Cosa distinta ocurre en Iberoamérica, donde todas las diferentes gradaciones reconocibles de los mestizajes entre blanco, negro e indio tenían su nombre y un lugar en la sociedad.

Pero en fin, yendo al tema musical que nos ocupa, la idea era que a pesar de dicha segregación los negros americanos habían logrado crear una cultura tan potente, en especial en la música, que uno tras otro los ritmos y estilos negros habían saltado las barreras sociales y contagiado a los blancos: jazz/swing, rock, soul, funky, disco, hip-hop… mientras que otros estilos (folk, country) se mantenían como feudo blanco. Sin descartar que dicho traspaso se haya producido en algunos casos, me quedó claro que en el caso del rock & roll la cosa no era precisamente así.

La mayor “revelación” que especialmente ese primer capítulo me transmitió fue que el árbol no era realmente tan asimétrico, con raíces y tronco negro y ramas sucesivas proyectándose hacia el lado blanco, sino que las raíces, aun siendo variadas, bebían todas de un estanque común. Es decir, los estilos eran fundamentalmente los mismos, y además la herencia africana tenía una importancia menor de la que yo pensaba, de hecho siendo, una vez nos paramos a analizar la música, en mi opinión menos importante que la herencia europea.

Me parece ahora mucho más realista la concepción de que la música de los negros estadounidenses se crió al igual que el resto de su cultura y sociedad: esclavos desarraigados de sus orígenes africanos y a la sombra de sus amos, aprendieron de los rednecks (blancos de cuello enrojecido al sol de clase tan baja y vida tan dura como las de los propios esclavos) la música que los abuelos de éstos habían traído de Europa. Al contrario que Iberoamérica, donde la mezcla de razas y culturas fue mucho mayor y por tanto la herencia africana incorporada en mayor medida (pensemos en las músicas del entorno del Caribe por ejemplo). Pero las músicas tradicionales de Norteamérica, no sólo la de los blancos sino también la de los negros de los EEUU, serían unas variantes más de las de la música tradicional de Europa occidental.

Las diferencias eran superficiales: la instrumentación y poco más, quizás la temática de las letras y la actitud y uso que se hacía de la música, a lo cual respondió la industria discográfica compartimentando el mercado y estableciendo o potenciando variedades de manera que al adusto e impávido vaquero correspondía el country y al desinhibido y sensual negro el rhythm & blues.

En cuanto a características musicales, estos estilos comunes jugaban fundamentalmente con acordes sencillos (mayores, menores, séptimas), y un compás o bien de 4/4 o bien de 3/4 tan acelerado que, convertido en 12/16, acaba siendo un 4/4 con los tiempos en tresillo o triplete (me vendría bien en este punto la asistencia de Edu, batería de conservatorio y antiguo compañero de ocasionales andanzas musicales que hoy triunfa en Con Mora). De hecho, el rock & roll hereda el 4/4 simple del country y el tresillo del blues y los arrastra y alterna desde entonces (para extrañeza de mis antiguos compañeros de grupo cuando les dije que el rock & roll era blues acelerado, y sin embargo en la mencionada “History of Rock & Roll” ahí está el señor Little Richard diciendo que “rock & roll is boogie-woogie uptempo”).

Una canción que se desliza inquietante pero deliciosamente en el límite entre el compás simple y el triplete es “Mess Around” de Ray Charles (1953), que escuché en la radio cuando estaba yo en las reflexiones que me había producido el mencionado DVD y vino a apuntalar el concepto. Otra canción que también lo hizo fue uno de los que figuran entre los de aquel primer capítulo de la serie: “Got my Mojo Working” de Muddy Waters (1957), un intérprete del que, sinceramente, hasta entonces sólo había oído el nombre; siendo un tema que todos consideraríamos blues, es sin embargo de ritmo típicamente country y no chirriaría que en lugar de ser cantado fuese interpretado por un fiddle (violín) a la irlandesa.

Por todo ello, aunque pudiera no extrañarnos que dos estilos europeos tradicionales como la tarantela, la jota y la muiñeira compartan base rítmica (con compás de 6/4), seguramente nos resulta más llamativo que la puedan compartir con el blues (tresillo) y, de paso, con el fandango (3/4). De ahí que resulten tan fáciles las mezclas que hacen los gaiteros-rockeros, o las de los flamencos con los bluesmen.

Mencionaría un último tema que para mí supone una referencia respecto a los orígenes del rock & roll desde hace tiempo: “In the Mood” de Glenn Miller (1939). Desde que, probablemente ya en mi infancia, cobré consciencia de la diferencia del estilo rock & roll, supe que aquel tema (que como los demás de Miller se escuchaban en mi casa y en la de mi abuelo saxofonista) podía pasar perfectamente por un rock & roll a pesar de ser unos 20 años anterior a la definición de este estilo; bastaría que en lugar de una big band lo tocase un grupo de batería, bajo y guitarra. “In the Mood” es un ejemplo de que el rock & roll vino conformándose desde mucho tiempo atrás.

Lo que lleva a uno a preguntarse qué es lo que tiene de distintivo el rock & roll. Si en los 50 aún no existía esa denominación para ningún estilo musical, si el estilo definido a finales de esa década era una variante más de entre las muchas de la música popular americana de entonces, mientras que lo que con el tiempo se ha seguido llamando rock es notablemente diferente (Jerry Lee Lewis no suena como Mike Oldfield), ¿por qué entonces se siguen identificando con esos orígenes tantos intérpretes tan alejados de ellos?

Creo que se debe a que el rock & roll no sólo es un estilo musical sino un movimiento cultural. Todo parte del éxito de los negros que fue desarrollar sus propios estilos y manera de entender la música e imbuirlos en los blancos. Chuck Berry se daba cuenta cuando decía que se estaban derribando más barreras raciales con el rock & roll que de ninguna otra manera. No sólo eran las barreras raciales sino un montón de prejuicios más: se estaban cuestionando muchas convenciones sociales y el rock & roll fue el estilo que se definió en el momento ideal para que los jóvenes lo levantaran como bandera de todo eso.

Por ello, aunque después el rock ha evolucionado vertiginosamente, llevado por una vorágine de intérpretes que en unas ocasiones reincorporan los orígenes, en otras realizan innovaciones que acaban también por convertirse en clásicos a reincorporar, la actitud permanente de rebeldía o crítica ha verdaderamente definido el movimiento cultural que es el rock.

Lo cual para alguien como un servidor tan preocupado por ser un individuo y no un número en la masa no deja de ser un interesante punto de apoyo.

01/02/2010

Salario justo y huelga

Parto de una reflexión que cualquier trabajador de una empresa puede hacerse. La riqueza generada por la actividad de la empresa procede directamente, en un instante dado, del trabajo de las personas que forman parte de ella. El trabajador puede entonces pensar “¿Por qué si los beneficios se deben a mi trabajo no me llevo la parte proporcional de aquéllos que corresponden a éste?”. Bien, establezcamos ese sistema, en el que además del salario el trabajador adquiere parte de la empresa, una especie de sistema de stock options. En definitiva, podría consistir en que en el momento de su entrada en la empresa, el trabajador no posee nada de la misma, pero con el tiempo adquiere progresivamente una parte hasta alcanzar un máximo que su puesto determina, cuando llega a una determinada antigüedad. Es decir, la propiedad de la empresa acaba siendo colectiva.

Pero pongamos que el empresario decide que quiere la empresa toda para sí, para lo cual desde la misma primera nómina a cada trabajador, le recompra la parte de propiedad que le acaba de ceder en concepto de salario, y esto lo hace con cada pago. El valor de esa parte es determinado por los mecanismos que sea. De esa manera, todo el pago al trabajador consiste en dinero, una parte por el salario propiamente dicho y la otra por la recompra de su parte de la empresa.

Esto coincide al final con el hecho de que cuando alguien está de baja laboral cobre menos que en activo; dentro del esquema planteado arriba, sigues cobrando tu sueldo, pero como no generas nada de la riqueza de la empresa, no te quedas con nada de ella.

Hemos de todas formas dado un rodeo en ideas que nos ha llevado al punto de partida. Sin descartar que el pago mediante parte de la propiedad pueda darse, el hecho de que se trate de un modo de pagar en especie nos lleva a una ventaja más del pago sólo en dinero, derivada de la propia virtud de éste, y es la de la libertad: “mi trabajo vale una cantidad de dinero, y disponiendo de dinero en lugar de parte de la propiedad de la empresa disfruto de la libertad de hacer con mi dinero lo que me plazca”. El tema es determinar cuánto dinero vale ese trabajo, cuál sería, si lo hubiese, un salario justo.

Pensándolo por un lado, sueldo justo es el que parece correcto y adecuado tanto al empleador como al asalariado. Y aunque a veces pueda parecer cosa inverosímil, esto existe; no siempre considera aquél que paga demasiado y éste que recibe demasiado poco.

Pero en fin, una posibilidad es el reparto de todos los beneficios entre los que trabajan; eso sería una cooperativa. Pero esto tampoco deja mucho espacio al crecimiento y prosperidad de la organización, a una acumulación de riquezas que puedan ser reinvertidas o la atracción de capitales externos; al cumplimiento de los objetivos por los cuales se monta una empresa, en definitiva.

Otro factor es la influencia del mercado de trabajo, que los sueldos funcionen a la inversa que los precios: cuanto mayor es la oferta de trabajo en relación a la disponibilidad de trabajadores para los puestos apropiados (el famoso según valía), más altos los sueldos, pues las empresas necesitan retener a sus empleados y compiten por ellos con buenos sueldos y otras ventajas laborales; en este extremo el límite lo pone lo rentable que el trabajador sea a la empresa. Si por el contrario escasean los puestos y abundan los profesionales, son éstos quienes de alguna manera “compiten” rebajándose, pues la empresa dispone de recambio fácil.

Lo que se me ocurre es que en este asunto, como en tantos otros, es difícil establecer una medida absoluta. El empleado tiene unas determinadas condiciones y si no está de acuerdo con ellas y quiere mejorarlas, tiene que valorar qué puede pedir, qué arriesga haciéndolo y si le merece la pena, y negociar. Una vez más nos encontramos ante la libertad individual en acción. Y ya hablaré de la responsabilidad que la educación pública tiene en esto.

Pero no sólo es el individuo; si es inteligente sabrá unirse a otros para asegurar su posición, y de este modo tenemos mecanismos ordinarios como la negociación de los convenios colectivos, o extraordinarios como la huelga. Cuya forma más razonable es la huelga pasiva, es decir, el dejar de trabajar para que la empresa se vea enfrentada a la necesidad que tiene de su empleado. Aunque, como me enseñaron en el colegio (y sigo de acuerdo), “mi libertad termina donde empieza la del otro” (concepto difuso pero la mejor que se me ocurre para la vida en sociedad) y el derecho de huelga debe ser garantizado al individuo para que la emprenda solo o en grupo, pero al mismo tiempo debe respetar la libertad de cualquier otro para no seguirla si no es su voluntad.

La Historia ofrece numerosos ejemplos de huelgas; se me ocurren los ilustrativos de la República de Roma en los casos de las secesiones de los plebeyos (494, 287 a.C.), o de la Guerra Social (91-88 a.C.). Pero por desgracia la tendencia humana a los excesos ha hecho que muchas de esas situaciones no hayan sido sólo pasivas sino activas contra el otro, entiéndase violentas, llegando hasta los actuales piquetes “informativos”.